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La
transgresión regulada tiene muchos nombres: evasión de la realidad,
entretenimiento, ocio, diversión o espectáculo. La transgresión en cierto modo
nos ayuda a vivir. El hecho de que el
Capital haya convertido o integrado la transgresión como negocio y fuente de
pingües beneficios no invalida el hecho sustancial de que los grandes
espectáculos de masas, y en particular los deportivos, sean parte esencial de
la existencia humana. Incluso el hecho mismo de que el fútbol, como
transgresión identitarizadora, intervenga como un agente activo en la
construcción e intensificación del sentido identitario de pertenencia a la
nación, no nos puede hacer pensar que su ausencia fuera a remediar esta
situación: son muchas las bazas y los repuestos que tiene el nacionalismo a su
alcance. Aparte de las funciones especificadas, el fútbol, como cualquier otro
espectáculo deportivo de evasión, ha
desempeñado un papel crucial como nexo bio-social, como punto de intersección imaginario
entre nuestra animalidad y nuestra culturalidad o, simplemente, como forma de
transgresión-regresión a nuestros componentes instintivos más primarios.
Tampoco tiene porqué ser criticable la tendencia a la regresión a la
animalidad. Es, más bien, inevitable: cuanto más intensas sean las tentativas
civilizatorias de una sociedad, con tanta más fuerza surgirán esas tendencias
regresivas-transgresoras.
Unos
grupos de humanos se enfrentan a otros. Ambos se encuentran desprovistos de artilugios y otros artefactos
técnicos que no sean unas botas y un balón de reglamento. Se prohíbe el uso de
las manos, de esos órganos prensiles que tan necesarios nos son en la vida
cotidiana y que tan decisivo papel desempeñaron en nuestro proceso de
hominización. Es como si se penalizaran las facultades orgánicas que en su
momento conectaron a homo sapiens con la cultura. Cada equipo cuenta
exclusivamente con dos órganos prensiles, los del respectivo guardameta. Solo
se juega con las piernas y con los pies, se activan los músculos de la marcha,
la carrera, el salto. Solo vale la patada y el cabezazo, la persecución de un
objeto al que no se le puede retener ni
tocar, solo golpear con el pie. Pese a que las distintas trayectorias seguidas por el balón obedecen a
las patadas y cabezazos de los jugadores, este se comporta casi como un objeto
de la naturaleza que, sujeto a dos sistemas de trayectoria opuestos, adquiere
su propia autonomía como un ser vivo difícil de dominar y darle caza.
Representación Improvisada e Improvisación
Representada
La Representación Convencional (Sin Improvisación): Lo que caracteriza a la música y al teatro es su cualidad de
representaciones creadas y producidas con anterioridad a su puesta en escena, a
su conversión en espectáculo. Los actores y los intérpretes han de limitarse a
conocer el papel, el texto y la partitura. El autor-creador ya no está en la
escena, incluso puede haber muerto hace mucho tiempo. Los intérpretes se
limitan a reproducir la obra fielmente. de ellos solo puede esperarse su
capacidad de reproducción técnica y su expresividad artística aunque nunca
saliéndose de los marcos y formas que dirigen la estructura general de la obra.
Los actores se meten en el papel, los intérpretes se ajustan a los compases de
la partitura. El margen de improvisación permitido en este caso es mínimo, el
que pueda resultar de la voluntad del creador o del especial virtuosismo del
intérprete. La música, sin embargo, puede fabricarse sin creador, en el sentido
de que el intérprete puede hacer las veces de intérprete y creador al mismo
tiempo. La música instrumental oriental no obedece al mismo esquema que la de
occidente. el intérprete puede improvisar durante horas sobre la base de unos
acordes y unos compases. existe un género, como el Jazz, basado enteramente en
la improvisación
La Representación Improvisada Vemos que
el teatro en todo caso lo que hace es imitar a la vida, reproduciendo aspectos
de la vida congelados. La Antígona de Sófocles se ha reproducido cientos de
miles de veces y se reproducirá otros tantos cientos de miles sin que se llegue
a variar ni una sola coma del argumento. Jamás veremos dos competiciones de
baloncesto, boxeo o golf idénticas. La especificidad del deporte, de la
competición deportiva, en calidad de juego-espectáculo, radica en la puesta en
escena de un género de representación que incorpora a un mismo tiempo la
aleatoriedad o incertidumbre y la creación escénica con base a unas reglas. La
primera regla la establece el marco general bajo el que se desenvuelve, el
escenario propiamente dicho. El tipo de competición deportiva que enfrenta dos
rivales en el campo, pista, ring, etc se nos presenta como una síntesis
dialéctica cuya unidad es la resultante del diferente juego de los adversarios,
de la conjunción de estrategias dispares, de sus acciones y de sus correlativas
reacciones, de los sistemas de defensa y de los de ataque correspondientes. La
competición deportiva es todo un campo de prueba de habilidad, de táctica y de estrategia. Pone en juego los
reflejos y la capacidad de respuesta, el
ingenio y la capacidad de improvisación, del engaño así como de la capacidad de
o dejarse engañar, de la resistencia y de la maniobra de desgaste. Se trata de
toda una puesta en escena de la práctica intelectual y material humana, de su
juego por la supervivencia, de las inexorables leyes del azar y de la
necesidad, de las reglas que impone la vida, de la técnica como medio de
sortear el azar y la incertidumbre, de una técnica que nunca impone la primacía
porque a lo que ha de enfrentarse es a otra técnica que puede ser desconocida
para el adversario, explotar el factor sorpresa, jugar al despiste, al
agotamiento del contrario... todo está en el juego. Lógicamente todos estos
elementos lo convierten en un impulsor y propagador de primer orden de pasiones
y emociones humanas.
La
representación improvisada ocupa su lugar como espacio limitado de transgresión
de una sociedad civil que, definida y constituida en un principio como
participativa, ha acabado amputando de sí misma las formas y mecanismos de
participación alienándolos bajo las estructuras de la representación, que ha
sectorializado la actividad económica y el conjunto de la vida cotidiana en
compartimentos estancos, donde la vida está organizada y planificada hasta el
mínimo detalle sin que se permita la más mínima improvisación.
Indudablemente,
se ha producido un trasvase de pasiones gregarias, asociativas e identitarias,
de la mano de la efectiva despolitización del mundo de la política. La política
altamente burocratizada y tecnocratizada del mundo occidental ha lanzado en
tropel a los ciudadanos a depositar esas antiguas pasiones
El Fútbol como placebo universal de la política
Por
eso son necesarios los sucedáneos, motivos que tengan entretenida a la
ciudadanía, temas a los que puedan acceder, que les permitan hablar y
comunicarse entre sí partiendo de un mínimo de conocimiento de causa y que a su
vez suscite pasiones partidistas ... ¿qué mejor que el fútbol? El fútbol es sin duda un sucedáneo especial,
se sirve con una regularidad asombrosa, cuenta con todos los ingredientes de la
política: líderes, seguidores, escudos, banderas e himnos. Los periodistas a
diario acosan y recaban las interesantes declaraciones de un entrenador
de fútbol con el mismo interés y la misma consideración que le
pudiera corresponder a un Primer Ministro.
Además, y esto es lo más importante, imprime un fuerte sentido de
Identidad y de pertenencia al grupo (de hecho, los políticos nacionalistas son
conscientes del papel que desempeña el fútbol en la formación de la Identidad
nacional y en esa medida fomentan dicho deporte. No es, ni mucho menos, casual, que en el
trasfondo de la rivalidad Real Madrid C.F. - F.C. Barcelona descanse la
tensión entre el nacionalismo españolista y los nacionalismos
periféricos).
La participación del
seguidor entusiasta, al igual que sucede en la alta política, resulta
irrelevante en la medida en que el resultado final, hagan lo que hagan, digan
lo que digan y piensen lo que piensen aparece como inmutable e independiente de
sus deseos. No pueden votar ni decidir el resultado. Quizá eso sea lo que
transmita más emoción y entusiasmo, la incertidumbre del resultado final. La
victoria solo está en manos de los dioses: un equipo puede jugar bien y perder
y otro puede jugar mal y ganar, además de que las victorias no dependen de uno
solo sino también del contrincante, de la intersección de ambos, si no del
eterno culpable, el árbitro.
También, al igual que en la política, se transmite
la alegría por el triunfo y el pesar por la derrota, la decepción y el
desencanto. El fútbol es reino de la indeterminación y de la incertidumbre, del
azar y de la necesidad, nadie está predestinado a ganar ni a perder, los
equipos mejor dotados y equipados técnicamente, mejor coordinados y
sincronizados no tienen en sus manos todas las bazas del triunfo. La
improvisación juega también así como la estrategia del despiste del bando
contrario. El fútbol es estrategia militar concentrada en el césped. Juegan
también los factores naturales, el tiempo y el clima. Los ejércitos regulares
muy bien saben que poco o muy poco pueden hacer contra las anárquicas
guerrillas, conocedoras del terreno, invisibles la mayoría de las veces y con
muchas posibilidades de tender una emboscada mortífera. La estrategia
futbolística, al igual que la estrategia militar, es síntesis entre
planificación e improvisación, una síntesis donde difícilmente puede adivinarse
donde llega lo planificado y donde empieza lo improvisado
El
sentido de la cúspide, el del momento decisivo y decisorio, que en política se
produce de tarde en tarde, solo con ocasión de las convocatorias y escrutinios
electorales, en el fútbol es contínuo, se reproduce de encuentro deportivo en
encuentro deportivo, que suele ser semanal, incluso diario. Pero no deja de ser
un sucedáneo, un placebo que a la par que incorpora las formas y rituales
propios del mundo de la política, su resultado es irrelevante para los
intereses del seguidor. Y ese es, a su vez, su gran peligro. Su radical
visceralidad. Como sucede con los nacionalismos no hay vasos comunicantes ni
trasvase de seguidores de los clubes. El sentido de pertenencia al grupo es de
otro orden distinto al racional, es de orden tribal.
El Fútbol como campo de observación en etología
He
de reconocer que nunca me ha interesado el fútbol en sí mismo. Cuando retransmiten un partido no es en el
césped en lo que me fijo, sino en lo que hay alrededor, los espectadores.
Contemplar a la hinchada en acción es todo un espectáculo, toda una puesta en
acción del lenguaje gestual; muecas de todo tipo, gesticulaciones hiperbólicas,
saltos de alegría, gestos de indignación, abrazos de regocijo, suspiros de
alivio, vellos erizados, dientes castañeteantes, rostros en tensión fruncidos
... toda la gama de sentimientos que nos liga a nuestra animalidad mamífera:
amor, odio, alegría, tristeza, entusiasmo, indignación, placer, regocijo,
rabia, es como si el simio que llevamos
dentro saliera de nosotros para
manifestarse con entera libertad. Esa
faceta de nuestra realidad, reprimida por la cultura y que se manifiesta
dosificadamente en nuestra vida cotidiana, explota y se multiplica en el
contacto directo con el grupo. El colectivo en estos casos puede desempeñar el
mismo papel que las sustancias excitantes y alucinógenas, en calidad de
protector social del éxtasis y de agente multiplicador de emociones. Las
facultades de razonamiento y discernimiento retroceden en la misma medida en
que el componente anímico no-racional va ocupando el puesto vacante. Las
personalidades individuales se entretejen y cuasi-disuelven en el órgano
colectivo hasta el punto de estructurar un sistema de gritos y movimientos
acompasados grupales. La emoción vivida pone a todos de pié al unísono y los
hace levantar los brazos al compás sin que una orden de fuera lo imponga. Se
crea un sentimiento de grupo, colectivo