El
ensayo "El malestar en la cultura" de Sigmund Freud se inscribe en aquella parte de su obra cuya
temática se centra en la psicología social. Una década antes (1921) abordaría
estos temas en su escrito "Psicología de las masas y análisis del yo"
donde retomaba el hilo de sus anteriores incursiones hechas en antropología
bajo su ensayo "Tótem y tabú" entre otros ensayos sobre el narcisismo.
No obstante, la idea básica que subyace a la temática de este escrito, el
conflicto ambivalente entre Eros y Thanatos, fue apuntado por Freud por primera
vez en su ensayo de 1920 Más allá del principio de placer.
Freud se explaya en ilustrar las causas y las consecuencias
de lo que el mismo denominaría "el malestar en la cultura". Si el papel
desempeñado por la cultura consiste en reprimir los instintos o pulsiones
básicas, las que dicotómicamente tienden al amor y a la muerte o a la unión y a
la destrucción, la intervención de las instituciones culturales en la actividad
humana solo podrá acarrear el desencadenamiento del sentimiento de culpabilidad
y con este, de los comportamientos neuróticos. Bajo esta perspectiva el hombre se
encuentra perpetuamente condenado a sufrir las consecuencias a las que le aboca
irremisiblemente su condición de animal que ha construido la cultura en lucha
contra sus naturales pulsiones biológicas, cuya condición de animal cultural se
articula en torno a esa contradicción inmanente a su naturaleza.
Lo
cierto es que la pansexualidad freudiana como recurso explicativo del trastorno
neurótico y del psiquismo infantil pronto fue desechado por sus principales seguidores.
Alfred Adler (1870-1937) y Carl Gustav Jung (1875--1961), mientras el primero
rechazó la líbido como hilo conductor de la psicología infantil sustituyendo el
complejo de Edipo por el complejo de inferioridad, el segundo centró sus
investigaciones en el estudio del inconsciente y su papel desempeñado en campos
diversos como la arqueología, la religión, la literatura, etc, del que se valió
para elaborar su teoría de los arquetipos.
«Afirmaciones extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria»
y si bien es cierto que afirmaciones de este calibre no sobran precisamente en
los textos psicoanalíticos de Sigmund Freud, se echan de menos los datos y
pruebas que los avalen. En la época de Freud ya existía un abundante material
antropológico en el que se pudieran sustentar tesis tan cruciales en su discurso
socio-psicológico como la rebelión y asesinato del padre por parte de los hijos
de la sociedades primitivas, el incesto filio-materno y el origen del
sentimiento de culpa que desembocaría en la cultura como instancia represora de
los instintos así como de ese eterno combate entre la cultura y el bíos bajo el que la cultura solo podía
resultar vencedora al precio de la sublimación de los instintos reprimidos y al
desencadenamiento de la agresión. Fruto de esa pulsión instintiva reprimida,
ese "pathos" resurgiría
bajo la forma de devoción religiosa, amor platónico y creación artística.
La neurosis como
diagnóstico ya no sería fruto de una patología individual sino social y
colectiva, la especie humana, esa humanidad que transcendió del ámbito familiar
al ámbito de imperios y estados-nación a través de la cultura, estaría
conformada por millones de simios neuróticos imbuidos de un fuerte sentimiento
de culpabilidad.
La teoría de la
cultura como represión de los instintos biológicos
que se compensa mediante la sublimación quizá sea la mejor aportación del
malestar de la cultura de Freud a la comprensión de la emergencia de la cultura
en el ámbito de la sociología aunque cabría hacer las objeciones pertinentes
puesto que si bien es innegable el papel desempeñado por las instituciones
culturales como domesticadoras (más bien autodomesticadoras) de humanos también
es digna de tener en cuenta el papel desempeñado por la técnica y su
aprendizaje como factores liberadores de los constreñimientos ejercidos por el
medio. ¿Acaso alguien duda del papel liberador, más que represor, desempeñado
por el fuego en la protección del frío y la cocción de alimentos, del uso de
las hachas de piedra para desgarrar presas y cortar pieles con las que poder
abrigarse, de las lanzas para la caza y protección de depredadores?
En cuanto al trazado
de fronteras tipo naturaleza biológica vs naturaleza cultural del hombre es
algo que resulta algo problemático sobre todo si tenemos en cuenta que un
órgano como el cerebro humano, cuya corteza creció el triple durante los
últimos quinientos mil años de evolución, lo hizo en íntimo contacto con la
cultura como factor de selección natural, circunstancia esta que ha hecho que
obtenga la denominación de órgano biocultural y que facultades como la del uso
del lenguaje simbólico articulado han surgido de unas áreas corticales y un
aparato fonador de origen netamente biológico. Lo mismo podría afirmarse
respecto de las facultades ligadas a la fabricación, uso y manipulación de
herramientas cuya premisa son el bipedalismo y la liberación de manos y barzos
como órganos ligados al desplazamiento.
Por otro lado, la
eterna querella entre la pulsión de amor y la de muerte
no pertenece propiamente a Freud por mucho que a él le corresponda el mérito de
instalarlas en el centro de su sistema y diagnóstico. A la lucha entre Eros y
Thanatos ya se refirió el filósofo presocrático Empédocles de Agrigento el
siglo V aec como esa tensión entre fuerzas antagónicas que por un lado tienden
a unir y por otro a separar y disgregar.
Pero, a fin de
cuentas, las dicotomías dualistas que establecen la separación entre la vida y
la muerte no hacen otra cosa que convertir tales conceptos en abstracciones
desprovistas por completo de realidad puesto que vida y muerte operan como una
realidad indisoluble, como un todo La muerte sólo podemos concebirla en el
contexto del sistema viviente, como un mecanismo regulador de los procesos
biológicos, como un nutriente del ecosistema, como un regenerador de las
especies, como fundamento de la evolución y, por tanto, de la vida en la
Tierra, tanto a nivel general como al especial. Las células que forman parte de
nuestros tejidos mueren alrededor de una treintena de veces, las mismas veces
que se regeneran. ¿En qué sentido se puede considerar la muerte como
destructiva y disgregadora?
El método
psicoanalítico, al igual que la teología, cuenta con la capacidad de la
omnicomprensividad y multiexplicatividad unidas a su maleabilidad, se adapta a
todo, basta con aplicarlo al objeto de que se trate, de modo que siempre buscará
lo que se quiere encontrar y encontrará lo que venía buscando y si algo falla
nunca será el método, infalible en su esencia, sino la tozuda realidad, la mala
fe o la inadecuada transcripción de los datos aportados, de modo que al "pequeño Hans" un niño al que le
aterraban los caballos diagnosticado por el mismo Freud, solo podía deberse la
causa de su mal a su asociación inconsciente de la imagen de los caballos con la
figura paterna y a su deseo de evitarlos para acceder a su madre y no a que el
niño fuera testigo de un grave accidente protagonizado por un coche de
caballos, la confusión del cuadro de Síndrome de Tourette con síntomas de prosopagnosia de Anna O. con un cuadro de
histeria.
La narración
freudiana resulta en sí misma sorprendente dado su paralelismo con los mitos.
La misma estructura narrativa de los textos psicoanalíticos se percibe más
dirigida a explicarlo todo que a sustentar en pruebas y datos empíricos sus
categóricas aseveraciones. Si se valen de datos no es para usarlos como
herramientas de investigación sino como imágenes sobre las que ilustrar su
método. Su mito originario, el del nacimiento del tabú del incesto por la
rebelión de los hijos y asesinato del padre para acceder sexualmente a la madre
desempeña idéntica función que la de la primera caída en la tentación de
nuestros primeros padres y del pecado original heredado por toda la estirpe
humana.
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