sábado, 30 de abril de 2016

El malestar de Sigmund Freud.

El ensayo "El malestar en la cultura" de Sigmund Freud  se inscribe en aquella parte de su obra cuya temática se centra en la psicología social. Una década antes (1921) abordaría estos temas en su escrito "Psicología de las masas y análisis del yo" donde retomaba el hilo de sus anteriores incursiones hechas en antropología bajo su ensayo "Tótem y tabú" entre otros ensayos sobre el narcisismo. No obstante, la idea básica que subyace a la temática de este escrito, el conflicto ambivalente entre Eros y Thanatos, fue apuntado por Freud por primera vez en  su ensayo de 1920 Más allá del principio de placer.

Freud se explaya en ilustrar las causas y las consecuencias de lo que el mismo denominaría "el malestar en la cultura". Si el papel desempeñado por la cultura consiste en reprimir los instintos o pulsiones básicas, las que dicotómicamente tienden al amor y a la muerte o a la unión y a la destrucción, la intervención de las instituciones culturales en la actividad humana solo podrá acarrear el desencadenamiento del sentimiento de culpabilidad y con este, de los comportamientos neuróticos. Bajo esta perspectiva el hombre se encuentra perpetuamente condenado a sufrir las consecuencias a las que le aboca irremisiblemente su condición de animal que ha construido la cultura en lucha contra sus naturales pulsiones biológicas, cuya condición de animal cultural se articula en torno a esa contradicción inmanente a su naturaleza.

Lo cierto es que la pansexualidad freudiana como recurso explicativo del trastorno neurótico y del psiquismo infantil pronto fue desechado por sus principales seguidores. Alfred Adler (1870-1937) y Carl Gustav Jung (1875--1961), mientras el primero rechazó la líbido como hilo conductor de la psicología infantil sustituyendo el complejo de Edipo por el complejo de inferioridad, el segundo centró sus investigaciones en el estudio del inconsciente y su papel desempeñado en campos diversos como la arqueología, la religión, la literatura, etc, del que se valió para elaborar su teoría de los arquetipos.

«Afirmaciones extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria» y si bien es cierto que afirmaciones de este calibre no sobran precisamente en los textos psicoanalíticos de Sigmund Freud, se echan de menos los datos y pruebas que los avalen. En la época de Freud ya existía un abundante material antropológico en el que se pudieran sustentar tesis tan cruciales en su discurso socio-psicológico como la rebelión y asesinato del padre por parte de los hijos de la sociedades primitivas, el incesto filio-materno y el origen del sentimiento de culpa que desembocaría en la cultura como instancia represora de los instintos así como de ese eterno combate entre la cultura y el bíos bajo el que la cultura solo podía resultar vencedora al precio de la sublimación de los instintos reprimidos y al desencadenamiento de la agresión. Fruto de esa pulsión instintiva reprimida, ese "pathos" resurgiría bajo la forma de devoción religiosa, amor platónico y creación artística.

La neurosis como diagnóstico ya no sería fruto de una patología individual sino social y colectiva, la especie humana, esa humanidad que transcendió del ámbito familiar al ámbito de imperios y estados-nación a través de la cultura, estaría conformada por millones de simios neuróticos imbuidos de un fuerte sentimiento de culpabilidad.

La teoría de la cultura como represión de los instintos biológicos que se compensa mediante la sublimación quizá sea la mejor aportación del malestar de la cultura de Freud a la comprensión de la emergencia de la cultura en el ámbito de la sociología aunque cabría hacer las objeciones pertinentes puesto que si bien es innegable el papel desempeñado por las instituciones culturales como domesticadoras (más bien autodomesticadoras) de humanos también es digna de tener en cuenta el papel desempeñado por la técnica y su aprendizaje como factores liberadores de los constreñimientos ejercidos por el medio. ¿Acaso alguien duda del papel liberador, más que represor, desempeñado por el fuego en la protección del frío y la cocción de alimentos, del uso de las hachas de piedra para desgarrar presas y cortar pieles con las que poder abrigarse, de las lanzas para la caza y protección de depredadores?

En cuanto al trazado de fronteras tipo naturaleza biológica vs naturaleza cultural del hombre es algo que resulta algo problemático sobre todo si tenemos en cuenta que un órgano como el cerebro humano, cuya corteza creció el triple durante los últimos quinientos mil años de evolución, lo hizo en íntimo contacto con la cultura como factor de selección natural, circunstancia esta que ha hecho que obtenga la denominación de órgano biocultural y que facultades como la del uso del lenguaje simbólico articulado han surgido de unas áreas corticales y un aparato fonador de origen netamente biológico. Lo mismo podría afirmarse respecto de las facultades ligadas a la fabricación, uso y manipulación de herramientas cuya premisa son el bipedalismo y la liberación de manos y barzos como órganos ligados al desplazamiento.


Por otro lado, la eterna querella entre la pulsión de amor y la de muerte no pertenece propiamente a Freud por mucho que a él le corresponda el mérito de instalarlas en el centro de su sistema y diagnóstico. A la lucha entre Eros y Thanatos ya se refirió el filósofo presocrático Empédocles de Agrigento el siglo V aec como esa tensión entre fuerzas antagónicas que por un lado tienden a unir y por otro a separar y disgregar.

Pero, a fin de cuentas, las dicotomías dualistas que establecen la separación entre la vida y la muerte no hacen otra cosa que convertir tales conceptos en abstracciones desprovistas por completo de realidad puesto que vida y muerte operan como una realidad indisoluble, como un todo La muerte sólo podemos concebirla en el contexto del sistema viviente, como un mecanismo regulador de los procesos biológicos, como un nutriente del ecosistema, como un regenerador de las especies, como fundamento de la evolución y, por tanto, de la vida en la Tierra, tanto a nivel general como al especial. Las células que forman parte de nuestros tejidos mueren alrededor de una treintena de veces, las mismas veces que se regeneran. ¿En qué sentido se puede considerar la muerte como destructiva y disgregadora?

El método psicoanalítico, al igual que la teología, cuenta con la capacidad de la omnicomprensividad y multiexplicatividad unidas a su maleabilidad, se adapta a todo, basta con aplicarlo al objeto de que se trate, de modo que siempre buscará lo que se quiere encontrar y encontrará lo que venía buscando y si algo falla nunca será el método, infalible en su esencia, sino la tozuda realidad, la mala fe o la inadecuada transcripción de los datos aportados, de modo que al "pequeño Hans" un niño al que le aterraban los caballos diagnosticado por el mismo Freud, solo podía deberse la causa de su mal a su asociación inconsciente de la imagen de los caballos con la figura paterna y a su deseo de evitarlos para acceder a su madre y no a que el niño fuera testigo de un grave accidente protagonizado por un coche de caballos, la confusión del cuadro de Síndrome de Tourette con síntomas de  prosopagnosia de Anna O. con un cuadro de histeria.

La narración freudiana resulta en sí misma sorprendente dado su paralelismo con los mitos. La misma estructura narrativa de los textos psicoanalíticos se percibe más dirigida a explicarlo todo que a sustentar en pruebas y datos empíricos sus categóricas aseveraciones. Si se valen de datos no es para usarlos como herramientas de investigación sino como imágenes sobre las que ilustrar su método. Su mito originario, el del nacimiento del tabú del incesto por la rebelión de los hijos y asesinato del padre para acceder sexualmente a la madre desempeña idéntica función que la de la primera caída en la tentación de nuestros primeros padres y del pecado original heredado por toda la estirpe humana.



domingo, 6 de septiembre de 2015

Contribución a la crítica del decálogo pedagógico de un presunto juez ejemplarizante

¿La causa de la delincuencia juvenil son los padres de clases medias que miman y malcrían a sus hijos? Esa parece ser la conclusión a la que pretende que lleguemos el señor Don Emilio Calatayud, Juez de Menores de Granada. No tiene nada de extraño que si se pinta la realidad con tópicos y a golpe de brochazos se llegue a este tipo de conclusiones.

Bueno, antes de entrar en materia os colgaré el citado decálogo del susodicho Juez pedagogo.

10 PASOS PARA FORMAR UN HIJO DELINCUENTE:
1. Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.
2. No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.
3. Cuando diga palabrotas, festéjeselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas
4. No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad
5. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.
6. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.
7. Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.
8. Dele todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.
9. Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.
10. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo. 

Por lo pronto, dejemos de lado el concepto de delincuencia, concepto este inapropiado dado que no existe una sola delincuencia sino tantas como clases sociales, la de cuello blanco, ligada al poder político y económico, que no requiere la violencia de la navaja para ejercer la extorsión y que se basta de la que se deriva de los privilegios y prerrogativas ligadas al cargo público y privado
El autor del decálogo se refiere a un tipo específico de delincuencia, en particular, la delincuencia juvenil. Del detallado psicodrama familiar expuesto, observo que hay algo que se echa en falta y que no es otra que la perspectiva social. Para llegar a la parte es preciso partir del todo, del contexto. No cabe la menor duda de que la familia ocupa un lugar primario entre los agentes socializadores, pero eso no significa que sea el único y, ni mucho menos, el determinante. Bajo condiciones de normalidad el entorno familiar interactúa con el entorno educativo y el medio ambiente social (amigos, compañeros de juego, etc)  sin perder de vista los grandes aparatos de socialización y mediación surgidos de los grandes medios de comunicación de masas: televisión, cine, fútbol, internet, telefonía móvil, etc 
La delincuencia juvenil se presenta en nuestras actuales sociedades como un fenómeno urbano, mas bien suburbano, que crece sin control en zonas y ambientes marginales como consecuencia de un proceso de desestructuración social cuyo caldo de cultivo idóneo es la existencia de altísimos niveles de desempleo, la práctica inexistencia de servicios públicos y, en general, la carencia de recursos básicos. El problema no es que se haya recibido mas de la cuenta en entornos familiares confortables de familas progres y tolerantes de las clases medias con nociones educativas equivocadas sino mas bien todo lo contrario. Lo que ocurre en este caso es que las caricaturas venden muy bien y lo que bien pudiera servir para ilustrar cuatro casos puntuales no vale, en absoluto, para dibujar una totalidad en la que la carencia de medios y recursos prevalece con creces sobre su presencia. 
¿Qué es lo que sucede en la mayoría de los casos? Pues algo muy sencillo, que el papel de la familia como agente socializador es mínimo si no inexistente, siendo suplida por el gran agente educador de los medios marginales. la calle. En la calle se puede encontrar muy fácilmente la primera escuela, la pandilla y la pandilla suele ser el primer peldaño que permitirá el acceso a los estudios superiores: la cárcel, la mejor universidad de la delincuencia que se conoce. 
Así que podríamos empezar a modificar el decálogo del Juez Calatayud. para quien una adecuada formación espiritual y la enseñanza práctica del lema semiprusiano "todo esfuerzo tiene su recompensa" impartido en un adecuado entorno familiar serviría de solución al peligro del nacimiento de un futuro delincuente. 
La delincuencia juvenil no puede ser entendida un problema moral sino un problema social. Lo que ocurre es que cuando una sociedad se desestructura y falla, con ella fallan todos los resortes éticos y morales que preconiza, que en ese mismo momento se pierden de contenido o mas bien son sustituídos por otro tipo de valores y prioridades. No existe mayor contradicción que la de una sociedad cuya meta ideológica y publicitaria es la del consumo y la carencia de medios para consumir, presentándose la transgresión de la legalidad como único mecanismo idóneo para solventar la contradicción.
El delincuente se hace, no nace, y sin necesidad de aceptar ese determinismo tan dogmático, cuenta con mas cartas para hacerse delincuente el que ha nacido en cualquiera de esas bolsas de marginación social constituída por suburbios urbanos, chabolarios y zonas a las que no llegan los resortes reproductivos del Estado (educación, sanidad, servicios en general), donde el tráfico y consumo de drogas corre con gran facilidad, y esos sistemas de funcionamiento y organización social no nacen en familias sino en otros grupos de integración social, llámeseles, bandas, clanes o mafias. 

Lo que sucede con el ideario de Calatayud es que cuenta con un público muy receptivo, de ideología mayoritariamente conservadora, dispuesta a adoptar cualquier ideario que tenga por objeto la ridiculización y caricaturización del progre. Sus comentarios no se hacen esperar. ¿No te lo decía yo? ¡Eso es decir cuatro verdades bien dichas! ¡Es que estos progres no aprenden! ¡Por eso tienen tan poca vergüenza los niños de hoy, porque no dan clases de religión que es la base de la ética! 

Y en esto digo yo, ¿Dónde está el fomento del espíritu crítico o el enseñar a dudar de todo lo que se aprende antes de memorizarlo como decía Ortega y Gasset? ¿El no dar por sentadas las verdades absolutas y definitivas? ¿Dónde está el enseñar a plantear y a resolver problemas? Parece que esas cosas no forman parte de los idearios que tanto gustan a los conservadores.

  

miércoles, 4 de marzo de 2015

ARTE, IDENTIDAD Y TRANSGRESIÓN


EL ARMA DE DOBLE FILO

Se puede asegurar sin temor a equivocarse que el arte impregna de identidad toda una sociedad, toda una época, que la época y la sociedad no son comprensibles ni identificables sin el arte que producen. También se puede asegurar sin caer en el error exactamente la tesis contraria, que la producción artística y estética, como proyección social de lo imaginario, se sitúa en el polo de la transgresión de lo real, en la inserción de los deseos de una época más allá de sus límites espaciales y temporales. La multifuncionalidad del fenómeno artístico hace que se pueda situar, por lo que a sus elementos transgresores se refiere, unas veces en el terreno de las transgresiones reguladas entendida como mera evasión, otras, como punto de apertura de un nuevo género de realidades que exceden del ámbito de lo perceptible. El arte es factor identitario y transgresor a un mismo tiempo. Por tal motivo no es definible ni identificable más que como un elemento indisociable de nuestra propia existencia, unas veces identitaria y otras transgresora

IDENTIDAD, TRANSGRESIÓN Y LITERATURA

La conciencia de las connotaciones represivas características de todo proceso de identificación ha lanzado a la búsqueda de la no-Identidad a toda una legión de filósofos y literatos. La reacción contra los rígidos sistemas de identificación feudales y absolutistas impulsó a los ideólogos de la Ilustración a emprender la búsqueda de una Identidad natural opuesta a la Identidad artificial y ficticia imperante.  El Emilio de Rousseau o el Buen Salvaje de Voltaire son, más que seres sin Identidad, arquetipos, individuos dotados de una Identidad distinta.        
No deja de ser curioso que uno de los géneros literarios de más éxito, la comedia,  muchas de sus tramas argumentales se basen en un juego con el principio de Identidad donde interviene directamente su Transgresión o simplemente el equívoco como motivo de hilaridad. La comedia de enredo es todo un juego de Transgresión de la Identidad. Una duplicidad de individuos  hizo a Mark Twain componer su conocido cuento El Príncipe y el Mendigo, donde ese juego con la Identidad le permitió sortear la más drástica barrera social para un rol opuesto al que correspondería a su propia Identidad traspasar a sus protagonistas. Óscar Wilde basó una de sus más conocidas comedias, La importancia de llamarse Ernesto en el juego de la Identidad nominal y la inidentidad real.  John Briggs y F. David Peat, reseñando a  Joseph W. Meeker indican, a propósito de la diferencia entre la comedia y la tragedia en relación a la teoría del caos, que



La tragedia, donde el héroe se enfrenta a los dioses y es destruido en el curso de ese enfrentamiento, se valora sobre todo entre las culturas con orígenes greco-romanos. Sin embargo, la mayor parte de las otras culturas valoran los mitos y las obras que se centran en la comedia. Mientras que la tragedia tiene que ver con las luchas por el poder, la comedia se centra en los transgresores, la ambigüedad y en la confusión de los papeles. Mientras que la tragedia está abocada indefectiblemente hacia la muerte, la comedia acaba en matrimonio, una continuación de la sociedad y la fertilidad conseguida a través del engaño al destino, la ambivalencia y la confusión de fronteras y límites.[1]
  



Pero también el drama ha sabido aprovecharse de la Transgresión de la Identidad como hilo conductor de una historia Dumas, jugando con Identidades gemelares compuso el folletín El Hombre de la Máscara de Hierro,  Todos hemos visto muchas veces el folletín El Prisionero de Zenda o películas sobre presidentes impostores utilizados temporalmente para salvar una crisis de gobierno:. Si siguiéramos con obras cuya trama se desarrolla en torno a la Transgresión de la Identidad como medio de superar las barreras físicas o sociales impuestas al amor la lista sería interminable. Cyrano de Bergerac, el feo y narigudo espadachín enamorado de Roxanne, avergonzado de su aspecto, oculta su Identidad en el apuesto  Christian para recitar los versos que más tarde enamorarán a Roxanne. El género picaresco hispánico nos retrata en El Lazarillo de Tormes el espíritu del hidalgo castellano que quiere, a toda costa, salvar las apariencias de su mísera existencia.

Cervantes lleva a cabo un juego realmente  magistral con el tema de la usurpación y el intercambio de Identidades. Cuando Alonso Quijano el Bueno, tomando prestado el modelo de las novelas de caballería de Amadís de Gaula, decide transformarse en Don Quijote de la Mancha, transgrede su Identidad y a su vez la de su propio mundo. Traslada la nueva Identidad a todo su medio. Una Identidad constituida por su fiel escudero Sancho, por su mismo caballo famélico Rocinante, por la campesina Aldonza a la que transforma en Dulcinea del Toboso. 

Transgrede la Identidad de la misma ética de la época. Se sumerge en un mundo transfigurado de elevados ideales. Mientras Sancho se coloca en el polo de conexión con el mundo real, su Identidad permanece. A medida que se van sucediendo sus aventuras y desventuras don Quijote se desengaña, adquiere su anterior Identidad de Alonso Quijano a la par que Sancho se contagia de la secuela de Transgresión dejada por Don Quijote, produciéndose en su lecho de muerte una permutación de Identidades. Cervantes hace girar su planteamiento en torno a la relación locura/cordura, como una forma de entender el cruel choque que se produce entre el mundo ideal y el mundo real, visto este último como un sistema de Identidades rígidas, formalmente establecidas. La España del Siglo de Oro se percibe como un mundo de dobles Identidades,  una exigencia mínima para sortear el sistema de represión moral, política y religiosa imperante.  

Aspecto importante a tener en cuenta de toda ficción literaria va a ser precisamente su  condición de relato no-real que abre las puertas a lo imaginario, a lo deseado no realizado

CINEMATOGRAFÍA, IDENTIDAD Y TRANSGRESIÓN

El mundo del cine se hace eco de las fronteras sociales que la Identidad impone al amor en la película de Bernardo Bertolucci El Último Tango en París, donde la fructífera relación amorosa surgida bajo el anonimato de los protagonistas estalla en tragedia desde el mismo momento en el que uno de ellos intenta mostrar al otro su verdadera Identidad. La impostura, como primera  fase del ciclo de seducción que abre la trama de la historia cuyo nudo conflictivo gira en torno al descubrimiento de la impostura y cuyo desenlace consiste en el restablecimiento de una Identidad renovada ha servido de argumento a miles de películas y piezas teatrales. La usurpación de Identidad para acceder a un determinado puesto puede ser sexual, profesional o de clase social. O bien, Ciudadano Kane, de Orson Wells, donde la clave de la historia radica en la Identidad impuesta al magnate que, al final de su vida, advierte que todo ha sido una impostura a la par que cita el nombre del trineo que lo ligaba a su infancia


ARTES PLÁSTICAS Y TRANSGRESIÓN

Parece como si la historia de las artes plásticas obedeciera a un proceso cíclico. Las fases simbólica, clásica y barroca que en nuestra época se corresponderían con el arte medieval, renacentista y barroco ya conocieron en Grecia el mismo ciclo con el periodo arcaico, clásico y helenístico.

Pero, llegados a mediados del siglo XIX, se inicia todo un periodo de transgresión de las formas artísticas convencionales y ya en pleno siglo XX el arte se introduce en una espiral transgresora con tendencias destructivas: el post-impresionismo, el surrealismo, el cubismo, el dadaísmo y el arte abstracto. El desesperado intento de liberar al arte de  todo tipo de cánones y formas estéticas parece que no tiene límites. El arte ataca las estructuras de la percepción sensible, su interpretación constituye todo un esfuerzo de identificación de lo efectivamente plasmado, identificación, no obstante, que no siempre es posible o permisible. El arte abstracto, por ejemplo, elimina por completo el referente empírico, lo sustituye por la forma en sí, como creación propia de objetividad que no tiene por qué encontrar su equivalente en la naturaleza. El arte se despega por completo de las nociones correlativas a las

El arte viene a ser algo así como el alma de toda sociedad. Expresa el estado de ánimo de cada época, la tranquilidad y la armonía, pero también la desesperación, el espíritu de un mundo convulso y trágico. El arte de cada época teje al mismo tiempo su identidad espiritual. El inclasificable estilo de Goya plasma en el lienzo una España convulsa, trágica y violenta. Sus claroscuros son un informe magistral de esa España negra.

La transgresión en el arte como destrucción del arte es la misma historia del arte del siglo XX. Édouard Manet fue a la pintura lo que Arnold Schoenberg a la música. Ambos introdujeron inicios de transgresión en sus respectivos sistemas que llegaron a tener consecuencias inesperadas para la evolución y desarrollo posterior de la pintura y la música. Los parámetros comúnmente utilizados para medir el avance y desarrollo de la ciencia y tecnología, donde un método revolucionario abre, en principio, posibilidades ilimitadas de creación e invención no nos son de utilidad alguna si lo que pretendemos es medir el desarrollo y evolución de las artes pictóricas y musicales. La música clásica se ha extinguido hoy totalmente.  Respecto de la pintura se podría asegurar lo mismo







[1]John Briggs y F. David Peat: Las siete leyes del caos. Las ventajas de una vida caótica. Pág. 62 . Ed. Grijalbo, Barcelona, 1999

martes, 3 de marzo de 2015

LA TRANSGRESIÓN JUVENIL

No podemos pasar por alto aquel conjunto de manifestaciones que desde ámbitos marginales hacen suya la bandera de la Transgresión sistemática. No dejan de ser meros tópicos los que se refieren a la Transgresión juvenil, la rebeldía de la juventud o el conflicto generacional. No hay nada más fácil que ser transgresor en un contexto donde no existe responsabilidad alguna y donde la única barrera es la del arbitrio paterno. Se trata, lógicamente, de una Transgresión limitada, forzada por la vitalidad juvenil, y limitada al ajuste hormonal dentro de sus márgenes normales. La llamada rebelión contra el padre se presenta como una Transgresión contra todo, contra instituciones y hábitos culturales. 

Toda sociedad arbitra unos mecanismos y marcos de desenvolvimiento de la energía e hiperactividad juvenil: campos de deportes o campamentos de verano. Incluso los regímenes más totalitarios han sido conscientes de la importancia de dar un cauce adecuado a la Transgresión juvenil, abriendole las puertas al encuentro con la naturaleza como encuentro con el mundo de los instintos y de las pulsiones reprimidas. Aquí en España nos encontramos con la OJE sin ir más lejos. Sin embargo, este encuentro con la naturaleza está, por esa misma razón, sujeto a un sistema fuertemente identitario. El adoctrinamiento cuasi-militar de los campamentos juveniles tipo Boy Scout se hace posible e incluso soportable dada su directa vinculación con el medio natural, con el medio transgresor. En tal caso la transgresión se situaría en un plano subalterno al sistema identitario.


La juventud es, a fin de cuentas, un sector bio-social sujeto a los diversos procesos de identitarización (o, lo que es lo mismo, no plenamente identitarizado). Pero muchas veces tales procesos no son todo lo efectivos que debieran. La específica maleabilidad y ductilidad de este sector bio-social lo hace, por una parte,  proclive a su sujeción a tales procesos. La juventud es susceptible de ser maleada y adaptada a los sistemas de control y represión establecidos. Pero dichos sistemas fallan desde el mismo momento en que no se encuentran en condiciones de conducir o neutralizar la energía transgresora que desprende esta capa social. Y es que las capas juveniles, en pleno proceso de aculturación, son más proclives que ninguna otra a oír y responder a la llamada de la Selva a la que hicimos referencia en el apartado anterior, sus instintos naturales la inducen a reproducir la Transgresión como Regresión, a unirse a manadas (pandillas, bandas, etc) de otros congéneres para aullar, saltar, trepar  y dar alaridos (conciertos Pop y Rock, competiciones deportivas, etc) a escapar de recintos cerrados, a buscar la calle nocturna con vistas a facilitar sus acciones transgresoras  La represión sin paliativos produce amotinamientos y rebelión en las aulas y ya no solo de las aulas sino de la totalidad del sistema, entendido como una prolongación de estas, tal y como sucedió con los distintos sistemas contestatarios de los años sesenta.


La moderna tecnología está sirviendo a los humanos, paradójicamente, de guarida, de caverna en la que esporádicamente se puede dar rienda suelta a sus instintos, a la llamada de la Selva. El adolescente que se vale de una moto de trial para realizar las mas osadas acrobacias (caballitos, derrapes, etc) con intención de impresionar a los restantes miembros de su manada actúa como cualquier otro macho joven de cualquier otra especie mamífera gregaria, que exhibe sus dotes con el fin de subir de rango en su manada y de atraer la atención de las hembras. Los psicólogos han estudiado el perfil del automovilista-tipo que, parapetado en su vehículo, descarga toda la agresividad contenida: insulta a otros automovilistas y viandantes, toca el claxon para ampliar su tono de voz, etc. El internauta adicto a los chats entra como desconocido en un mundo de desconocidos, lo que le permite escribir lo que quiera en esos indigeribles diálogos  sin reglas, sin inhibiciones ni represiones donde el anonimato (de forma análoga a como juega en el Carnaval como ocultador de la identidad) le permite transgredir formas y convenciones.  

La transgresión juvenil acaba conquistando y configurando, por así decirlo, una esfera o ámbito de identidad bajo las actuales sociedades industriales, es decir, lo que podríamos llamar una subcultura juvenil. 

 Las autoridades saben muy bien que en el medio urbano es casi imposible controlar la ruta del bacalao o la llamada movida juvenil de los fines de semana, con todos los desboques transgresores que en sí lleva aparejada, desde la pulsión del placer, de peligro e incluso de muerte. Saben que los antros ruidosos donde se sirve alcohol y se puede danzar compulsivamente al son de una música neurótica y de un sistema de iluminación agresiva (hablo de las discotecas) deben estar en algún sitio. A fin de cuentas, la vida nocturna se manifiesta como un cauce neurótico de búsqueda de la satisfacción de la pulsión sexual. Una represión directa puede llevar consigo que la Transgresión de violencia contenida degenere en gamberrismo. 

Al fin y al cabo el Rock puede servir muy bien de catalizador de tensiones violentas. Por tal razón se tiene mucho cuidado a la hora de ubicar los recintos de expansión y Transgresión juvenil. Las familias y las autoridades son conscientes de que el marco de la Transgresión juvenil no está controlado en esta sociedad. El elemento destructivo de la Transgresión se cierne, de uno u otro modo, amenazadoramente, por distintas vías que conducen a la aniquilación física: estupefacientes, alcoholismo, sectas, o comportamiento temerario en el tráfico. Aún así, en el medio rural la Primera Transgresión, situada entre la infancia y la adolescencia, ha revestido tradicionalmente unos grados de crueldad inauditos; costumbres como las de apedrear gatos hasta la muerte o rociar perros con gasolina cuando no se trataba de mofarse del tonto del pueblo han permanecido intactas hasta nuestros días.


Fuera de este punto cabría destacar como en los años sesenta, los instintos transgresores se apoderan de determinado sector del medio juvenil: el movimiento hippie, la contra-cultura, la psicodelia, el arte pop, el mayo del 68 francés, el culto al LSD, etc.  Es una Transgresión bifronte, contra el Padre y contra el Estado, se pone en tela de juicio todo el sistema económico e institucional occidental y se busca, como sucede con todas las transgresiones, un nuevo reacoplamiento con el mundo de los instintos y del placer.  Lo curioso de este tipo de movimientos transgresores estriba en cómo el llamado conflicto generacional o la rebeldía juvenil que generalmente se desenvuelve dentro de unos límites transgresores normales y socialmente regulados llegó, en un contexto determinado, a adquirir los caracteres de un movimiento social e incluso político, tal y como sucedió en la Francia de 1968.


El movimiento hippie resulta particularmente interesante. Cierto sector de la juventud estudiantil urbana eligió sus propios cauces de Transgresión fuera del marco social e institucional. La huida de la ciudad y consecutiva retirada al campo, huida de la civilización y refugio en el instinto, fue, a diferencia de lo que sucede con los campamentos juveniles militarizados, desorganizada y anárquica. Su entrega al instinto natural fue tal que se impuso el sexo libre, el culto al desnudo ...  Rechazaron toda institución e imposición social así como los modelos culturales vigentes. Sin embargo, necesitaron nuevos referentes identitarios, pues la Transgresión pura y simple (la Transgresión por la Transgresión) no puede sostenerse durante mucho tiempo (dicho en otras palabras, se auto-sitúa en el límite del caos)  y los creyeron hallar en las producciones ideológicas propias de una cultura radicalmente distinta a la de Occidente, a saber, la de Oriente.  Se refugiaron en un orientalismo místico y a su vez mítico y, al igual que los actuales musulmanes, peregrinaron en tropel a la India a la búsqueda de esas esencias y verdades absolutas emanadas de esas religiones esotéricas e introspectivas desconocidas hasta entonces por los occidentales. Se olvidaban, claro está, que dichas religiones, más que liberadoras, fueron el soporte de legitimación institucional clave de los más rígidos sistemas de castas y, en última instancia, del despotismo gerencial agrario asiático. Como ya ha sucedido en muchas ocasiones, la Transgresión, a la búsqueda de una determinación positiva que le garantice una mínima viabilidad, permanencia y persistencia, acaba topándose ante cierto género de estructuras ideológicas identitarias, tanto o más represivas que aquellas de las que en principio pretendió liberarse. Hoy día del movimiento hippie solo quedan los restos: el sándalo, el xitar, el yoga, la meditación transcendental, pequeñas comunas asentadas en el medio agrario de forma marginal y un puñado de cincuentones nostálgicos.


En todo caso, la rebelión juvenil de los años sesenta, tan idealizada en la actualidad, no dejó de ser más que un fenómeno social bastante curioso e insólito. Insólito por cuanto que de lo que se trató fue de una explosión de Transgresión desbordada, que escapó incluso a los mecanismos de control de los instintos juveniles de las instancias institucionales vigentes. No obstante, los principios transgresores y liberadores invocados pronto se trocaron en su polo contrario. La mitificación del paradigma religioso oriental convirtió a los jóvenes en presa fácil de las estructuras sectarias más represivas y esclavizadoras imaginables: Hare Krisna, Moon, o la que pudiera fundar cualquier otro gurú medio chiflado (o, más bien, bastante espabilado) de los que pululan por el mundo. En cualquier caso toda secta de las llamadas destructivas se presenta en principio como un elemento catalizador de las ansias de rebelión y Transgresión juvenil, del rechazo a las estructuras familiares, a las jerarquías sociales, al materialismo o al capitalismo, presentando como alternativa un género de mística panenteísta oriental identitaria y absorbente hasta el extremo de la intoxicación física y psíquica, así como la correlativa anulación de la personalidad. Otra vertiente liberadora que pronto mostró su verdadera faz esclavizadora y destructiva se produjo a raíz del culto desbocado a los narcóticos que la rebelión juvenil introdujo como medio de Transgresión.


El mayo del 68 francés solo pudo tener origen en el país más politizado de Occidente. El movimiento transgresor juvenil, procedente de capas intelectuales medias, revistió desde sus mismos comienzos un carácter inequívocamente político y netamente urbano. Careció por completo de los tics bobalicones o exhibicionistas y formalistas que caracterizaron al movimiento hippie, más yanqui que europeo propiamente dicho y por tal razón menos político y más campestre. El movimiento sesentayochista se definió netamente por su inspiración marxista. Se pretendió edificar un marxismo transgresor, de corte luxemburguista, trotskista o maoísta, alejado del marxismo burocrático soviético y, por esa misma razón, de la cúpula del PCF. La Transgresión juvenil pronto se adueñaría de las calles de París a golpe de barricada y cócteles molotov. No contó con líderes netamente definidos, en todo caso con ideólogos como Daniel Cohn-Bendit en París y Rudi Dutshke en Berlín.  Su principal arma fue la ingenuidad infantil y  utópica, y el lema que resume dicho movimiento, plasmado en una de las múltiples pintadas de las calles de París sed realistas, pedid lo imposible, era netamente transgresor, puramente anti-identitario, prácticamente inútil y volátil. El movimiento del 68 tuvo consecuencias políticas directas en la situación francesa, modificó la situación política, pero rápidamente se desvaneció... nada más finalizado el curso académico.


Al hilo de lo dicho sobre la Transgresión juvenil y el mayo del sesenta y ocho francés se puede sacar a colación un curioso fenómeno también ligado a los instintos transgresores juveniles: El Romanticismo de la Transgresión. En el caso de sistemas políticos fuertemente identitarios, hasta extremos insoportables tal y como ocurrió con el régimen franquista, la Transgresión a sus estrictas normas era algo que seducía por sí misma. Con independencia del  contexto de oposición política al Régimen, múltiples posturas transgresoras nacidas en el seno del movimiento estudiantil fueron el resultado de esa instintiva negación de lo prohibido. Una fuerte barrera dividía el polo de la Identidad y el de la Transgresión, situándose este último de forma clara y contundente en la clandestinidad. Frente al chato identitarismo del Régimen, en cuya cúspide se situaba un dictador cuya mediocridad solo era superada por su inhumanidad,  frialdad y sadismo. Frente a ese sistema de poder despótico y dogmático, rodeado de serviles ministros, de profesionales de la adulación al Tirano, de pomposos militares y bendecido por curas y obispos, se situaba, en el polo opuesto, el universo de la oposición que no era otro que el de la Transgresión. Tal dualidad  poder/anti-poder era percibida por grandes sectores de la juventud como una simple dicotomía Identidad absoluta/Transgresión absoluta.


Una vez sucumbido el Régimen, ya no cabría la menor duda; las puertas estaban abiertas a la Revolución, al comunismo científico, al comunismo libertario y a todo lo demás que se quisiese establecer. Ese entusiasmo duró bastante poco. Lo suficiente como para comprobar cómo un nuevo sistema identitario acababa imponiéndose. Lo que antes había estado totalmente prohibido por su contenido subversivo ahora no solo era tolerado sino alentado fervientemente desde las más variadas instancias institucionales: el Primero de Mayo, el Aberri Eguna, la Diada, los homenajes a García Lorca ... La huelga, antes un delito de sedición, era ahora un derecho  que conforme a sus cauces legales podía ejercerse libremente. La reunión, la asociación y la manifestación, considerados hasta entonces graves delitos de conspiración y desórdenes públicos, se elevaban a la categoría de derechos fundamentales amparados constitucionalmente, los sindicatos y los partidos, hasta entonces clandestinos, coparon su espacio social y se encaramaron a las estructuras del poder político y económico convirtiéndose en perfectas estructuras de mediación rígidamente centralizadas dominadas por profesionales de la política. La Política se mutó en tecnocracia económico-administrativa, se suplieron los contenidos ideológicos por sus respectivas clientelas... Lo que antes apareció como un abismo hacia la Transgresión sin límites se trocó en una nueva Identidad consolidada. Las identidades rígidas fueron sustituidas por identidades flexibles

Desde ese momento la visión dual desaparece y se difumina: ni el socialismo, ni el comunismo científico o libertario están a la vuelta de la esquina, los partidos empiezan a convertirse en estructuras burocráticas identitarias que funcionan como maquinarias electorales, los sistemas de cretinización de masas, antes monopolizados por el Estado, se delegan en el sector privado.


La antigua Transgresión, la misma que antes los hacía ocultarse de la policía, que hacía de una pegada de carteles o de una tirada de pasquines una aventura casi tan arriesgada como ocupar un fortín por un comando de élite, se había convertido hoy en parte de la más rutinaria y aburrida Identidad. Quienes antes vieron en los líderes más antiguos de la clandestinidad auténticos ídolos dignos de veneración avalados, no solo por su generosa entrega a elevados ideales sin buscar por ello compensación material alguna, sino también por un currículum de muchos años de cárcel, torturas y persecución policial,  ahora verían en los nuevos dirigentes de la democracia unos oportunistas de tomo y lomo, trepadores y zancadilleros, ávidos de cargos en las Instituciones, charlatanes de segunda fila más preocupados por su propia imagen y proyección pública que por las ideas que hubieren de defender. Por otra parte su ideología no era otra que la de su propia consolidación en el sistema


Hoy día podemos apreciar como  muchos de los antiguos hippies y sesentayochistas han vuelto al redil reconvertidos en prósperos yuppies que, en firme acto de constricción por sus pasados pecados,  abrazan el pensamiento único, el capitalismo y su democracia como aquel paraíso terrenal que nunca debieron abandonar.


TRANSGRESIÓN Y DERECHO


El derecho es, por excelencia, el reino de las Identidades sociales y políticas. Los sistemas normativos regulan la constitución y el funcionamiento de las instituciones políticas, administrativas y económicas. El reino del derecho es, a la vez, el reino de las formas y estructuras organizadas, el rígido cascarón donde se introducen los más variados contenidos sociales.

La Transgresión al derecho reviste, en tanto que negación del derecho, sus propias consecuencias represoras. El derecho está dotado de tal fuerza identitaria y de tal capacidad de reconducir toda realidad hacia sí mismo que no solo está en condiciones de determinar y definir formas y conductas positivas sino también sus propias transgresiones, disponiendo el marco y los supuestos de sanción de estas previa su oportuna identificación, a la que califica con su propia terminología ad hoc, ya sea como ilegalidad, o ilicitud cuando se refiere a casos particulares y arbitrariedad o injusticia cuando se hace referencia a la total ausencia de una normativa jurídica reguladora de las decisiones y comportamientos políticos. El derecho se determina tanto a sí mismo como a su contrario, es un indicador tanto de sí como de su propia contradicción.


Un marco tan identificador como el jurídico no podía prescindir de la necesidad de determinar positivamente sus propias transgresiones, de identificarlas como tales. De hecho, la legislación penal y sancionadora es todo un catálogo de las posibles transgresiones al derecho. El mismo principio de legalidad, nulla pena sine lege, prescribe la obligación de identificar la Transgresión como conditio sine qua nom del alcance de la norma  penal. Ante pocas áreas tan intransigentes con la Transgresión nos vamos a encontrar como ante ésta del derecho. La persecución y represión de la Transgresión por el derecho es sistemática, dado que su tendencia natural es su total erradicación.


No obstante, lo cierto es que el derecho debe su existencia misma a la Transgresión. Sin Transgresión no existirían la policía ni los tribunales. Ya se sabe, no hay policía sin delincuentes, como tampoco habría insecticidas sin insectos. Los primeros deben su existencia a los segundos. La práctica jurídica se reduce, en esencia, a un continuo trabajo de identificación. Puede que a los juristas les parezca un disparate, pero sostengo que la principal fuente del derecho es la Transgresión, en la medida en que ese perpetuo esfuerzo de identificación propio del mundo del derecho surge en su brutal contraste con la Transgresión. El derecho se encarga de rodear el mundo, identificarlo y someterlo, de clasificarlo y regularlo todo con arreglo a sus propios parámetros: lo legal, lo ilegal y lo alegal. El mundo del derecho se puede ver como un sistema de trasposición al mundo real de una constelación absorbente de prescripciones, obligaciones y prohibiciones.

Nos encontramos ante la paradoja de como el derecho puro emerge como un mundo perfecto en su técnica y racionalidad, por un lado, y, por otro, de como dicha técnica y racionalidad se ha ido configurando en el marco del conflicto, del contencioso y del litigio.  La jurisprudencia, una de las fuentes del derecho enumeradas en el Código Civil, constituida por cientos de miles de sentencias emanadas de los Tribunales de Justicia, es hija directa del conflicto y de la Transgresión. A fin de cuentas, el identitarismo jurídico se forja en la Transgresión social, su vitalidad formalista se realiza en el amorfismo social real. La Identidad del imperio de la ley y el derecho se consuma en aquellas zonas de Transgresión que se sitúan precisamente en sus márgenes.

No hay nada que más teman los juristas que las llamadas lagunas legales. El esfuerzo interpretativo e identificador del mundo del derecho es tal que gran parte de la actividad jurídica va encaminada a arbitrar las  técnicas tendentes a  detectar y cubrir por todos los medios posibles  las lagunas legales, ya sea mediante la organización de un sistema jerárquico de fuentes del derecho de carácter preclusivo, ya sea mediante el recurso a la interpretación analógica con otras fuentes paralelas, etc. 

El formalismo jurídico es pariente cercano de la lógica formal. Toda sentencia encierra en sí un silogismo, de la conducta tipificada a la conducta real. El infierno de los juristas radica en la imposibilidad de adecuar con exactitud tales silogismos. Muchos supuestos escapan a un encasillamiento jurídico. Por otro lado se advierten matices que hacen que las piezas no encajen y ahí está el proceso y el juicio contradictorio, el mecanismo del cual se vale el derecho para establecer y aplicar sus normas y consecuencias identitarias. Abogados, por un lado, fiscales, por otro, extraen de una misma norma enfoques opuestos y antagónicos, aducen pruebas de valor previamente catalogado por el derecho y al final se sujetan al veredicto del juez 

Todo derecho enumerado es una determinación positiva y negativa a un mismo tiempo. La determinación de un derecho subjetivo o de una situación jurídica de poder es, a un mismo tiempo, una exclusión de sus tentativas de Transgresión, su defensa es también su lucha contra la Transgresión. El robo determina la propiedad del mismo modo que lo pudieran hacer sus propios mecanismos identitarios, a saber, la Notaría o el Registro de la Propiedad.

DELINCUENCIA Y TRANSGRESIÓN

Cuando leí por primera vez la Política de Aristóteles hubo algo que me llamó la atención sobremanera. En el capítulo dedicado a la economía y crematística, describía de forma llana y sin prejuicios de ningún género, una enumeración de las distintas actividades económicas humanas que no se procuran el sustento mediante el cambio y el comercio. La relación empezaba con el pastoreo, para seguir con la agricultura y para terminar con las distintas formas de depredación:  la piratería, la pesca y la caza[1]. Lo más curioso es que incluía la piratería entre  las distintas formas de caza. En cierto modo, Aristóteles no se equivocaba. En este mundo la calificación que se de a las actividades humanas puede ser una cuestión de dimensión. Al pequeño prestamista se le ha dado siempre un calificativo despectivo, el de usurero. Sin embargo, al gran prestamista se le llama Banco u Entidad Financiera. Al depredador de bienes ajenos a pequeña escala se le llama pirata. Al depredador a gran escala se le denomina Imperio Colonial: España fue el Gran Pirata del Continente Americano (la obsesión y fijación contínua de sus grandes conquistadores, Pizarro, Cortés, Cabeza de Vaca, Lope de Aguirre, etc en la búsqueda de oro, Eldorado, no los hizo muy distintos del Pirata Barbarroja), Inglaterra fue el Gran Pirata de los cinco continentes: al Museo Británico muy bien pudiera habérsele llamado Museo de la Piratería colonial. El caso de Francis Drake es bastante curioso. En una situación en la que los intereses de dos imperios coloniales, el inglés y el español, estaban enfrentados, su tratamiento varió de un país a otro. Para España, cuyos buques y navíos abordaba y saqueaba, fue el pirata Draque, mientras que para Inglaterra, beneficiaria de sus acciones, fue Sir Francis Drake, corsario, caballero y vicealmirante de la Marina Real Británica.
Francis Drake

Sin duda todo es objetable. La piratería es un comportamiento delictivo porque así lo reconocen las disposiciones legales emanadas de los Estados, inclusive de aquellos que han prosperado a lo largo de su historia a costa de practicar la piratería a gran escala.

Por otra parte, la llamada delincuencia abarca un campo tan amplio de acciones humanas que no cabe encasillamiento. Toda la gama de actitudes transgresoras de la norma recogidas en los códigos penales se compendian como conductas delictivas. En este sentido la delincuencia como tal se nos presenta como un concepto jurídico cuyo común denominador radica en la Transgresión de la norma sin más. Sin embargo, los tipos delictivos que recogen los códigos penales aluden a conductas transgresoras de la más variada índole: desde aquellas transgresiones naturalistas cuya motivación última es la satisfacción del instinto, caso de los distintos delitos sexuales así como todos los que implican imprudencia y temeridad, hasta aquellas transgresiones de orden cultural en cuya base se encuentra la defensa de las instituciones e Identidades culturales o económicas establecidas cuya Transgresión se castiga: sedición, robo, malversación, cohecho, falsificación, prevaricación, etc. La sociedad se defiende continuamente  de los ataques más intolerables a su propia Identidad. En este campo la Transgresión no tiene más antídoto que la represión. No cabe integrarla ni regularla porque no existe marco social capaz de absorberla. El margen de tolerancia de la estructura social, en el sentido de tolerancia material, excluye de forma radical la Transgresión destructiva.


Ello no implica que este género de Transgresión no pueda encadenarse a los sistemas de Transgresión socialmente regulados multiplicando sus efectos. Al respecto, indicar que un problema con el que se topa el Carnaval de Río es el fuerte incremento del índice de criminalidad que se produce durante esas fechas, y es que la negación de la Identidad se convierte en un terreno abonado para la ocasión cara a la aparición de las transgresiones destructivas. De igual modo, a la Transgresión juvenil, considerada un problema de primer orden dada la precariedad de su sistema de regulación, surge con una fuerte tendencia a desbocarse, a escapar  de sus débiles marcos reguladores debido a la atracción que producen sobre ella las distintas formas de Transgresión destructiva, ligadas al tráfico y consumo de estupefacientes.  
Droga sagrada. Peyote

En toda civilización, en toda formación social y cultural, se consumen sustancias tóxicas. Empero, este consumo por lo general se produce de forma relativamente regulada y controlada y en unos tiempos sistemática y rigurosamente determinados. Los momentos del consumo y consecutiva relajación de los mecanismos inhibitorios-represivo-culturales los marca un calendario perfectamente estructurado que asigna el tiempo de la producción y el trabajo y el tiempo del ocio y de la fiesta. 
Droga sagrada. Vino

No obstante, de esos rigurosos controles carecen los grupos sociales aún no integrados en el mundo de la producción y el trabajo: a saber, la adolescencia y la juventud, lo cual convierte a los jóvenes en los seres más proclives al consumo  incontrolado de sustancias estupefacientes. Se puede decir que el incremento desbordado e incontrolado del consumo de drogas como fenómeno característico de las modernas sociedades capitalistas trae causa de un sistema que en gran parte relega la cuestión del control y regulación del consumo de drogas a los mecanismos-automatismos del mercado. El mercado de las formaciones sociales capitalistas, que descansa sobre el principio de la maximización del beneficio y la sobreproducción a gran escala, implica la incentivación del consumo hasta su completo desboque.  Las instancias reguladoras tradicionales pasan a un segundo plano. Las capas juveniles de la población, cuya pulsión por el placer les induce, en ausencia de mecanismos reguladores,  a llenar el tiempo exclusivamente del mundo lúdico y del ocio, fácilmente tiende a la relajación perpetua, al exceso del placer y, en ciertos casos, a su completa liberación, vía consumo de drogas, de los mecanismos represivos-inhibidores-culturales


Por mucho que se quiera, no es fácil vislumbrar una nítida frontera entre el mercado (blanco) y el mercado negro, su necesario e inevitable polo transgresor, y es que la economía de mercado, organizada sobre la estructura de la mercancía, del cambio y del dinero, se constituye como una de esas Identidades a las que voy a dar en llamar débiles, por cuanto que la tendencia que engendra bajo su forma de capital es la del enriquecimiento ilimitado. Difícil resulta identitarizar aquellas formas y estructuras cuya lógica de funcionamiento y realización radica precisamente en su no sujeción a límite de ningún tipo. Y es que el capitalismo instituye como novedad el principio de la Identidad transgresora, un género de legalidad particular que continua e inevitablemente se encadena a sus consecuencias transgresoras. Los límites legales y éticos a este nuevo sistema económico poco pueden hacer cuando la lógica del valor y de la ganancia pone en funcionamiento gigantescas redes de prostitución, pornografía infantil, tráfico de drogas, fuga de capitales o especulación del suelo o cuando las formas de control político se muestran ineficaces a la hora de detener la corrupción administrativa.


En realidad, ningún organismo viviente, y la sociedad es, aparte las connotaciones organicistas, uno más de ellos, tolera los elementos tóxicos, ya sean  exógenos o endógenos. Para eliminar y contrarrestar los efectos de los primeros dispone de un sistema inmunológico, para neutralizar a los segundos se provee de un conjunto de redes y mecanismos de evacuación. Las prisiones y las cárceles se pueden concebir como depósitos de almacenaje y neutralización de los agentes transgresores-destructores (patógenos) que produce la misma dinámica social.

El penalismo se topa ante un doble dilema, el castigo y la prevención y, dentro del primero, ha de optar entre el castigo y la reinserción (o reidentificación, ya que estamos hablando en estos términos) . Sin duda, en este ámbito, la retórica dista años luz de la realidad. Las modernas sociedades capitalistas acostumbran a convivir con un margen de delincuencia siempre y cuando este se sitúe dentro de unos límites razonables,-  del mismo modo que admiten incluso exigen una tasa de desempleo tolerable. Los más cínicos economistas consideran que cierto índice de desempleo es saludable para la economía, en la medida que la disposición de una reserva de mano de obra permite que los engranajes del sistema se lubriquen en el sentido de neutralizar el absentismo laboral y permitir una mayor competencia en la oferta de mano de obra. En esta dirección se alude a la existencia de una Tasa Natural de Desempleo[2].-  Del mismo modo, cierto margen de delincuencia, o de este género de Transgresión, justifica y legitima la presencia, existencia e intervención de los mecanismos identitarios estatales. Como habíamos advertido a propósito del Derecho, en el presente caso la Identidad se crea y produce, o, lo que viene a ser lo mismo, le debe su misma vida a su interacción con su polo antitético y transgresor. Sin delincuentes no pueden existir los policías del mismo modo que sin caza no puede existir el cazador. De este complejo circuito mutuamente recursivo nace el Estado como tal. El Estado, para constituirse en garante de la paz social  o de la identidad social ha de vivir, sumergirse y realizarse en el conflicto social o, lo que viene a ser lo mismo, en la transgresión social.


La dicotomía, ya clásica en ciencia política, Estado/Sociedad Civil se puede contemplar, desde cierto punto de vista, como una relación Identidad/Transgresión. El Estado, como estructura política organizada, se superpone a una sociedad amorfa e inorgánica, compuesta por millones de ciudadanos, productores y propietarios, habitantes permanentes y transeúntes, familias, asociaciones, grupos, etc. pero el Estado no se limita a superponerse y lo que busca en todo momento es sujetar a esa sociedad amorfa y descompuesta a su propio metabolismo, imprimirle su impronta identitaria. El Estado, desde cierto punto de vista, se produce y reproduce en la sociedad civil y, en el fondo, esa imposibilidad absoluta de control sobre la sociedad civil es lo que en realidad da vida al Estado, es lo que lo mantiene en funcionamiento perpetuo.












[1]Aristóteles: La Política. Pág. 60. Editora Nacional.  1981, Madrid

[2]Un manual para estudiantes como la Economía de Paúl A. Samuelson y William D. Nordhaus nos ilustra sobre la Curva de Phillips, uno de esos diagramas de coordenadas  cartesianas ordenadores de ese tipo de relaciones inversamente proporcionales que tanto gustan a los economistas y que nos obligan a elegir entre una cosa y otra. En esta ocasión no se trata de elegir entre los  cañones o la mantequilla sino entre la tasa de inflación y la tasa de desempleo. A más desempleo, menos inflación, a menos desempleo más inflación. Así que la tasa natural de desempleo (¡cómo se nota que el que ha escrito ese libro no es un desempleado!) es aquella en que la presión al alza sobre los salarios generada por los puestos vacantes es exactamente igual a la baja sobre los salarios generada por el desempleo (Paúl A. Samuelson y William D. Nordhaus: Economía..Pág. 384  Mac Graw Hill 1990, Madrid)