El derecho es, por
excelencia, el reino de las Identidades sociales y políticas. Los sistemas normativos
regulan la constitución y el funcionamiento de las instituciones políticas,
administrativas y económicas. El reino del derecho es, a la vez, el reino de
las formas y estructuras organizadas, el rígido cascarón donde se introducen
los más variados contenidos sociales.
La Transgresión al
derecho reviste, en tanto que negación del derecho, sus propias consecuencias
represoras. El derecho está dotado de tal fuerza identitaria y de tal capacidad
de reconducir toda realidad hacia sí mismo que no solo está en condiciones de
determinar y definir formas y conductas positivas sino también sus propias
transgresiones, disponiendo el marco y los supuestos de sanción de estas previa
su oportuna identificación, a la que califica con su propia terminología ad
hoc, ya sea como ilegalidad, o ilicitud cuando se refiere a
casos particulares y arbitrariedad o injusticia cuando se hace
referencia a la total ausencia de una normativa jurídica reguladora de las
decisiones y comportamientos políticos. El derecho se determina tanto a sí
mismo como a su contrario, es un indicador tanto de sí como de su propia
contradicción.
Un marco tan
identificador como el jurídico no podía prescindir de la necesidad de
determinar positivamente sus propias transgresiones, de identificarlas como
tales. De hecho, la legislación penal y sancionadora es todo un catálogo de las
posibles transgresiones al derecho. El mismo principio de legalidad, nulla
pena sine lege, prescribe la obligación de identificar la Transgresión como
conditio sine qua nom del alcance de la norma penal. Ante pocas áreas tan intransigentes
con la Transgresión nos vamos a encontrar como ante ésta del derecho. La
persecución y represión de la Transgresión por el derecho es sistemática, dado
que su tendencia natural es su total erradicación.
No obstante, lo
cierto es que el derecho debe su existencia misma a la Transgresión. Sin
Transgresión no existirían la policía ni los tribunales. Ya se sabe, no hay
policía sin delincuentes, como tampoco habría insecticidas sin insectos. Los
primeros deben su existencia a los segundos. La práctica jurídica se reduce, en
esencia, a un continuo trabajo de identificación. Puede que a los juristas les
parezca un disparate, pero sostengo que la principal fuente del derecho es la
Transgresión, en la medida en que ese perpetuo esfuerzo de identificación
propio del mundo del derecho surge en su brutal contraste con la Transgresión.
El derecho se encarga de rodear el mundo, identificarlo y someterlo, de
clasificarlo y regularlo todo con arreglo a sus propios parámetros: lo legal,
lo ilegal y lo alegal. El mundo del derecho se puede ver como un sistema de
trasposición al mundo real de una constelación absorbente de prescripciones,
obligaciones y prohibiciones.
Nos encontramos
ante la paradoja de como el derecho puro emerge como un mundo perfecto en su
técnica y racionalidad, por un lado, y, por otro, de como dicha técnica y
racionalidad se ha ido configurando en el marco del conflicto, del contencioso
y del litigio. La jurisprudencia, una de
las fuentes del derecho enumeradas en el Código Civil, constituida por cientos
de miles de sentencias emanadas de los Tribunales de Justicia, es hija directa
del conflicto y de la Transgresión. A fin de cuentas, el identitarismo jurídico
se forja en la Transgresión social, su vitalidad formalista se realiza en el
amorfismo social real. La Identidad del imperio de la ley y el derecho se
consuma en aquellas zonas de Transgresión que se sitúan precisamente en sus
márgenes.
No hay nada que
más teman los juristas que las llamadas lagunas legales. El esfuerzo
interpretativo e identificador del mundo del derecho es tal que gran parte de
la actividad jurídica va encaminada a arbitrar las técnicas tendentes a detectar y cubrir por todos los medios
posibles las lagunas legales, ya sea
mediante la organización de un sistema jerárquico de fuentes del derecho de
carácter preclusivo, ya sea mediante el recurso a la interpretación analógica
con otras fuentes paralelas, etc.
El formalismo
jurídico es pariente cercano de la lógica formal. Toda sentencia encierra en sí
un silogismo, de la conducta tipificada a la conducta real. El infierno de los
juristas radica en la imposibilidad de adecuar con exactitud tales silogismos.
Muchos supuestos escapan a un encasillamiento jurídico. Por otro lado se
advierten matices que hacen que las piezas no encajen y ahí está el proceso y
el juicio contradictorio, el mecanismo del cual se vale el derecho para
establecer y aplicar sus normas y consecuencias identitarias. Abogados, por un
lado, fiscales, por otro, extraen de una misma norma enfoques opuestos y
antagónicos, aducen pruebas de valor previamente catalogado por el derecho y al
final se sujetan al veredicto del juez
Todo derecho
enumerado es una determinación positiva y negativa a un mismo tiempo. La
determinación de un derecho subjetivo o de una situación jurídica de poder es,
a un mismo tiempo, una exclusión de sus tentativas de Transgresión, su defensa
es también su lucha contra la Transgresión. El robo determina la propiedad del
mismo modo que lo pudieran hacer sus propios mecanismos identitarios, a saber,
la Notaría o el Registro de la Propiedad.
DELINCUENCIA Y TRANSGRESIÓN
Cuando leí por
primera vez la Política de Aristóteles hubo algo que me llamó la atención
sobremanera. En el capítulo dedicado a la economía y crematística, describía de
forma llana y sin prejuicios de ningún género, una enumeración de las distintas
actividades económicas humanas que no se procuran el sustento mediante el
cambio y el comercio. La relación empezaba con el pastoreo, para seguir con la
agricultura y para terminar con las distintas formas de depredación: la piratería, la pesca y la caza[1]. Lo más curioso es que incluía la piratería
entre las distintas formas de caza. En
cierto modo, Aristóteles no se equivocaba. En este mundo la calificación que se
de a las actividades humanas puede ser una cuestión de dimensión. Al pequeño
prestamista se le ha dado siempre un calificativo despectivo, el de usurero.
Sin embargo, al gran prestamista se le llama Banco u Entidad Financiera. Al
depredador de bienes ajenos a pequeña escala se le llama pirata. Al depredador
a gran escala se le denomina Imperio Colonial: España fue el Gran Pirata del
Continente Americano (la obsesión y fijación contínua de sus grandes
conquistadores, Pizarro, Cortés, Cabeza de Vaca, Lope de Aguirre, etc en la
búsqueda de oro, Eldorado, no los hizo muy distintos del Pirata Barbarroja),
Inglaterra fue el Gran Pirata de los cinco continentes: al Museo Británico muy
bien pudiera habérsele llamado Museo de la Piratería colonial. El caso de Francis Drake es bastante curioso. En una situación en la que los intereses de dos imperios coloniales, el inglés y el español, estaban enfrentados, su tratamiento varió de un país a otro. Para España, cuyos buques y navíos abordaba y saqueaba, fue el pirata Draque, mientras que para Inglaterra, beneficiaria de sus acciones, fue Sir Francis Drake, corsario, caballero y vicealmirante de la Marina Real Británica.
Francis Drake |
Sin duda todo es
objetable. La piratería es un comportamiento delictivo porque así lo reconocen
las disposiciones legales emanadas de los Estados, inclusive de aquellos que
han prosperado a lo largo de su historia a costa de practicar la piratería a
gran escala.
Por otra parte, la
llamada delincuencia abarca un campo tan amplio de acciones humanas que no cabe
encasillamiento. Toda la gama de actitudes transgresoras de la norma recogidas
en los códigos penales se compendian como conductas delictivas. En este sentido
la delincuencia como tal se nos presenta como un concepto jurídico cuyo común
denominador radica en la Transgresión de la norma sin más. Sin embargo, los
tipos delictivos que recogen los códigos penales aluden a conductas
transgresoras de la más variada índole: desde aquellas transgresiones
naturalistas cuya motivación última es la satisfacción del instinto, caso de
los distintos delitos sexuales así como todos los que implican imprudencia y temeridad,
hasta aquellas transgresiones de orden cultural en cuya base se encuentra la
defensa de las instituciones e Identidades culturales o económicas establecidas
cuya Transgresión se castiga: sedición, robo, malversación, cohecho,
falsificación, prevaricación, etc. La sociedad se defiende continuamente de los ataques más intolerables a su propia
Identidad. En este campo la Transgresión no tiene más antídoto que la
represión. No cabe integrarla ni regularla porque no existe marco social capaz
de absorberla. El margen de tolerancia de la estructura social, en el sentido
de tolerancia material, excluye de forma radical la Transgresión destructiva.
Ello no implica
que este género de Transgresión no pueda encadenarse a los sistemas de
Transgresión socialmente regulados multiplicando sus efectos. Al respecto,
indicar que un problema con el que se topa el Carnaval de Río es el fuerte
incremento del índice de criminalidad que se produce durante esas fechas, y es
que la negación de la Identidad se convierte en un terreno abonado para la
ocasión cara a la aparición de las transgresiones destructivas. De igual modo,
a la Transgresión juvenil, considerada un problema de primer orden dada la
precariedad de su sistema de regulación, surge con una fuerte tendencia a desbocarse,
a escapar de sus débiles marcos
reguladores debido a la atracción que producen sobre ella las distintas formas
de Transgresión destructiva, ligadas al tráfico y consumo de estupefacientes.
Droga sagrada. Peyote |
En toda
civilización, en toda formación social y cultural, se consumen sustancias
tóxicas. Empero, este consumo por lo general se produce de forma relativamente
regulada y controlada y en unos tiempos sistemática y rigurosamente
determinados. Los momentos del consumo y consecutiva relajación de los
mecanismos inhibitorios-represivo-culturales los marca un calendario
perfectamente estructurado que asigna el tiempo de la producción y el trabajo y
el tiempo del ocio y de la fiesta.
Droga sagrada. Vino |
No obstante, de esos rigurosos controles
carecen los grupos sociales aún no integrados en el mundo de la producción y el
trabajo: a saber, la adolescencia y la juventud, lo cual convierte a los
jóvenes en los seres más proclives al consumo
incontrolado de sustancias estupefacientes. Se puede decir que el
incremento desbordado e incontrolado del consumo de drogas como fenómeno
característico de las modernas sociedades capitalistas trae causa de un sistema
que en gran parte relega la cuestión del control y regulación del consumo de drogas
a los mecanismos-automatismos del mercado. El mercado de las formaciones
sociales capitalistas, que descansa sobre el principio de la maximización del
beneficio y la sobreproducción a gran escala, implica la incentivación del
consumo hasta su completo desboque. Las
instancias reguladoras tradicionales pasan a un segundo plano. Las capas
juveniles de la población, cuya pulsión por el placer les induce, en ausencia
de mecanismos reguladores, a llenar el
tiempo exclusivamente del mundo lúdico y del ocio, fácilmente tiende a la
relajación perpetua, al exceso del placer y, en ciertos casos, a su completa
liberación, vía consumo de drogas, de los mecanismos
represivos-inhibidores-culturales
Por mucho que se quiera, no es fácil vislumbrar una
nítida frontera entre el mercado (blanco) y el mercado negro, su necesario e
inevitable polo transgresor, y es que la economía de mercado, organizada sobre
la estructura de la mercancía, del cambio y del dinero, se constituye como una
de esas Identidades a las que voy a dar en llamar débiles, por cuanto
que la tendencia que engendra bajo su forma de capital es la del
enriquecimiento ilimitado. Difícil resulta identitarizar aquellas formas y
estructuras cuya lógica de funcionamiento y realización radica precisamente en su
no sujeción a límite de ningún tipo. Y es que el capitalismo instituye como
novedad el principio de la Identidad transgresora, un género de legalidad
particular que continua e inevitablemente se encadena a sus consecuencias
transgresoras. Los límites legales y éticos a este nuevo sistema económico poco
pueden hacer cuando la lógica del valor y de la ganancia pone en funcionamiento
gigantescas redes de prostitución, pornografía infantil, tráfico de drogas,
fuga de capitales o especulación del suelo o cuando las formas de control
político se muestran ineficaces a la hora de detener la corrupción
administrativa.
En realidad, ningún organismo viviente, y la sociedad es,
aparte las connotaciones organicistas, uno más de ellos, tolera los elementos
tóxicos, ya sean exógenos o endógenos.
Para eliminar y contrarrestar los efectos de los primeros dispone de un sistema
inmunológico, para neutralizar a los segundos se provee de un conjunto de redes
y mecanismos de evacuación. Las prisiones y las cárceles se pueden concebir
como depósitos de almacenaje y neutralización de los agentes
transgresores-destructores (patógenos) que produce la misma dinámica social.
El penalismo se topa ante un doble dilema, el castigo y
la prevención y, dentro del primero, ha de optar entre el castigo y la
reinserción (o reidentificación, ya que estamos hablando en estos términos) .
Sin duda, en este ámbito, la retórica dista años luz de la realidad. Las
modernas sociedades capitalistas acostumbran a convivir con un margen de
delincuencia siempre y cuando este se sitúe dentro de unos límites razonables,- del mismo modo que admiten incluso exigen una
tasa de desempleo tolerable. Los más cínicos economistas consideran que
cierto índice de desempleo es saludable para la economía, en la medida
que la disposición de una reserva de mano de obra permite que los engranajes
del sistema se lubriquen en el sentido de neutralizar el absentismo laboral y
permitir una mayor competencia en la oferta de mano de obra. En esta dirección
se alude a la existencia de una Tasa Natural de Desempleo[2].- Del mismo modo, cierto margen de
delincuencia, o de este género de Transgresión, justifica y legitima la
presencia, existencia e intervención de los mecanismos identitarios estatales.
Como habíamos advertido a propósito del Derecho, en el presente caso la
Identidad se crea y produce, o, lo que viene a ser lo mismo, le debe su misma
vida a su interacción con su polo antitético y transgresor. Sin delincuentes no
pueden existir los policías del mismo modo que sin caza no puede existir el
cazador. De este complejo circuito mutuamente recursivo nace el Estado como
tal. El Estado, para constituirse en garante de la paz social o de la identidad social ha de vivir,
sumergirse y realizarse en el conflicto social o, lo que viene a ser lo mismo,
en la transgresión social.
La dicotomía, ya clásica en ciencia política,
Estado/Sociedad Civil se puede contemplar, desde cierto punto de vista, como
una relación Identidad/Transgresión. El Estado, como estructura política
organizada, se superpone a una sociedad amorfa e inorgánica, compuesta por
millones de ciudadanos, productores y propietarios, habitantes permanentes y
transeúntes, familias, asociaciones, grupos, etc. pero el Estado no se limita a
superponerse y lo que busca en todo momento es sujetar a esa sociedad amorfa y
descompuesta a su propio metabolismo, imprimirle su impronta identitaria. El
Estado, desde cierto punto de vista, se produce y reproduce en la sociedad
civil y, en el fondo, esa imposibilidad absoluta de control sobre la sociedad
civil es lo que en realidad da vida al Estado, es lo que lo mantiene en
funcionamiento perpetuo.
[2]Un manual para estudiantes como la Economía de Paúl A.
Samuelson y William D. Nordhaus nos ilustra sobre la Curva de Phillips,
uno de esos diagramas de coordenadas
cartesianas ordenadores de ese tipo de relaciones inversamente
proporcionales que tanto gustan a los economistas y que nos obligan a elegir
entre una cosa y otra. En esta ocasión no se trata de elegir entre los cañones o la mantequilla sino entre la tasa
de inflación y la tasa de desempleo. A más desempleo, menos inflación, a menos
desempleo más inflación. Así que la tasa natural de desempleo (¡cómo se
nota que el que ha escrito ese libro no es un desempleado!) es aquella en
que la presión al alza sobre los salarios generada por los puestos vacantes es
exactamente igual a la baja sobre los salarios generada por el desempleo
(Paúl A. Samuelson y William D. Nordhaus: Economía..Pág. 384 Mac Graw Hill 1990, Madrid)
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