sábado, 21 de abril de 2012

¿Es la religión consustancial a nuestra especie?


A veces pienso que la religión se comporta como la constante descrita en el principio de conservación de la energía. Si un extraterrestre, como observador imparcial, echara un vistazo sobre todas las sociedades humanas descubriría que todas ellas, conexas o inconexas en el tiempo y en el espacio, desde África a Eurasia a Melanesia pasando por América, allá donde se encontraran, han practicado uno u otro tipo de religiones, animistas, politeístas, monoteístas o panenteístas. El dato es exacto aunque cualquier conclusión al respecto puede ser precipitada. El hombre, en efecto, es el único animal que tiene consciencia de la muerte.

Su fuerte proyección existencial le induce, en determinadas condiciones, a fraguar el mito. El mito aparece incluso en las construcciones científicas más elaboradas. Nada nos salvaguarda del mito.  El optimismo de los primeros positivistas infundió la creencia de que la racionalidad científica iría desplazando paulatinamente de la mente de los hombres los fantasmas místicos y religiosos al ofrecer una explicación positiva y contrastada de la naturaleza de las cosas. La perspectiva positivista olvidaba algo básico, que el fundamento último de toda percepción religiosa no descansa en el conocimiento.

La religión funciona como una ideología práctica con base social e institucional y su presencia y persistencia no tiene que obedecer necesariamente a la ignorancia del funcionamiento real de las cosas del mundo, sino a un complejo sistema en el que se entrelazan un espíritu infantil de dependencia y de anhelo protector, el deseo de traspasar las fronteras que al ser humano le impone la muerte como destino final, la fuerte proyección existencial del ser humano que le impone dotar de sentido su existencia insertándola en  la del universo, el ansia de establecer una conexión directa entre el hombre y lo absoluto, la búsqueda de la certeza en la incertidumbre, la simplificación ética que impone el establecimiento de una moral dirigida y, en las religiones monoteístas, la necesaria legitimación de un sistema despótico en base a los principios de jerarquía, dominación y subordinación que estaría conectada a la presencia de una divinidad puro reflejo del monarca, sátrapa o tirano.

 El poder y el control social lo ejerce la casta de los sacerdotes mediante las instituciones de la penitencia, el sacrificio o la confesión. La religiosidad sería producto de la conexión compleja de todos esos elementos, el conocimiento sería uno de ellos y su importancia no ha sido despreciable, no olvidemos que por transgredir las "verdades reveladas" fue quemado vivo Giordano Bruno, Galileo fué perseguido, Spinoza fue incluido en el Índice junto a otros muchos más, etc, etc, etc, que a partir del siglo IV la filosofía griega, nacida de la ciencia y del conocimiento, va a ponerse al servicio de la razón religiosa. Propagadores como Agustín de Hippona o Tomás de Aquino se valdrán de Platón y Aristóteles para vaciarlos de contenido y servirse de ellos como vehículos para insertar fe y razón dentro de unos sistemas teológicos construídos tautológicamente que buscan lo que encuentran y encuentran lo que buscan.  

También Marx pecaba de iluso y optimista cuando afirmaba que "el reflejo religioso del mundo real únicamente podrá desvanecerse cuando las circunstancias de la vida práctica, cotidiana, representen para los hombres, día a día, relaciones diáfanamente racionales, entre ellos y con la naturaleza" .Aunque su perspectiva superaba a la positivista en el enfoque sociológico del fenómeno religioso, no puramente gnoseológico, cayó igualmente en la simplificación. Conforme a la concepción marxista la ideología es un reflejo de las relaciones de los hombres con la naturaleza y de las relaciones de los hombres entre sí.

En el primer sentido, el de las relaciones de los hombres con la naturaleza, la causa de la visión deformada de la realidad será el desconocimiento tal y como sucede en la formaciones sociales precapitalistas (aquí coincide con los positivistas) y, en el segundo caso, el carácter fetichista que adopta la mercancía bajo el modo de producción capitalista, donde la ideología encubre relaciones sociales que adquieren el carácter de cosas. Se cae en la simplificación, pues las ideologías obedecen a tiempos distintos a los institucionales y económicos. Parece como si los hombres tuvieran delante suya una lente que les impidiera ver las cosas tal y como son y que un cambio social radical apartaría de la noche a la mañana esa lente y les hiciera ver de pronto la realidad tal y como es.  

En realidad una solución definitiva a todos los problemas no existe, y la oscuridad aparece y reaparece cuando ya se la creía exorcizada, se instala en el racionalismo, en el positivismo y hasta en el marxismo.. Nunca se debe esperar más de lo que se puede conseguir porque es esa otra alucinación más, la de las relaciones claras y diáfanas, porque nunca se llegará a la claridad absoluta (y esperemos que nunca se consiga, porque supondría la muerte o el apagón general), siempre surgirán nuevos problemas, nuevas dudas, siempre será necesario regresar por el camino recorrido y empezar de nuevo. Los hombres siempre han sido buscadores de problemas y de soluciones a esos problemas.

El positivismo y el marxismo han sido víctimas en este sentido del paradigma de simplificación, han escogido una sola fuente de producción de la ideología, el uno, el conocimiento (teológico, metafísico y positivo) y el otro las relaciones sociales (encubridoras de las relaciones reales) y han perdido de vista el engranaje complejo gnoseológico-social-psicológico-existencial que ha funcionado con diferente repercusión e intensidad según la época, lugar, clase o institución así como su naturaleza de conexión desiderativa-cognitiva-pulsional-pasional-filial con el absoluto, el deseo incontrolable de controlar lo que no está sujeto a control.  

Por otra parte y, siguiendo el hilo de lo anterior, el espíritu religioso nunca ha sido suprimido del todo. Y es que las fuentes del misticismo, del oscurantismo y del fantasma religioso son múltiples, se hallan conexas y están concatenadas. Un cambio de sociedad no tiene porqué implicar la desaparición de la consciencia de la muerte, del deseo a sobrevivirla y del estado de reinfantilización y dependencia materna. Por otro lado, el derrumbe de barreras en el campo del conocimiento tiene efectos paradójicos. A lo largo de la edad moderna y contemporánea, las ciencias no han hecho otra cosa que desplazar al hombre del centro del universo y situarlo en posiciones cada vez mas marginales, tanto desde el punto de vista cosmológico como ontológico.

Magnitudes tales como los años/luz como medida de la distancia, el cómputo de los acontecimientos geológicos en miles de millones de años, la consciencia de que el fin de nuestra especie no tiene porqué implicar el fin de la vida en la Tierra, la puesta de manifiesto de la existencia de fenómenos como los quásares, los púlsares, los agujeros negros y la antimateria que escapan al ámbito de nuestra percepción sensible, etc, al poner de manifiesto la insignificancia de la existencia humana en relación a todo el conjunto, generan necesidades nuevas de dependencia religiosa, un mayor empequeñecimiento, una mayor infantilización, en el sentido de una mayor sensación de desamparo, una nueva necesidad de someter a control lo desconocido e incontrolable.

Y siempre habrá Paulinos y charlatanes dispuestos a trastocar los conocimientos de la ciencia moderna para ponerlos al servicio de la teología.  ¿Significa lo hasta ahora dicho que no caben posibilidades reales de superación de las fantasmagorías religiosas? No, en absoluto. De hecho, nuestro mundo no es el mundo primitivo ni el mundo medieval. Los poderes, en gran cantidad de países son laicos, en el mundo occidental las Iglesias han perdido mucho poder sobre las decisiones políticas, aunque en situaciones críticas, regresan los fantasmas.El ciudadano medio de nuestro entorno puede sobrevivir perfectamente sin tener que acudir a las fuentes de la religión y de la religiosidad y tan solo se acuerda de ella cuando ve próxima la desgracia o cuando se sume en la más profunda desesperación. Sin embargo, el mundo religioso ofrece lo que no tiene el mundo civil: ritos, fastos, solemnidades y fiestas.

Los rituales de iniciación, que en la jerga católica se llaman sacramentos, son ampliamente adaptados y aceptados por las sociedades de nuestro entorno mediterráneo y constituyen motivos festivos y además un gran negocio para la hostelería. Parece que la devoción a los santos locales que llenan de fiestas y jolgorio los pueblos de la península están muy lejos de extinguirse. Se ha desgajado una cierta religión sincrética popular de los medios de control y represión clericales.  Por otro lado, se puede asegurar tajantemente que nada es consustancial al hombre, salvo su capacidad innata de asimilar, adquirir, aprender.

Otra cuestión son los contenidos mismos de ese aprendizaje, su conexión con sus pulsiones existenciales que obviamente puede variar dependiendo de sus condiciones de vida. Por tal motivo no considero aceptables las afirmaciones de ciertos biólogos cuando aseguran que "se da en la naturaleza biológica del hombre una predisposición hacia las creencias y cultos religiosos, esto es, hacia las creencias y ritos que dan un significado trascendental a la vida individual" (Francisco Ayala)  Además de Ayala, el fundador de la sociobiología E.O. Wilson busca en nuestros genes el fundamento de tan universal predisposición a las creencias religiosas. 

Ante tal género de determinismo solo podría caber resignación: lo que se sanciona con la predisposición biológica adquiere inmediatamente el estatuto de lo inmutable e invariable tal como sucede con la cuestión de la agresividad humana y la metafísica del hombre. Pero los ateos y los agnósticos coexisten con los creyentes. En este sentido la naturaleza biológica del hombre solo predispondría a los estos últimos.  Trazar predisposiciones en la naturaleza biológica del hombre no implica mas que dogmatizar sobre la misma en el más amplio sentido del término. La única predisposición humana es la de asimilar el entorno y los entornos son muy variados. Aunque últimos estudios en materia bio-religiosa aseguran que desde el punto de vista de la selección natural el comportamiento religioso ha sido ventajoso en términos de asegurar la supervivencia.

Esa capacidad de asimilar múltiples entornos diferentes con el auxilio de un único instrumento biológico sienta un precedente radicalmente nuevo en la naturaleza.Hasta el momento la biodiversidad, la variación de biotas,  se basaba en las múltiples posibilidades adaptativas que ofrecía el ecosistema, y esa misma adaptabilidad incluía la génesis orgánica. En tal sentido, se puede afirmar que el pato tiene predisposición biológica a nadar en las lagunas, el cercopiteco y la ardilla a trepar por los árboles, el quebrantahuesos a triturar los huesos para acceder a la médula. Para mí, la misma predisposición tiene la naturaleza biológica del hombre hacia las creencias y cultos religiosos que a interpretar la sinfonía incompleta de Schubert o a tocar el violín. La cuestión es que estamos hablando de fenómenos culturales, y la cultura no es fruto de una predisposición biológica, sino de una emergencia y recombinación del sustrato biológico sobre una nueva base.  

Tampoco faltan las tentaciones de tipo pan-biologista que pretenden deducir la religiosidad humana de nuestros antepasados primates, así Desmond Morris asegura que "A primera vista, es sorprendente que la religión haya prosperado tanto, pero su extraordinaria potencia es simplemente una medida de la fuerza de nuestra tendencia biológica fundamental, heredada directamente de nuestros antepasados simios, a someternos a un miembro dominante y omnipotente del grupo. Debido a esto, la religión ha resultado inmensamente valiosa como contribuyente a la cohesión social, y cabe dudar de que nuestra especie hubiese llegado muy lejos sin ella, dada la combinación única de circunstancias de nuestros orígenes evolutivos.

Ha producido, además, una serie de curiosos derivados como la creencia en "otra vida", donde al fin nos reuniremos con las figuras divinas." Es esta una derivación francamente sorprendente (en realidad no tan sorprendente para quienes estén acostumbrados a las exageradas conclusiones que casi siempre deriva este zoólogo del comportamiento animal a la conducta humana que en muchos casos se comporta como un charlatán sensacionalista) y resulta más sorprendente aún cuando deduce directamente las religiones más elaboradas de nuestro componente simiesco olvidándose de las creencias más primitivas de orden animista donde aún no han surgido los dioses ni el concepto de vida sobrenatural, más próximas en el tiempo a las pautas conductuales de nuestros antepasados simios.  

El pan-biologismo de Morris prescinde total y plenamente de la historia social y cultural de la humanidad, de las elaboraciones sociales y culturales que exceden de la esfera propiamente bio-etológica . Pero lo que más me llama la atención es que desprenda directamente de nuestra tendencia biológica primática a someternos a un jefe, lo que es, por cierto, más que discutible y, por otra parte, ¿los miembros dominantes y omnipotentes del grupo quedan excluidos biológicamente de esa tendencia a someterse a los miembros dominantes y omnipotentes del grupo? 

Tras esta breve intoducción lanzo la siguiente pregunta: Si las religiones no existieran, ¿habría que inventarlas? 

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