viernes, 11 de mayo de 2012

La problemática de la transgresión circunscrita a la esfera religiosa


  La cuestión de la Identidad y la Transgresión ha ocupado, a mi modo de ver, el centro de la perspectiva dogmática e institucional de las religiones. Norman Cohn en su interesante libro El Cosmos, el Caos y el Mundo Venidero[1] busca un hilo conductor en la génesis de las religiones soteriológicas, salvíficas y mesiánicas como yuxtapuestas a las más antiguas religiones Egipcias y Mesopotámicas. Las religiones zoroástrica, ugarítica, judía y cristiana, expresión de mundos en tensión, subordinan, de uno u otro modo, la cuestión de la Identidad a su Transgresión vía transcendencia. La nueva Identidad esperada interviene como un activo condicionante de la Identidad presente.  La renuncia a la vida presente, a los bienes terrenales y a los lazos familiares que predicaban los primitivos cristianos se explicaba como una preparación a la transcendencia donde la Identidad física y corporal, social y familiar no había de tener sentido en aras de una in-Identidad sobrenatural y espiritual. De todos modos, podemos destacar que en cuanto transgresoras del principio de Identidad las religiones orientales de corte budista e hinduista se llevan la palma. El yogui no se limita a transgredir su propia Identidad, se sumerge en la introspección para buscar una meta-Identidad desconectada de sí mismo. La doctrina de la reencarnación, por su parte, nos puede servir como el paradigma de la Transgresión de la Identidad entendida a su vez como preservación de una Identidad espiritual última, que permanece inmutable ante la sucesión de formas a las que accede el alma para encarnarse.

La religión tiene su propia palabra para designar la transgresión, y esta es la transcendencia, posibilidad de huir y escapar del mundo, del cuerpo y de la carne, capacidad de experimentar vivencias ultra-terrenales, de liberar el alma del cuerpo, esa caja que la limita y le impide contemplar un mundo más sublime y elevado, anejo a la divinidad. 

Por otro lado, la religión institucional, como constelación de fuerzas esencialmente identitarias, como polo de tensión social, individual y sexual, se ha convertido en un activo generador de las más variopintas tendencias transgresoras. La indisolubilidad del matrimonio ha encontrado su Transgresión en el adulterio y el amancebamiento. El celibato, como abstinencia sexual forzosa de los ministros de la iglesia, ha sido un punto de conflicto personal y religioso sobre cuya Transgresión ha girado gran parte de la temática de la novela española del siglo XIX (La Regenta, ).

 A niveles extra o inter-religiosos la religión o las instituciones eclesiales determinan un grado de transgresión de sí mismas pecado, blasfemia, sacrilegio y anti-clericalismo


El pecado: La ideología religiosa católica señala las fuentes de Transgresión como enemigos del hombre: el mundo, el demonio y la carne. De uno u otro modo, la enumeración hecha de las fuentes del pecado nos hace pensar que la gran Transgresión a someter a control por el sistema religioso no es otro que el instinto y la pulsión del placer. Tentación, demonio o carne son las distintas formas de designar al instinto que de forma continua aflora a la superficie, a la ardua batalla sostenida para sujetarlo bien mediante su negación directa por la vía de los mecanismos de control represivo que pueden ser físicos (ablación de genitales, flagelación, tormento ...) o mediante sistemas de sustitución y sublimación (éxtasis).  La fusión con lo trascendente se lleva a cabo mediante la construcción de una meta o supra-Identidad.

La blasfemia y el sacrilegio: La religión se comporta como activo generador de transgresiones antirreligiosas. Bajo un medio clericalizado es corriente y usual la reproducción de sus correlativas transgresiones, la irreligiosidad y la irreverencia, la injuria a sus mitos, a sus dogmas, a sus ritos, la profanación de sus centros y lugares sagrados.. toda iconología trae consigo su propia iconoclastia. Los transgresores anti-todo, el lumpem, los marginados, iniciaron la quema de Iglesias y conventos bajo la Segunda República. Más tarde, en plena Guerra Civil, los milicianos anarquistas saquearían templos, incendiarían estatuas y retablos, perseguirían religiosos. La estampa recuerda las guerras religiosas medievales, la de una irreligiosidad sospechosamente religiosa[2].

Dialéctica Ortodoxia-Herejía y paradigmas del pensamiento teológico del siglo XV al siglo XVIII. El pensamiento laico forjado en los siglos XVIII, XIX y XX conocieron su versión teológica en los siglos anteriores. A partir del siglo XV las instituciones religiosas tradicionales conocen el inicio de las mayores sacudidas de su historia. En el contexto de esa convulsión contra-reformista tienen lugar las mayores represiones religiosas.

A) El marranismo. En la Península Ibérica el Tribunal de la Inquisición fuerza la conversión forzosa de las comunidades judías hasta su expulsión forzosa en 1492. De esta tesitura nacería el marranismo, la herejía marrana. Las comunidades marranas se situarían de ahora en adelante en un espacio conflictivo. Su bautizo forzoso, su conversión en nuevos cristianos las obligaría a la observancia formal de los preceptos religiosos católicos permaneciendo interiormente la fe en la ley mosaica heredada de sus antepasados. El punto de intersección de dos ortodoxias conflictivas en el que se situarían las comunidades marranas a partir del siglo XV pudo ser un caldo de cultivo crucial para la configuración de gran parte de los elementos que conforma el pensamiento moderno: el criticismo, el escepticismo y el nihilismo. Desde el judaísmo serían criticadas las supersticiones católicas, pero, a su vez, ese nuevo judaísmo clandestino, sin libros y sin rabinos, desconectado de las comunidades judías ortodoxas, también se iría desvirtuando y devaluando como tal. Había nacido una herejía judía de grandes repercusiones en el occidente. los marranos, excluídos de la comunidad judía e integrados a la fuerza en la comunidad cristiana desplegarían su influencia sobre esta última. El siglo XVII y XVIII conocería a dos grandes profetas del mesianismo marrano. Sabbatai Cevi y Jacob Frank. Este último desarrolló una paradójica transfiguración del mesianismo apocalíptico judío en anarquismo. El camino elegido fue la glorificación de Esaú  lo que conduciría a cierto género de anarquía poli-transgresora que afectaría a todos los cimientos del orden político y religioso establecido. Scholem nos viene a decir en relación a la herejía frankista que



Esaú representa lo no teológico, lo elemental y lo terrenal que, a diferencia de las solemnes palabras referidas a lo espiritual en todas las religiones, no ha sido degradado y profanado por la mentira y la traición. En esas palabras podrían encontrarse los más diferentes motivos que, al unirse, crean la fuerza de la explosión.[3]



B) Los grandes dilemas del mundo cristiano. Antes de que la política y la filosofía pudieran despegar del omnipotente referente religioso, antes de que en el siglo XVIII hiciese descollar al laicismo como una fuerza crítica autónoma, el mundo cristiano cubría por completo la cuestión del poder. Todas las luchas y combates referidos al poder habían de estar cubiertos de ese manto religioso. Incluso ese mundo en crisis abierto a partir del año 1.000 de nuestra era se presenta como un mundo desgarrado internamente por las herejías. La herejía es la forma genuina de manifestación de la transgresión en un mundo determinado por la omnipotencia y omnipresencia religiosa. El conjunto de tensiones acumuladas en las luchas intestinas contra el poder y el privilegio, el conflicto de intereses irreconciliables en pugna culmina en la herejía. Los intereses opuestos exigen obviamente contar con los cauces que le permitieran manifestarse y exteriorizarse adecuadamente afectando de lleno  al conjunto de nociones que se articulan en torno al sistema teológico. 


Antes de que el laicismo emprendiera la construcción filosófica y política de los sistemas de relaciones existentes entre el hombre y la naturaleza o entre el individuo y la sociedad, la teología ya había elaborado rigurosos sistemas de inserción del hombre en el mundo, de sus posibilidades y capacidades de intervención sobre las leyes de la naturaleza y de la historia, sobre su aptitud para modificar el rumbo de los acontecimientos. La teología, con su propio lenguaje, había establecido las categorías del azar y de la necesidad, de la voluntad humana, del valor de las acciones y del rumbo de la historia. En ese contexto crítico de disyuntivas-límite se forja el pensamiento y las reflexiones de Pascal, cuya ortodoxia católica no lo puso nunca a salvo de la fuerza de la duda, manteniendo una tensión intensa entre lo evidente por la fe y lo sujeto a crítica, entre la certidumbre y el escepticismo, entre la razón y la creencia  en una lucha insoluble e irreconciliable. De Pascal se dice que anticipa el pensamiento moderno y contemporáneo.

 Los paradigmas teológicos/escatológicos que enfrentan las instituciones eclesiásticas con las herejías surgidas de la crisis de los siglos XV a XVIII anticipan, en cierto modo, los grandes paradigmas políticos del siglo XIX y siglo XX. La herejía marrana, por su parte, contribuyó sobremanera a poner los pies sobre la tierra de las inquietudes espirituales de este grupo de desclasados, hijos de la represión inquisitorial.

Afirman algunos que el monoteísmo es la antesala del ateísmo. El Deus sive Natura de Spinoza podría ser paradigmático al respecto. La negación de dios está a un paso de su afirmación absoluta. El criptoateísmo spinozista

La impronta religiosa judeocristiana y judeo-marrana dejó su herencia al pensamiento laico decimonónico. El movimiento obrero recogió la antorcha de los movimientos milenaristas que se van sucediendo a partir del año mil, de las revoluciones campesinas de los cátaros, anabaptistas, dolcianistas, de Thomas Muntzer, de Joaquín de Fiore, de Fra Dolcino. Los primeros utópicos trasladarán el paraíso celestial a la Tierra: Moro, Campanella, Owen, Fourier, etc,  



[1]Norman Cohn: El Cosmos, el Caos y el Mundo Venidero: Editorial Crítica. 1995, Barcelona.
[2]El cristianismo se ha ocupado de edificar el mito (y el tópico) de las persecuciones religiosas infligidas contra la fe a manos de los paganos romanos (Nerón, Diocleciano, etc) y de la moderna irreligiosidad laica (Revolución Francesa, Revolución Mexicana, Revolución Rusa, Revolución Española, etc). No obstante, en la misma historia del cristianismo había que constatar que las mayores persecuciones y masacres de cristianos a lo largo de la historia se han producido a manos de ... los mismos cristianos. Se ha dicho que el hombre es el peor lobo para el hombre (Hobbes) también para el cristiano, el cristiano es el peor enemigo del cristiano. No hay mas que echar una ojeada por la historia para hacer cómputo de las masacres de herejes a manos del papado, de cristianos papistas a manos de cristianos heréticos: la Guerra de los Cien Años, la conquista y posterior asolamiento de Constantinopla, el saco de Roma, la lucha contra los cátaros o albigenses, .
[3]G. Scholem: Las metamorfosis del mesianismo herético de los sabbatianos en nihilismo religioso durante el siglo XVIII. Del libro Herejías y sociedades en la Europa preindustrial, siglos XI-XVIII. Compilado por Jacques Le Goff. Pág. 298. Ed. Siglo XXI Madrid, 1987

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