Puede que lo que aquí se va a exponer
sea un disparate, pero puede también no serlo. En todo caso voy a arriesgarme.
Todo riesgo entraña la posibilidad de meter la pata pero aún así puede dar luz
a enfoques distintos de un tema específico o de otros análogos o bien a
replanteamientos de una cuestión sobre bases nuevas. Pero el mayor riesgo de
todos en este caso y que puede constituir toda una osadía se derivaría del
hecho de no haber podido contar con el suficiente material bibliográfico con el
que apuntalar sólidamente mis argumentos. En el plano intelectual mi proceder
puede muy bien calificarse de herético, pues en algunos aspectos de la cuestión
no cuento con otras armas que no sean mi intuición y mis sospechas.
Se pueden exponer tres proposiciones entresacadas de distintos pasajes relativas a la
descendencia cultural, religiosa y folklórica, que aún se conserva en la
actualidad, de esos antiguos sacerdotes coribantes (Galos, Galli o Archigalli)
oficiadores del culto a las divinidades frigias Cibeles y Attis:
En cierto modo, el arte taurino puede considerarse descendiente de las
ceremonias taurobólicas de la antigüedad, donde el sumo sacerdote oficiador de
la ceremonia se bañaba en la sangre del animal en el fondo de una zanja como
ritual de purificación extirpándole sus testículos en señal de sacrificio de su
virilidad. El torero de nuestros días sería el descendiente directo de aquellos
sacerdotes eunucos (Archigalli) entregados al culto del dios Atis. Su
indumentaria es inequívocamente femenina. El traje de luces, vistoso, brillante
y ceñido, destaca los roles convencionalmente atribuidos al sexo femenino, como
sexo que seduce y se pone a resguardo de las embestidas masculinas. El macho
(representado por el toro) es reiteradamente provocado, seducido y engañado.
Todo el espectáculo gira en torno a una síntesis sublime entre el sexo y la
muerte El clímax vendría escenificado en esa consumación final de la
penetración como muerte y de la muerte como penetración
El segundo aspecto de la cuestión
estaría ligado al origen mistérico del cristianismo. Me detengo en la cuestión
del origen último (no histórico, sino meta-histórico) del celibato sacerdotal del
siguiente modo: Tampoco
prescriben los Evangelios ni las Epístolas Paulinas el celibato sacerdotal o
los votos de castidad, tan solo exigen de los sacerdotes y obispos que desposen
una sola mujer (epístolas de San Pablo). Sin embargo, lo que sí sabemos es que
los Galli, los sacerdotes de Atis, fueron originariamente eunucos. El voto de
castidad sería para el catolicismo algo así como una castración simbólica de
sus ministros (obispos, sacerdotes y diáconos).
La tercera de ellas quizá esté un poco
mas documentada. Ha sido entresacada del texto El Rocío: del mito a
la realidad, en Huelva y su Provincia, Volumen IV. Pág. 246 Ediciones
Tartessos, S.L., 1987 y que dice:
Hay Romerías, como el
Rocío, donde los homosexuales, como descendientes de los sacerdotes eunucos del
dios Atis, ocupan un destacado protagonismo, que incluso es fomentado.
Para cualquier observador imparcial nada
tiene que ver un torero con un cura y estos aún menos todavía con un gay devoto
de la Virgen del Rocío. Si, a simple vista puede ser una locura arrojar
afirmaciones tan categóricas. Todo historiador serio sabe muy bien que el
celibato sacerdotal fue una medida impuesta por Gregorio VII (Hildebrando) con
el objeto de impedir la disgregación de los bienes eclesiásticos, que la
tauromaquia se inició en el siglo XVIII, que la devoción rociera procede del
siglo XIII. Entonces, ¿A qué vienen esas divagaciones? ¿No es eso forzar las
cosas hasta los límites de la extravagancia? Ya me hago estas preguntas
anticipándome de camino a las posibles objeciones de mis interlocutores. Todo
hay que preverlo. Los hechos históricos bien documentados suelen tener fecha y
nombre propios. No obstante, los aspectos fenomenológicos históricos no siempre
reflejan el trasfondo real del asunto. En determinadas ocasiones son la punta
del iceberg. En todo caso, la causalidad de ciertos fenómenos, sobre todo
aquellos relativos a la transmisión de las tradiciones folklóricas y culturales,
nunca se puede dilucidar linealmente. Suelen ser diversas las causas que
concurren a la génesis de un mismo fenómeno, unas de modo manifiesto, otras
permaneciendo ocultas. Y son precisamente estas últimas las que a mí me
interesa destacar.
Existe otro problema añadido. En el caso
de nuestra península, con el paréntesis de siglos de dominación musulmana, el
hilo de continuidad del acervo mistérico-cristiano se ve bruscamente
interrumpido por la irrupción del Islán. Ese hilo, no obstante, no se corta del
todo, permanecen islotes de cultura mozárabe que bien pueden representar un
nexo de unión (aunque, en todo caso, la distorsión sigue siendo evidente) con
la suplantada. Ello afectaría a la tauromaquia y al Rocío especialmente como
instituciones inequívocamente locales por cuanto que la tradición religiosa
cristiana permanecerá íntegramente con su sede y estructura institucional
romana. De hecho, la cultura cristiano-romana acabará convirtiéndose nuevamente
en hegemónica tras la reconquista
El sacerdote eunuco cibélico fue siempre
despreciado en la sociedad romana, reacia como fue a cualquier práctica que
implicara mutilación corporal. Permanecieron durante mucho tiempo en los
márgenes sociales. No se puede asegurar fuera directo el contacto del culto cibélico
con el primitivo cristianismo. Sus ámbitos de actuación y clientelas serían en
todo caso diferentes. Mientras el culto a Cibeles revistió desde sus comienzos
carácter oficial (fue instituido por el emperador Claudio) el cristianismo
permanecería oculto a las autoridades romanas y fue directamente perseguido a
partir del siglo II. No obstante, los vasos comunicantes entre los distintos
cultos, ignorados entre sí, permanecieron abiertos mediante el flujo de las
conversiones (que no podemos suponer que se produjeran en un solo sentido),
aunque, de hecho, debió ser la conversión masiva operada tras el siglo IV el
gran desencadenante de una transmisión masiva de las formas y estructuras
rituales mistéricas al polo del nuevo cristianismo emergente.
El cristianismo, de hecho, acabó
distanciándose de su religión madre judaica por su oposición a los estrictos
rituales mosaicos que imponían la marca física: la circuncisión. No es lógico
suponer que abrazara una práctica, considerada bárbara, como la de la castración.
No obstante, la propia historia del cristianismo nos pondrá de manifiesto que
la preservación de los bienes espirituales exige el sacrificio y la
mortificación del cuerpo o, lo que es lo mismo, la ascesis, que muestra su
correspondiente vertiente en todas las tendencias religiosas y con un origen
muy definido en la cultura helenística por los filósofos cínicos, pitagóricos y
neoplatónicos, incluso de aquellas partes del mismo que predisponen al hombre
al pecado y a la ofensa a Dios.
El patriarca Orígenes, sin ir más lejos,
encontró en la auto-castración el medio de preservar su espiritualidad. Las
arengas de Pablo de Tarso contra la tentación de la carne nos predisponen
igualmente en esa dirección. Pero hagamos la pregunta: ¿qué se busca con la
castración o con el celibato obligatorio de los sacerdotes? La medida
aconsejada por Gregorio VII obedeció, en un principio, a motivaciones puramente
económicas. Se trataba a toda costa de evitar la dispersión del patrimonio de la
Iglesia, de centrarlo en la institución
Hola Pepe,
ResponderEliminarMuy interesantes reflexiones, pero una matización, el traje del torero corresponde a la estética de "gala" -eso sí, al nivel del pueblo, no de la aristocracia- del siglo XVIII, justo cuando se desarrolla la tauromaquía, sencillamente sigue esa estética como la de los trajes de tunos la de los siglos XVI y XVII. Solo hay que mirar algunas pinturas de Goya y se ve la semejanza en la vestimenta del torero.
Te dejas el papel del toro en Creta, lo que sucede es que tampoco podemos decir mucho al respecto por ausencia de documentación.
Y me dejo más cosas, si no te molesta ya continuaré.
Un saludo
Hola, Jorge,
EliminarGracias por tus observaciones. Por ese tipo de cosas precisamente no quise apresurarme a dar publicidad al artículo, porque algunas cosas quedaban por perfilar como la que tú has apuntado, la indumentaria dieciochesca del traje de luces, incluídas las medias y los torsos ceñidos, etc. Tambien me ha faltado extenderme sobre el taurobolio y, por supuesto, Creta. No solo no me molesta que continúes sino que te lo agradezco.
Un saludo