Considerándolo de interés para la comprensión de la relación existente entre liderazgo y mediación, escribo este artículo para someter a breve análisis la doctrina del filósofo
madrileño José Ortega y Gasset sobre la relación masas/èlites, que quedó manifiestamente expuesta en el más
universal de sus escritos, aparece en la segunda parte de España
Invertebrada aplicada a los males que aquejan a España. Ortega
describe unos síntomas: la invertebración vertical y horizontal de España, y
encuentra sus causas en la desarticulación de la relación masas/èlites:
En suma: donde no hay una minoría que actúa sobre una
masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay
sociedad, o se está muy cerca de que no la haya[1].
El problema de
España radica en que no hay líderes, pero, ¿porqué no hay líderes? porque no hay
masas que sepan actuar como tales, que estén dispuestas a asumir su papel,
su biológica misión[2]; y este papel sólo puede ser pasivo, consistiendo éste en
que consientan las mayorías la activa influencia de las minorías. Si las masas
pretenden ser dirigentes no puede haber articulación entre masas y minorías, es
decir, vertebración de la nación. No obstante los postulados aristocratistas en
que se halla inmerso su pensamiento, el autor capta la realidad de los llamados
grandes hombres como producto de la energía social que la masa ha
depositado en ellos[3].
El gran hombre no es nada en sí y por sí, sino por la masa que
le sigue. La justeza de esta tesis está
fuera de toda duda. El liderazgo, más que una cualidad innata al individuo, una
vez que ésta queda plasmada y objetivada, se convierte en una relación social
dinámica, en una fuerza social estructurada con
vasos comunicantes que se establecen entre el líder, dirigente o sujeto
que personifica el liderazgo y la masa que
está dispuesta a seguirlo activamente y lo secundará en la
medida en que sepa captar el conjunto de aspiraciones y necesidades de las
masas, integrarlas, estructurarlas y encauzarlas en una línea de acción
determinada.
Pero aquí se parte de la premisa de que la
relación minorías selectas/masas sólo
puede ser condición de progreso y modernidad en la medida en que las primeras
dirijan y elaboren las ideas y las segundas se limiten a obedecer, acatar y ser
dirigidas: en suma, minorías activas, por un lado, y masas pasivas, por otro.
Esa sería para Ortega una sociedad saludable.
No podemos más que
destacar que la existencia misma de minorías que monopolizan los conocimientos,
la ciencia, la técnica, el arte, la filosofía, la política, etc., y que se
opone a una inmensa mayoría carente de dichos conocimientos y aptitudes es un
producto histórico de ese proceso de expropiación (material y espiritual) que
culmina, en su forma más acabada, en las sociedades capitalistas. El monopolio
de una clase sobre los medios de producción, implica también el de los medios
de dominación y coacción, así como el dominio intelectual sobre el total de los
expropiados y dominados. Y es en este tipo de sociedad donde la escisión entre
trabajo manual y trabajo intelectual se hace más patente que en ninguna otra formación
social.
El autor vislumbra
efectivamente una relación orgánica entre masas y èlites. Lo más grave de todo
es que dogmatiza dicha relación permitiéndose atribuírle un rango natural por
analogía a las leyes físicas y biológicas, contradicción ésta que destaca
Osés Gorráiz:
No deja de ser paradójico que un pensador que habla de
la historicidad como constitutivo esencial del hombre, proponga como base de su
analítica social un hecho - desmentido por los antropólogos - al que eleva a la
categoría de ley natural[4]
Conocedor de las teorías de Pareto y Mosca sobre las èlites, pero más
influenciado por Nietzsche, para el autor la fuente de cambio social consiste
en la sustitución de una minoría selecta por otra, permaneciendo, a lo largo de
la historia los polos de dicha relación invariables, donde la única anomalía
que cabe es la producida por la
Rebelión de las Masas que no es otra cosa que
el triunfo de la mediocridad.
En un país
donde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior se
dan todas las probabilidades para que los únicos escritores influyentes sean
los más vulgares; es decir, los más fácilmente asimilables; es decir, los más
rematadamente imbéciles.[5]
Es difícil
precisar si también el triunfo de la mediocridad está, en este caso, dirigido
por minorías, por intereses comerciales o también políticos, o es una
consecuencia generada por la espontánea dinámica de las mismas masas, de unas
masas desbocadas y rebeldes respecto de las minorías selectas. En efecto, el
éxito de escritores de la calaña de Vizcaíno Casas, de cineastas
como Ozores, de los 40 principales, del ocultismo, de los culebrones, de Telecinco, de
la prensa amarilla, sensacionalista o del corazón, etc., etc., es un claro
síntoma de cretinización del público.
Pero lo inextricable del asunto es dilucidar si, en efecto, existe con
antelación un agente cretinizador que se limita a producir basura ideológica
para un público carente de criterios definidos
o si ese público realmente cretinizado, ávido de consumir tales productos,
es el que demanda la bazofia. Más bien hay que entenderlo como un
circuito recurrente y recursivo en el que cada elemento se nutre del contrario.
Uno de los
síntomas que distinguirían la obra ejecutada por la masa de la que produce el
esfuerzo personal sería, en palabras del autor, la anonimidad prosiguiendo que
Lo popular puede ser lo anónimo. Pues bien:
compárese el conjunto de la historia de Inglaterra o la de Francia con nuestra
historia nacional, y saltará a la vista el carácter anónimo de nuestro pasado
contrastando con la fértil pululación de personalidades sobre el escenario de
aquellas naciones[6]
En este sentido,
España sería catalogada, junto a Rusia, como una nación de predominio de masas,
colectivista, frente a los países del orbe occidental de predominio de minorías
selectas, individualistas.
Sería exceder de
los límites del presente artículo entrar en el tema de las causas de las sociedades colectivas y las sociedades
individualistas. Baste con decir que el individualismo moderno se remonta al
Renacimiento. La figura del genio, ya sea en el arte, en la ciencia, en
la filosofía, etc., es un producto históricamente determinado y se halla
inserto en unas específicas coordenadas de desarrollo socioeconómico. El hecho
de que en otras épocas, como el medievo, o en otro tipo de formaciones
sociales, como las asiáticas o las africanas, no existan hombres
preeminentes no debemos imputarlo a la mediocridad de sus minorías, sino a
que no se han generado las condiciones históricas para producirlos: grado de
desarrollo de las fuerzas productivas, modo de producción, sistema de división
del trabajo, etc.. No sólo el individualismo, sino el individuo mismo, el una
creación histórica relativamente reciente. Marx criticó agudamente las
robinsonadas que sirvieron de punto de partida a Ricardo para elaborar sus
Principios de Economía Política y Tributación cuando recurría a los mitos del
primitivo cazador y pescador solitario.
Todas las grandes
personalidades, ya sea del mundo político como artístico y científico son, más
que un producto de sí mismas, un producto histórico. ¿Qué hubiera sido de Blas
Pasteur y de Santiago Ramón y Cajal sin la invención del microscopio?,
Podemos asegurar
que la era del individualismo también toca a su fin sin que por ello tenga que
acabar la creación científica y técnica. Los modernos científicos ya no son
personalidades eminentes como Newton y Einstein sino colectivos anónimos, tan
anónimos como las masas despreciadas por Ortega.
[1] 16 Ortega y Gasset: España Invertebrada, pág. 102
[2] 17
Ortega y Gasset: España Invertebrada, pág. 105
[3] 18
Ortega y Gasset: España Invertebrada, pág. 95
[4] 20
Osés Gorraiz, Jose María: La
Sociología en Ortega y Gasset, pág. 129
[5] 21 Ortega y Gasset: España Invertebrada, pág. 96
[6] 22
Ortega y Gasset: España Invertebrada, pág. 127
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