EL RACISMO, PARIENTE CERCANO DEL
ANTROPOCENTRISMO
A primera vista,
el enunciado pudiera ser provocativo. El antropocentrismo comúnmente se asocia
a la centralidad otorgada al hombre sobre todas las cosas, entendido como un
humanismo propiamente dicho. En tal sentido, racismo y humanismo se repelerían
mutuamente, pues la posición central asignada a la humanidad por este último
excluiría todo posicionamiento racista, centrado exclusivamente en un grupo
humano superpuesto a todos los restantes. Pero en este mundo todo es relativo.
El Proyecto Gran Simio [1] reivindica la condición humana para
nuestros parientes antropoides y el trato vejatorio dado a los
grandes simios en laboratorios y zoológicosse asimila al que otorgaron los blancos, hasta
el mismo siglo XIX, a los negros capturándolos en las selvas africanas,
introduciéndolos en jaulas y vendiéndolos como esclavos a los plantadores
indianos.
El humanismo/antropocentrismo occidental no se ha forjado
precisamente en torno a la cuestión racial. El caso más patente lo tenemos en
la Revolución Americana que, a la par que proclamaba todos los hombres nacen
libres e iguales, importaba esclavos negros del viejo mundo para nutrir de mano
de obra sus plantaciones de algodón, situación que duró casi ochenta años desde
la proclamación de la Independencia hasta la abolición de la esclavitud. La
libertad, igualdad y fraternidad era cosa de blancos entre blancos. La
invocación del hombre y de sus derechos fue el medio del que se valió la
burguesía para derribar los sistemas de privilegios del Antiguo Régimen, las
clases sancionadas jurídicamente, los derechos de servidumbre, los Estados
Generales, los estratos sociales, pero no las diferencias raciales. Sartre advirtió la íntima conexión existente
entre el humanismo liberal europeo y el racismo, llegando a asegurar que no había nada más consecuente que un
humanismo racista puesto que el europeo había cimentado su idea del hombre
creando a la par al esclavo.
El paralelismo entre el paradigma humanístico
greco-romano y el del mundo moderno es manifiesto. El colonialismo europeo tuvo
como efecto profundizar los contenidos ideológicos racistas sobre todo cuando
la disyunción civilización/salvajismo se hizo patente como diferenciación
racial entre blancos y restantes etnias. La superioridad de la raza blanca fue
bajo el siglo XIX un dogma indiscutible,
los hechos eran los hechos, la
especial inteligencia del hombre blanco lo había convertido en conquistador de
todo el planeta, las razas inferiores se encontraban naturalmente incapacitadas
para salir el estado de barbarie en el que se hallaban sumidas, y por tal razón
era necesario construir un concepto restrictivo de humanidad, un concepto
puramente etnocentrista. Idéntica narración mítica es la que llegó a imponerse
en torno a la evolución del hombre en su relación con los restantes antropoides
que por pereza, inferioridad o falta de ingenio no
quisieron acompañar a
nuestros antepasados en el final despegue evolutivo.
El racismo, como
acabo de sostener, puede concebirse como
la primera fase del antropocentrismo que, casi siempre, se manifiesta en primer
término como etnocentrismo. Los extranjeros, los no incluidos en tu propio grupo,
tienen su propia denominación genérica, bárbaros o seres incivilizados
excluidos de la condición de humanidad o de las categorías mismas del centro
civilizatorio o al estado de ciudadanía propios de la antigua Grecia y Roma. El
estatuto de ciudadanía se reserva a los propios. Los colonizadores llamaron salvajes
(es decir, parte integrante de la fauna local) a los habitantes de los otros
mundos. Centrar el mundo en sí mismo y en lo que inmediatamente rodea al sí
mismo, en los próximos (o en los tuyos), es el antecedente más destacado del
hecho nacionalista que, en sus formas más exacerbadas, desembocó en el racismo
como ingrediente necesario a la determinación del nacionalismo. Los actuales
buscadores del hecho diferencial pueden obsesionarse en esa búsqueda de
las puras esencias nacionales, hasta el punto de apelar a la sangre y al factor
RH como hiciera cierto político vasco.
Grosso modo,
podemos considerar al racismo como una de las primeras y más rudimentarias
manifestaciones del espíritu centrista. Sabemos que entre determinadas comunidades
cazadoras-recolectoras que subsisten en la actualidad, como entre los
esquimales Inuk, el calificativo de seres humanos se reserva
exclusivamente para referirse a los miembros de la propia tribu, de la propia
etnia frente a los demás, quienes ya no son seres humanos propiamente dichos.
Pero en la relación misma inter-racial funciona igualmente el racismo. Los
gitanos, para referirse a los no gitanos usan la denominación despectiva de payos,
mientras que para los payos la palabra gitano también se usa como un apelativo
despectivo.
El racismo parte
de una noción restrictiva de humanidad y en coherencia con ello siempre tiene a
mano los calificativos necesarios para referirse a una raza distinta a la suya
para despojarla de la condición humana y asimilarla a la animalidad: monos
negros, ratas amarillas, perros judíos
[2], etc.
RACISMO POLÍTICO: LA ESTRUCTURA
INSTITUCIONAL DEL SEGREGACIONISMO
Ninguna estrategia
racista represiva, por muy violenta que sea esta, prescinde de cierta
organización de las víctimas cara a la implantación de un sistema de
distribución de poderes y privilegios (relativos, evidentemente) entre los
miembros integrantes de la raza oprimida. No hay invasión sin
colaboracionistas. El caso más sangrante lo encontramos en la misma organización
de los guetos judíos por los nazis y como, en los mismos campos de exterminio,
ya en plena
solución final, se valieron de capataces judíos para
ejecutar distintas tareas de organización y administración de los campos de la
muerte.
El racismo organizado
o institucionalizado es algo más que un conjunto de actitudes individuales o
colectivas atinentes al fenómeno racial. Las estrategias colonialistas y
segregacionistas jamás hubieran tenido el éxito deseado de no haber sido por la
implantación de una estructura de razas-clases de tipo corporativo (o, en
cualquier caso, cuasi-corporativo), el Apartheid no consistió en una mera
separación entre blancos y negros, fue algo más, una compleja estructura a la
que se incorporó el mismo enfrentamiento étnico de los nativos: los zulúes de
Inkhata, por un lado, y, por otro, los xoxas, simpatizantes en su mayoría del
Congreso Nacional Africano y activos combatientes del sistema de segregación.
A
esta estructura, en la que los negros estaban excluidos del sistema de
representación política, se unió una organización corporativa de estratos
socio-raciales donde hindúes y mestizos aportaban su ínfima cuota de
representación política. Las estrategias de sujeción colonial, por lo que se
refiere a las sociedades tribales,
podemos concebirlas como complejas estructuras políticas integradas por
sistemas de alianzas entre el agente colonizador y determinadas etnias rivales.
Así nos encontramos con que, en Ruanda por ejemplo, el colonizador belga asignó
una serie de privilegios en orden al acceso a distintos cargos en la
administración, formación y sistema educativo a la etnia tutsi, minoritaria,
frente a la etnia hutu, mayoritaria en la población. Nos encontramos con que la
llamada Conquista del Oeste Norteamericano no fue un enfrentamiento directo
entre colonizadores, por un lado, e indígenas, por el otro. La primera
operación consistió bien en el fomento de la rivalidad interétnica, bien en el
aprovechamiento de la existente. Los rasgos
de salvajismo que hoy asociamos a las prácticas de los amerindios como la de
cortar el cuero cabelludo fue iniciada por los colonos ingleses que
recompensaban en función de los cueros cabelludos de adversarios aportados.
EL RACISMO SOCIOLÓGICO: RACISMO
RURAL, RACISMO URBANO
No cabe la menor
duda de que el racismo, como fenómeno de rechazo de etnias y culturas, se
encuentra hoy totalmente desacreditado. Los racistas que habitan en nuestras
sociedades occidentales proceden de dos vertientes, la vertiente urbana,
constituida por jóvenes de zonas marginales y dotados de un escasísimo nivel
cultural que, organizados en bandas de ideología neonazi, se dedican a apalear
y asesinar con nocturnidad y alevosía a inmigrantes africanos, asiáticos o
sudamericanos. La vertiente rural es algo más compleja. Pueblos enteros de las
comarcas más deprimidas de Andalucía (me refiero concretamente a la provincia
de Jaén, a la zona de la depresión del Guadalquivir que comprende pueblos como
Torredelcampo, Martos, Torredonjimeno, Mancha Real...) se levantan al son de la
ley del talión para incendiar las viviendas de la comunidad gitana.
Se trata de
fenómenos sociológicos distintos englobados bajo el mismo calificativo: comportamientos
racistas. Pareciera como si la
pobreza fuera caldo de cultivo de las conductas más mezquinas y miserables,
como si la intolerancia se encontrara fuertemente arraigada en la miseria.
Racismo urbano y racismo rural, por otra parte, poco tienen que ver entre sí.
En el primero lo que advertimos es la profunda frustración con que la basura de
la sociedad afronta la descarga de violencia implantada y contenida (medio
familiar, medio social, etc), atacando a los grupos sociales más débiles e
indefensos. En el segundo lo que se pone de manifiesto es la existencia de una
comunidad rural tradicional, consanguínea y excluyente, que no ha asimilado el
concepto moderno de justicia retributiva e individualizada así como el de
responsabilidad individual, de modo que una afrenta infligida a un miembro de
su propia comunidad cerrada, proviniendo de un sujeto extraño a dicha
colectividad e integrante de una etnia fácilmente identificable por su
divergencia en el aspecto racial y cultural, se entiende como una ofensa hecha
a todo su grupo por toda la comunidad étnica (en ciertos medios rurales de
nuestro país la reacción de rechazo étnico no se produce contra inmigrantes
recién llegados, sino contra una etnia, como la gitana, con la que conviven
desde hace cinco siglos). La existencia de un grupo excluye la de todos los
demás. Es la misma lógica que han aplicado, hasta el exterminio recíproco, las
etnias hutu y tutsi en Ruanda.
EL RACISMO PSICOLÓGICO
Todo el mundo es,
a ciertos niveles, racista y etnocentrista. Si te dan un lápiz y un papel y te
dicen que dibujes a un hombre (ya seas niño o adulto), tu tendencia natural
será la de dibujar un hombre blanco con los caracteres raciales europeos. Para
que dibujes uno de los
otros, un negro o un chino, te lo tienen que
indicar expresamente, pero ya no dibujarás un hombre propiamente dicho en el
sentido de la centralidad que impone la pertenencia a tu propia raza, sino un
(hombre) negro, un (hombre) indio o un (hombre) chino. El referente será siempre el mismo, la raza
propia, verás que el carácter más sobresaliente del oriental son sus ojos
rasgados y su carencia de vellosidad.
Ellos, los orientales, verán en nosotros,
por el contrario,
ojos redondos (así denominan a los occidentales, pues
sus ojos no son
rasgados, tal y como nosotros los vemos, sino normales)
y una vellosidad excesiva (para ellos, repugnante en el plano estético). Se
crea una delimitación normalidad/patología determinada asimismo por el carácter
racial propio: el que los indios americanos denominaran a los occidentales
rostros
pálidos, entendiéndose la palidez como un rasgo de enfermedad, denotaba que
la pauta, la vara de medir era la de su propia raza . Lo propio marca siempre
la normalidad, lo ajeno, sin embargo, se sale de la norma, se compara con los
propios parámetros, con la medida de todas las cosas (en tal sentido, el hombre
no sería la medida de todas las cosas, sino la raza a la que se pertenece) que
es siempre lo tuyo. Desde lo de uno propio se compara siempre a los demás. Y
aquí vemos la gran falsedad de toda determinación racial: los blancos no son
realmente blancos (son de color ocre), los negros tampoco son negros (son de
color marrón oscuro), los amarillos no son amarillos ni los pieles rojas tienen
la piel roja.
La manifestación
subliminal de racismo, entendido como menosprecio de las restantes razas y
etnias distintas a la propia, es un fenómeno cotidiano, tan cotidiano que se
advierte al hojear las páginas de cualquier periódico. No se trata tanto del
contenido de la información en sí misma como de su propia extensión, lo que en
el mundo mediático se viene denominando tratamiento informativo. Para que una
catástrofe acaecida en el Tercer Mundo pueda ocupar las portadas y primeras
páginas de todos los diarios ha de tener dimensiones millonarias en cuanto al
número de víctimas, tal y como sucedió con la Guerra Civil de Ruanda. Una
masacre con un saldo de cinco a diez víctimas perpetrada por un francotirador
de los Estados Unidos ante la puerta de un supermercado ocupará la portada y
las primeras páginas de todos los periódicos. Para informar sobre una matanza
de doscientos campesinos en Sudán o Guatemala se suele emplear una pequeña
columna de cinco o seis líneas máximo en las páginas del interior, hasta el
punto de pasar desapercibida al lector de titulares. Se diga lo que se diga, la
sensibilidad que despierta en el público occidental una y otra noticia no es la
misma. Las matanzas diarias de niños huérfanos mendigos perpetradas en las
calles de Bogotá y Río de Janeiro (meninos da rúa) a manos de pistoleros y paramilitares no
tienen el mismo eco que la de los niños de la guardería de Dumblane. A los
blancos se les dispensa el tratamiento de seres humanos, a los demás el de
insectos.
EL PATERNALISMO ANTIRRACISTA
Es curioso, pero
las clases más
sensibles a la cuestión del racismo son precisamente las
clases más acomodadas. El antirracismo ocupa hoy en día parte destacada del
acerbo del llamado
pensamiento políticamente correcto puesto muy de moda
por los norteamericanos. Tampoco nos podemos llevar a engaño al respecto. Un
inmigrante africano de raza negra afirmaba en una revista que leí hace tiempo,
muy acertadamente, que desde ciertos círculos cultos se practicaba un racismo
la mar de sutil, oculto y paternalista: se mira al negro por encima del hombro
por mucho que no se quiera reconocer, hasta el punto que le brindan su amistad
como si fuera un favor que se le hace y por el que debiera quedar eternamente
agradecido, a la par que lo miran de reojo, con vergüenza y compasión, como si
se tratara de un ser deforme y, consecuentemente, se evita hablar del color de
su piel, recurren al sutil eufemismo pues, viendo que la palabra negro puede
ser ofensiva, así nos lo han enseñado en las películas, prefieren llamarlos
personas de tez oscura, y todo ello para
no ofenderlo ¡¡como si eso fuera una desgracia!!.

Y estos son los enemigos del racismo. Observan
el fenómeno desde lejos, desde fuera de los medios violentos, miserables y
crueles que reproducen comportamientos violentos miserables y crueles. Sueltan
duros alegatos antirracistas desde la comodidad y el confort que les ofrece su
vida burguesa, como meros espectadores que se indignan de la villanía de los
malos de las películas de serie B. El
discurso antirracista es un discurso obligatorio tanto por imperativo ético
como moral. Sin embargo, se olvida de que las actitudes racistas no son
patrimonio exclusivo de la raza blanca, siendo esa otra visión racista más, por
cuanto que considera que los blancos, actuales dueños del mundo, son los únicos
que pueden permitirse el lujo de ser racistas. La componente racista se
manifiesta en todo grupo humano, aunque de distinta forma. Los negros
militantes del grupo
Nación Negra son tan racistas y tan fascistas como
los defensores de la raza aria. Los zulúes de Inkhata son tan reaccionarios y
segregacionistas como los Bóers. Los recientes acontecimientos de rivalidad
étnica hasta el genocidio recíproco acaecidos en África Tropical nos ponen de
manifiesto que el racismo entre etnias negras puede llegar a unos extremos de
crueldad mayores si cabe que los que enfrentaron a blancos contra negros. Pero
parece ser que los blancos están imbuídos de cierto complejo de opresor
genérico de los negros, hasta el punto de que una agresión a un negro se
entiende forzosamente como un atentado racista, goza con esa presunción, con
independencia de que los fines de la agresión no hayan sido los puramente
racistas, que esté motivada por un ajuste de cuentas, una venganza.
LA PATRAÑA DEL RACISMO BIOLÓGICO:
RAZAS Y ADAPTACIÓN AL MEDIO
Los
mismos ideólogos del igualitarismo tuvieron que defender, para hacerla
efectiva, la idea de que no todos los hombres eran iguales. Sobre ese
reconocimiento de la diferencia de capacidades, necesidades y aptitudes individuales tuvieron que
proyectar su futura sociedad igualitaria. Un discapacitado físico no podrá
nunca competir con los atletas profesionales,
tiene limitaciones objetivas para desempeñar ciertas profesiones como puede ser
la de policía , un disminuido psíquico jamás podrá tener una alta cualificación
profesional, y tampoco creo que sea una monstruosidad reconocerlo.
También las
razas son grupos de hombres distintos entre sí, es cierto, pero en un sentido
muy distinto al ahora apuntado. Toda la humanidad pertenece a la misma especie,
la última especie divergente de homo sapiens, el hombre de neandertal,
desapareció hace 40.000 años. No cabe la menor duda de que los primeros homo
sapiens fueron negroides ¿Cabe, en este sentido, trazar una escala valorativa
entre razas
superiores e
inferiores? No es muy conveniente, sobre
todo porque en biología ningún juicio de valor puede llegar muy lejos. Podemos
comparar dos animales distintos, el salmón y el camaleón, ¿cuál es superior a
cuál? Hagamos abstracción de la escala evolutiva, de la posición misma de los
peces en un escalón inferior a los reptiles.

Observaremos, en primer lugar, dos
medios distintos, el acuático y el terrestre, desde los cuales podamos
establecer la comparación. En el océano el salmón se desenvuelve como nadie,
respira bajo el agua, nada a gran velocidad, por no decir de la resistencia que
demuestra a la hora de remontar los ríos. En tierra firme, el camaleón se vale
por sí mismo a las mil maravillas, cuenta con respiración pulmonada, trepa
árboles, se camufla entre las hojas y escupe su lengua con gran precisión sobre
los insectos. En tierra firme, el salmón no es nada, un moribundo en todo caso. En el interior del océano el
camaleón tampoco es nada, también es un moribundo. Esperando se me perdone la
exageración, podemos inferir que el salmón en el agua es netamente superior al
camaleón y que el camaleón en tierra firme es muy superior al salmón. En
realidad, estos juicios valorativos son tan evidentes como inútiles y si se
puede sacar alguna conclusión es la de que toda escala axiológica es siempre
relativa.

En este caso me he valido como parámetro de un factor variable como
es el medio en el que se desenvuelve el ser vivo sin tener en consideración
otros aspectos, como pudiera ser por ejemplo, el de que el salmón no necesita
pulmones ni lengua proyectil para sobrevivir y el camaleón no precisa de aletas
ni branquias. Posicionémonos un poco en la cuestión racial. Sabemos que lo que
caracteriza realmente al género humano no son los rasgos faciales (cuya
diversidad individual es realmente asombrosa) ni la pigmentación de la piel,
ojos o pelo, ni la estatura relativa, ni la cabellera, ni la mayor o menor
cobertura vellosa del cuerpo, ni la esbeltez ni la rechonchez, todos ellos
caracteres físicos secundarios que ha ido modelando la selección natural en
aquellas zonas climáticas donde los hombres se han ido asentando durante los últimos
treinta mil años. Podíamos hacer un ejercicio especulativo análogo al argumento
del salmón y el camaleón valorando la superioridad o inferioridad racial en
relación a las zonas bioclimáticas del Planeta. La piel negra, de alto
contenido en melanina, la favorecen las zonas climáticas tropicales por cuanto
la hace inmune a las altas radiaciones solares. Sin embargo, la piel blanca
será útil para aquellas zonas donde la luz solar es más tenue, como las zonas
templadas, esteparias y polares.

En términos estrictamente biológicos, el negro
es superior al blanco en la zona ecuatorial y tropical. El blanco es superior
al negro en las zonas templadas y polares. El esquimal y mongoloide, rechoncho
y de abundante almohadillado graso, estará mejor preparado para el frío que los
dos anteriores y consecutivamente, peor para el calor. Aún así, no se puede
identificar alegremente la diversidad racial con la diversidad biológica de los
miembros del género humano, pues entre los integrantes de una misma raza se
presentan divergencias genéticas notables tales como el factor RH, el grupo
sanguíneo, factores inmunológicos, etc, lo cual nos hace pensar que entre
determinados miembros de razas distintas puedan existir mayores similitudes que
entre los integrantes del propio grupo étnico.
Ello ha hecho afirmar a más de
un biólogo y antropólogo que el concepto de raza aplicado a la humanidad es
irrelevante a efectos netamente biológicos. Los caracteres raciales, en
términos estrictamente biológicos, no nos dicen nada más, a menos que se
intente confundir la cuestión racial con la cuestión cultural. En tal caso, sí
que cabría bastante más que decir, hasta tal punto que la cultura, el nicho
ecológico cultural que se construyen los hombres, convierte en irrelevantes a
efectos prácticos las divergencias bio-raciales. Ni la raza ni el sexo afectan al cerebro ni a
la inteligencia entendidas como capacidad creativa.

Si bien la capacidad
creativa genera y condiciona las culturas, las culturas también generan y
condicionan la capacidad creativa del intelecto imponiendo en este último caso
sus límites y modos de eficacia. El sistema creado, el sistema cultural, pasa
en este caso a un primer plano como estructura determinante de la dinámica y
desarrollo de las distintas capacidades mentales individuales. No podemos caer
en la trampa de atribuir el estancamiento de las actuales sociedades
cazadoras-recolectoras que perviven en nuestra época a la inferioridad de sus
integrantes en el plano racial.
La raza blanca indoeuropea no fue precursora de
la civilización precisamente. Cuando los germanos, britanos y normandos se
encontraban en pleno estado de barbarie, a miles de kilómetros, en Mesopotamia,
una raza distinta a la blanca edificaba las primeras civilizaciones y descubría
la escritura, nos encontramos también ante un Imperio Chino milenario. Así
mismo, en el África Subsahariana se
constituyeron grandes imperios simultáneos a los europeos desde el siglo XII al
XVI. Tampoco es este un argumento a favor de la superioridad de sumerios,
asirios y babilonios, sino de cómo un ecosistema propicio que facilita la
agricultura a gran escala y cómo la acumulación de excedente (trigo, mijo,
cebada, maíz... ) pudo dar lugar a la formación de los primeros imperios
agrícolas. Muchas veces el ecosistema se alía con la estructura generando ese
fenómeno al que se le ha dado en llamar despegue civilizacional que nada tiene
que ver con las aptitudes (en sentido racial) de los individuos integrantes de
las mismas. En todo caso, creo que sobra cualquier argumento en pro de la
identidad inter-racial, pues destacados biólogos tiempo ha se pusieron manos a
la obra
[1] Paola Cavalieri y Peter Singer: El proyecto “Gran
Simio”. La igualdad más allá de la humanidad. Editorial Trotta, Madrid, 1998.
[2] Uno de los múltiples equívocos que ha generado la
propaganda nazi, primero, y la sionista, más tarde, ha sido la de identificar el judaísmo como un rasgo racial.
Una persona de mediana cultura sabe muy bien que el judaísmo es una religión,
no un rasgo racial. Sin duda, ha contribuido en mucho a generar dicho equívoco
el carácter cerrado, sectario y endogámico de la religión judía.