viernes, 29 de junio de 2012

El Fútbol


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Resulta muy fácil criticar, desde una postura elitista e intelectualista, los fenómenos de masas como fenómenos de alienación y embrutecimiento colectivo. Lo que no se puede esperar en modo alguno es que las masas, tras su monótona y gris semana laboral, se encierren en las bibliotecas a leer atentamente la Crítica de la Razón Pura de Kant, los Diálogos de Platón o el Ulises de Joyce o que deleiten su espíritu en la sala de conciertos mientras escuchan la Incompleta de Schubert o la Sinfonía Heroica de Beethoven. Como vengo afirmando reiteradamente, toda estructura represiva precisa de una transgresión a su justa medida.


La transgresión regulada tiene muchos nombres: evasión de la realidad, entretenimiento, ocio, diversión o espectáculo. La transgresión en cierto modo nos ayuda a vivir.  El hecho de que el Capital haya convertido o integrado la transgresión como negocio y fuente de pingües beneficios no invalida el hecho sustancial de que los grandes espectáculos de masas, y en particular los deportivos, sean parte esencial de la existencia humana. Incluso el hecho mismo de que el fútbol, como transgresión identitarizadora, intervenga como un agente activo en la construcción e intensificación del sentido identitario de pertenencia a la nación, no nos puede hacer pensar que su ausencia fuera a remediar esta situación: son muchas las bazas y los repuestos que tiene el nacionalismo a su alcance. Aparte de las funciones especificadas, el fútbol, como cualquier otro espectáculo deportivo de evasión,  ha desempeñado un papel crucial como nexo bio-social, como punto de intersección imaginario entre nuestra animalidad y nuestra culturalidad o, simplemente, como forma de transgresión-regresión a nuestros componentes instintivos más primarios. Tampoco tiene porqué ser criticable la tendencia a la regresión a la animalidad. Es, más bien, inevitable: cuanto más intensas sean las tentativas civilizatorias de una sociedad, con tanta más fuerza surgirán esas tendencias regresivas-transgresoras.

Unos grupos de humanos se enfrentan a otros. Ambos se encuentran  desprovistos de artilugios y otros artefactos técnicos que no sean unas botas y un balón de reglamento. Se prohíbe el uso de las manos, de esos órganos prensiles que tan necesarios nos son en la vida cotidiana y que tan decisivo papel desempeñaron en nuestro proceso de hominización. Es como si se penalizaran las facultades orgánicas que en su momento conectaron a homo sapiens con la cultura. Cada equipo cuenta exclusivamente con dos órganos prensiles, los del respectivo guardameta. Solo se juega con las piernas y con los pies, se activan los músculos de la marcha, la carrera, el salto. Solo vale la patada y el cabezazo, la persecución de un objeto  al que no se le puede retener ni tocar, solo golpear con el pie. Pese a que las distintas  trayectorias seguidas por el balón obedecen a las patadas y cabezazos de los jugadores, este se comporta casi como un objeto de la naturaleza que, sujeto a dos sistemas de trayectoria opuestos, adquiere su propia autonomía como un ser vivo difícil de dominar y darle caza.
  
Representación Improvisada e Improvisación Representada

La Representación Convencional (Sin Improvisación): Lo que caracteriza a la música y al teatro es su cualidad de representaciones creadas y producidas con anterioridad a su puesta en escena, a su conversión en espectáculo. Los actores y los intérpretes han de limitarse a conocer el papel, el texto y la partitura. El autor-creador ya no está en la escena, incluso puede haber muerto hace mucho tiempo. Los intérpretes se limitan a reproducir la obra fielmente. de ellos solo puede esperarse su capacidad de reproducción técnica y su expresividad artística aunque nunca saliéndose de los marcos y formas que dirigen la estructura general de la obra. Los actores se meten en el papel, los intérpretes se ajustan a los compases de la partitura. El margen de improvisación permitido en este caso es mínimo, el que pueda resultar de la voluntad del creador o del especial virtuosismo del intérprete. La música, sin embargo, puede fabricarse sin creador, en el sentido de que el intérprete puede hacer las veces de intérprete y creador al mismo tiempo. La música instrumental oriental no obedece al mismo esquema que la de occidente. el intérprete puede improvisar durante horas sobre la base de unos acordes y unos compases. existe un género, como el Jazz, basado enteramente en la improvisación

La Representación Improvisada Vemos que el teatro en todo caso lo que hace es imitar a la vida, reproduciendo aspectos de la vida congelados. La Antígona de Sófocles se ha reproducido cientos de miles de veces y se reproducirá otros tantos cientos de miles sin que se llegue a variar ni una sola coma del argumento. Jamás veremos dos competiciones de baloncesto, boxeo o golf idénticas. La especificidad del deporte, de la competición deportiva, en calidad de juego-espectáculo, radica en la puesta en escena de un género de representación que incorpora a un mismo tiempo la aleatoriedad o incertidumbre y la creación escénica con base a unas reglas. La primera regla la establece el marco general bajo el que se desenvuelve, el escenario propiamente dicho. El tipo de competición deportiva que enfrenta dos rivales en el campo, pista, ring, etc se nos presenta como una síntesis dialéctica cuya unidad es la resultante del diferente juego de los adversarios, de la conjunción de estrategias dispares, de sus acciones y de sus correlativas reacciones, de los sistemas de defensa y de los de ataque correspondientes. La competición deportiva es todo un campo de prueba de habilidad, de  táctica y de estrategia. Pone en juego los reflejos y  la capacidad de respuesta, el ingenio y la capacidad de improvisación, del engaño así como de la capacidad de o dejarse engañar, de la resistencia y de la maniobra de desgaste. Se trata de toda una puesta en escena de la práctica intelectual y material humana, de su juego por la supervivencia, de las inexorables leyes del azar y de la necesidad, de las reglas que impone la vida, de la técnica como medio de sortear el azar y la incertidumbre, de una técnica que nunca impone la primacía porque a lo que ha de enfrentarse es a otra técnica que puede ser desconocida para el adversario, explotar el factor sorpresa, jugar al despiste, al agotamiento del contrario... todo está en el juego. Lógicamente todos estos elementos lo convierten en un impulsor y propagador de primer orden de pasiones y emociones humanas.

 La representación improvisada ocupa su lugar como espacio limitado de transgresión de una sociedad civil que, definida y constituida en un principio como participativa, ha acabado amputando de sí misma las formas y mecanismos de participación alienándolos bajo las estructuras de la representación, que ha sectorializado la actividad económica y el conjunto de la vida cotidiana en compartimentos estancos, donde la vida está organizada y planificada hasta el mínimo detalle sin que se permita la más mínima improvisación.

Indudablemente, se ha producido un trasvase de pasiones gregarias, asociativas e identitarias, de la mano de la efectiva despolitización del mundo de la política. La política altamente burocratizada y tecnocratizada del mundo occidental ha lanzado en tropel a los ciudadanos a depositar esas antiguas pasiones

El Fútbol como placebo universal de la política

Por eso son necesarios los sucedáneos, motivos que tengan entretenida a la ciudadanía, temas a los que puedan acceder, que les permitan hablar y comunicarse entre sí partiendo de un mínimo de conocimiento de causa y que a su vez suscite pasiones partidistas ... ¿qué mejor que el fútbol?  El fútbol es sin duda un sucedáneo especial, se sirve con una regularidad asombrosa, cuenta con todos los ingredientes de la política: líderes, seguidores, escudos, banderas e himnos. Los periodistas a diario acosan y recaban las interesantes declaraciones de un entrenador de fútbol  con el mismo interés y la misma consideración que le pudiera corresponder a un Primer Ministro.  Además, y esto es lo más importante, imprime un fuerte sentido de Identidad y de pertenencia al grupo (de hecho, los políticos nacionalistas son conscientes del papel que desempeña el fútbol en la formación de la Identidad nacional y en esa medida fomentan dicho deporte.  No es, ni mucho menos, casual, que en el trasfondo de la rivalidad Real Madrid C.F. - F.C. Barcelona descanse la tensión entre el nacionalismo españolista y los nacionalismos periféricos).  

La participación del seguidor entusiasta, al igual que sucede en la alta política, resulta irrelevante en la medida en que el resultado final, hagan lo que hagan, digan lo que digan y piensen lo que piensen aparece como inmutable e independiente de sus deseos. No pueden votar ni decidir el resultado. Quizá eso sea lo que transmita más emoción y entusiasmo, la incertidumbre del resultado final. La victoria solo está en manos de los dioses: un equipo puede jugar bien y perder y otro puede jugar mal y ganar, además de que las victorias no dependen de uno solo sino también del contrincante, de la intersección de ambos, si no del eterno culpable, el árbitro. 

También, al igual que en la política, se transmite la alegría por el triunfo y el pesar por la derrota, la decepción y el desencanto. El fútbol es reino de la indeterminación y de la incertidumbre, del azar y de la necesidad, nadie está predestinado a ganar ni a perder, los equipos mejor dotados y equipados técnicamente, mejor coordinados y sincronizados no tienen en sus manos todas las bazas del triunfo. La improvisación juega también así como la estrategia del despiste del bando contrario. El fútbol es estrategia militar concentrada en el césped. Juegan también los factores naturales, el tiempo y el clima. Los ejércitos regulares muy bien saben que poco o muy poco pueden hacer contra las anárquicas guerrillas, conocedoras del terreno, invisibles la mayoría de las veces y con muchas posibilidades de tender una emboscada mortífera. La estrategia futbolística, al igual que la estrategia militar, es síntesis entre planificación e improvisación, una síntesis donde difícilmente puede adivinarse donde llega lo planificado y donde empieza lo improvisado

El sentido de la cúspide, el del momento decisivo y decisorio, que en política se produce de tarde en tarde, solo con ocasión de las convocatorias y escrutinios electorales, en el fútbol es contínuo, se reproduce de encuentro deportivo en encuentro deportivo, que suele ser semanal, incluso diario. Pero no deja de ser un sucedáneo, un placebo que a la par que incorpora las formas y rituales propios del mundo de la política, su resultado es irrelevante para los intereses del seguidor. Y ese es, a su vez, su gran peligro. Su radical visceralidad. Como sucede con los nacionalismos no hay vasos comunicantes ni trasvase de seguidores de los clubes. El sentido de pertenencia al grupo es de otro orden distinto al racional, es de orden tribal.

El Fútbol como campo de observación en etología

He de reconocer que nunca me ha interesado el fútbol en sí mismo.  Cuando retransmiten un partido no es en el césped en lo que me fijo, sino en lo que hay alrededor, los espectadores. Contemplar a la hinchada en acción es todo un espectáculo, toda una puesta en acción del lenguaje gestual; muecas de todo tipo, gesticulaciones hiperbólicas, saltos de alegría, gestos de indignación, abrazos de regocijo, suspiros de alivio, vellos erizados, dientes castañeteantes, rostros en tensión fruncidos ... toda la gama de sentimientos que nos liga a nuestra animalidad mamífera: amor, odio, alegría, tristeza, entusiasmo, indignación, placer, regocijo, rabia,  es como si el simio que llevamos dentro  saliera de nosotros para manifestarse con entera libertad.  Esa faceta de nuestra realidad, reprimida por la cultura y que se manifiesta dosificadamente en nuestra vida cotidiana, explota y se multiplica en el contacto directo con el grupo. El colectivo en estos casos puede desempeñar el mismo papel que las sustancias excitantes y alucinógenas, en calidad de protector social del éxtasis y de agente multiplicador de emociones. Las facultades de razonamiento y discernimiento retroceden en la misma medida en que el componente anímico no-racional va ocupando el puesto vacante. Las personalidades individuales se entretejen y cuasi-disuelven en el órgano colectivo hasta el punto de estructurar un sistema de gritos y movimientos acompasados grupales. La emoción vivida pone a todos de pié al unísono y los hace levantar los brazos al compás sin que una orden de fuera lo imponga. Se crea un sentimiento de grupo, colectivo

sábado, 16 de junio de 2012

Y el hombre hizo al perro ....

El título de este artículo es algo así como una corrección al de un conocido ensayo del etólogo austriaco Konrad Lorenz llamado "Cuando el hombre encontró al perro", porque no es que se lo encontrase exactamente, puesto que el perro como tal no existía en la naturaleza hace por lo menos 20.000 años en los que se calcula que las primitivas bandas cazadoras-recolectoras entraron en contacto con los cánidos antecesores, los lobos, depredadores sociales, en eso coinciden con el hombre y, por el mismo motivo, también competidores en la caza. El perro fue el primer animal que el hombre domesticó y las evidencias ya se encuentran por primera vez al sur del Río Yangtsé hace 16.000 años.


Para que esa primitiva rivalidad se acabase convirtiendo en simbiosis debió producirse un proceso de aproximación  y de intercambio de alimentos que aportara beneficios recíprocos a ambas especies. El caso es que una de ellas fue paulatinamente modelada y humanizada. El caso es que el perro no es una especie natural, es una especie humana. Parece absurda esta última expresión, dado que todos sabemos muy bien que lo que son los humanos, una especie del árbol de los primates. Pero cuando uso el término humanidad me estoy refiriendo a algo mucho más amplio que a nuestra especie desnuda, estoy aludiendo al hábitat y, como tal, al conjunto de factores materiales que la constituyen: sus objetivaciones, la realidad construida, la fuerza productiva, sus fetiches ideológicos (magia, religión, creencias, ideas) sus fetiches económicos (la mercancía, el dinero y el capital) sus medios de existencia, etc. En ese sentido, el perro se incorporó a la humanidad como también lo hizo el fuego, el utensilio, el caballo, etc


Y el lobo fue finalmente humanizado y perrizado: fue sometido a un proceso de selección artificial derivando en las más de 400 razas existentes en la actualidad. Cuvier anotó que se trataba del único animal que ha seguido al hombre en toda la corteza terrestre, primero como ayuda con vistas al sometimiento de otros animales, la cabra y la oveja, como rastreador de presas, como animales de tiro, como policías, como auxiliares de invidentes y tetrapléjicos, como artículo de ornamento, lujo y decoración y también como juguete infantil. La selección de razas ha sido inducida por la presión de la actividad económica y de la división del trabajo en cada caso y, finalmente, convertido en mercancía.


Ni existe ni ha existido nunca "Contrato Animal" alguno, siquiera implícito, ni conceptos antropomórficos similares que nos regalan el especismo y otras corrientes de moda. La relación hombre-perro carece de naturaleza jurídica y moral. Su base es socialmente económica y biológicamente simbiótica. Aunque en este último caso, el de la simbiosis, cabría aclarar que carece de naturaleza contractual. Si hubiera que establecer un símil con las relaciones sociales, podríamos aceptar que su naturaleza se encuentra más cercana a la institución de la esclavitud que la de los contratos entre iguales. Tampoco habría que idealizar la simbiosis como paradigma de cooperación al modo de Kropotkin puesto que si tuviéramos que designar a un animal simbiótico en nuestras relaciones interespecíficas, este no sería el perro sino la bacteria escherichia coli que se aloja por miles de millones en nuestro aparato digestivo.


A las distintas formas de domesticar la etología da su propio nombre, improntar, de imprinting, del denómeno que descubrió Henrioth con los gansos en 1.910, al que llamó “Prägung”, término procedente de la impresión de monedas. El estímulo recibido por los individuos de cada especie en sus períodos críticos provoca que los patrones conductuales innatos se adapten a cada entorno. Los perros, procedentes de los lobos, son animales sociales altamente jerarquizados y lo que comúnmente llamamos lealtad y fidelidad en un perro no es otra cosa que un mecanismo de sustitución del macho alfa de las manadas de lobos por el ser humano, desencadenado por el troquelado al que ha sido sometido durante el proceso de cría y domesticación.


La relación es bidireccional, como lo es la proyección hombre-perro. Si bien el dueño del perro ocupa el lugar del macho Alfa, el perro, a su vez, suele ocupar diversos espacios en el complicado universo del psiquismo y afectividad humana siendo objeto de diversas proyecciones humanocéntricas. Pero el perro, lejos de ser humano, sigue siendo un cánido, troquelado, pero un cánido a fin de cuentas. El hecho de que pueda ser capaz de distinguir muchos de nuestros códigos de símbolos y señales, de autoridad, de reproche, de afecto, no los convierte en animales simbólicos, o el de que tengan nombre propio, ese distintivo identitario que nos individualiza, no los transforma en sujetos sociales. Un perro es un compañero y un amigo, pero no es un hijo, tampoco es un juguete y, menos que nada, un jarrón, un florero o un objeto de decoración.