domingo, 1 de enero de 2012

LA PERSPECTIVA DE LA IDENTIDAD Y LA TRANSGRESIÓN



El concepto de Identidad lejos de reducirse a la pura tautología cuenta con un amplio abanico de aplicaciones válidas para distintas disciplinas, desde las matemáticas y la filosofía hasta la sociología, la política, la economía y la psicología.

Tal vez sea un tanto arriesgado lanzar una perspectiva metodológica más entre las distintas escuelas sociológicas y antropológicas consolidadas. Tampoco lo pretendo. Sin embargo me parece imprescindible elaborar un ensayo que  a título puramente introductorio se adentre en la utilización en determinados campos de este método interpretativo. Su ventaja con relación a las distintas escuelas y perspectivas es, a mi entender, decisiva. Cuenta con la capacidad de explorar y explicar entes totales y entes parciales, los aspectos psicológicos, económicos, políticos y sociológicos a un mismo tiempo de los fenómenos sociales. Identidad y Transgresión como principios explicativos e interpretativos tienen la virtud de englobar y articular otros conceptos que, extraídos de otras disciplinas cuentan con un campo de acción estricto y limitado: desde la represión, el instinto y el principio del placer freudianos hasta las relaciones de producción y las fuerzas productivas marxistas. Su operatividad es totalizadora y particularizadora a un mismo tiempo y su fuerza explicativa, sin necesidad de recurrir al extremo de forzarla y trasladarla a campos específicos mediante el conocido método del lecho de Procusto, se puede extender a múltiples dominios que hasta ahora han quedado al arbitrio de las interpretaciones racionalizadoras de antropólogos y sociólogos, de descripciones empíricas sin contenido, de historizaciones amorfas, de yuxtaposiciones y superposiciones a-críticas.  Prescinde al mismo tiempo de del lastre que han dejado las ideologías del Progreso en la ciencia social a partir del siglo XIX. Es inmune al encasillamiento disciplinar desde el mismo momento en que pone en funcionamiento toda su capacidad de interpretación sintética y globalizadora de la Historia entendida como un todo. Este método es lo suficientemente elástico como para dar comprensión y coherencia a las múltiples manifestaciones de la actividad humana, desde el mundo económico al político, al artístico, al religioso y al festivo propiamente dicho, entendidos no como mundos separados sino como mundos concatenados. No entiende de sucesiones ni de periodos históricos, tampoco tiene la soberbia de establecer leyes de hierro de la historia. Constata y aprecia la concatenación de situaciones políticas, sociales y económicas y a su vez arrebata del dominio exclusivo de los antropólogos y etnólogos la explicación y comprensión del folklore, de los ritos, cultos, fiestas y celebraciones populares en el sentido de que intuye los vehículos y modos de conexión de dichas representaciones al sistema social y económico.

La elasticidad de la interpretación de fenómenos diversos a la luz de la Identidad y la Transgresión posibilita la articulación de un enfoque pluridimensional y a su vez integrador al que no se le escapa la interconexión de áreas o actividades de la práctica social hasta ahora seccionadas por el racionalismo positivista y también por el racionalismo marxista (a fin de cuentas el marxismo es también un método positivista). Las corrientes racionalistas, por su parte, obsesionadas con la idea de orden (las ideas claras y distintas del Discurso del Método) temen la irracionalidad, entendida esta como fuente de caos y confusión, detestan el desorden y la incertidumbre. El racionalismo necesita a toda costa contar con categorías y formas mensurables, cuantificables y dimensionables. Busca en todo momento el control y por esa misma razón se refugia desesperadamente en la Identidad. Los animales solo pueden ser máquinas, las cosas son todas identificables y clasificables y la razón el único instrumento posible para poner orden en la maraña de cosas desordenadas. El fenómeno que escapa a su capacidad de medir y racionalizar tiene un destino seguro, la papelera de la irracionalidad y la superstición. El caos o, lo que viene a ser lo mismo, la Transgresión desbocada, zona gris de incertidumbre e indeterminación, se sitúa fuera de órbita, excede de los límites de lo estrictamente racional. Y no podía ser de otra manera. El método racionalista es el método identitario por excelencia: A=A, sí A=B, B=A, sí A B, B A. Toda la lógica gira en torno a la Identidad. Lo caótico, indeterminado y en sí mismo transgresivo no es susceptible de encasillar y encajonar o, lo que viene a ser lo mismo, de racionalizar.

Todo proceso de clasificación e identitarización tiene sus huecos, sus lagunas. Los grandes taxonomistas de los seres vivos, hombres imbuidos de un estricto espíritu racionalista propio de la época que les tocó vivir, como Linné, Cuvier o Buffon, articularon sus taxones sobre bases paradigmáticas de cirujano. Las convenciones clasificatorias de los taxonomistas clásicos han llegado hasta nuestros libros de texto de ciencias naturales (que ahora se llaman Conocimiento del Medio). El Paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould criticaba las divisiones convencionales entre Reino Animal y Reino Vegetal teniendo en cuenta que los organismos unicelulares mas primitivos: bacterias y algas verdiazules no eran susceptibles de ser adscritas a ninguno de esos géneros. 



El provincianismo de nuestra propia condición vertebrada ha hecho que la subdivisión básica entre pluricelulares animales se haya fundado en la distinción básica entre vertebrados e invertebrados. El mismo hecho de oponer una categoría positiva (vertebrados) a otra negativa (invertebrados) resulta de por sí bastante elocuente. Se ha relegado a ese  segundo phylum (que realmente no es tal, sino una amalgama heterogénea de clados dispares cuyo único común denominador radica en su naturaleza de seres pluricelulares carentes de esqueleto interno[1]) al lugar de un cajón de sastre donde quedan incluidas las categorías restantes[2]. Es como si se hubiera acordado la división de los animales pluricelulares entre los vertebrados, por una parte y, por otra, todos los demás, sin tener en cuenta que entre los pluricelulares invertebrados existen mas de treinta phylums, clados o  modalidades de diseño diferentes . Aunque en este caso el contraste del árbol de la vida no descollarían los vertebrados como lo hacen actualmente.  Del mismo modo la clasificación podría haber operado destacando un clado definido como el de los artrópodos para, acto seguido, distinguirlo de los no-artrópodos: en este último caso irían a parar al mismo saco los unicelulares, los bivalvos, los celentéreos, los vertebrados, etc.  El mismo valor clasificatorio podría tener la catalogación en un lado de los moluscos y en el otro de los no-moluscos, de los equinodermos frente a los no-equinodermos, etc.  En suma, las ramificaciones y diversificaciones taxonómicas no están exentas de la subjetividad del observador.  Prevalece en uno u otro caso nuestra estructura mental digital. Toda dicotomía reconduce a una estructura de la percepción dicotómica, bipolar, binaria, en suma, la reducción a dos. Las dicotomías noche/día, claro/sombra, sol/luna, cielo/tierra, etc, se presentaron contundentemente a la humanidad primigenia, como la realidad misma. Tenemos una tendencia innata a la reducción a dos.  Las operaciones tendentes a poner orden entre intrincadas amalgamas comienzan en ese corte de cirujano.

No obstante, y, en materia de taxonomías, la biología evolucionista está planteando prescindir del concepto de especie, tan cómodo a los taxonomistas identificadores racionalistas

Son múltiples las fuentes de tensión social, una de ellas, tal vez determinante, es el carácter propio de las sociedades extractoras de excedente económico,  estamentales y feudales,  a las que se les superpone una capa burocrático-sacerdotal. Los sistemas no pueden funcionar con la represión de forma permanente. Tampoco ha sido muy afortunado el recurso a la ideología como medio de asegurar la condición de explotadores y explotados. La ideología ha sido siempre un comodín muy socorrido para explicar la permanencia de los sistemas represivos. En concreto, la ideología del reprimido y explotado, que lo ha hecho aceptar y asumir permanentemente su condición de tal garantizando así el dominio del explotador-represor. La ideología se ha visto introducida así, de contrabando, como cohesionador del nexo represivo. Es, por otra parte, perfectamente lógico que un sistema funcionalista atribuya tales utilidades sociales al factor ideológico. En todo caso, es preciso insertar en los momentos represivos sus consecutivos momentos de relajación consecutiva, de descarga de las tensiones acumuladas. Sin esos momentos transgresores y, a la larga, regeneradores del sistema no hay ideología que valga  que pueda mantenerlo en continua actividad. 



 La visión de la economía como disciplina susceptible de medición y cuantificación ha sido el área de intervención preferida para la articulación de una sociología científica. No es casual que Marx eligiera el mundo económico como hilo conductor de su método. La incursión en otras áreas le hubiera alejado del positivismo científico, le hubiera adentrado en campos más proclives al idealismo y a la especulación. No quiere partir del Estado como hiciera su maestro Hegel, sino del periodo económicamente dado. La tentación economicista, tan criticada por marxistas posteriores, partió, no lo olvidemos, del mismo Marx. No solo de pan vive el hombre. Declararse materialista en historia no tiene porqué implicar ser economicista. Siendo la economía una faceta decisiva de la realidad humana, hay que decir que no es toda ni mucho menos, tan siquiera el elemento más importante de su realidad. Fundamentar el materialismo en historia y sociología en la tesis paradigmática de que la economía se sitúa en la base de la realidad o estructura social equivale a decir más bien poco, a reducir y amputar a priori los complejos contenidos de la realidad humana y del materialismo como tal. El marxismo se resentiría más tarde de esa deficiencia congénita adquirida, de esa invitación a la reducción y a la extrapolación, implantada justamente en el núcleo de su método. ¡¡Qué gran lección bizantina nos daría más tarde el Gran Camarada Stalin acerca de si el lenguaje se situaba en la base o en la superestructura!!.  Sin ánimo de buscar un asidero de la historia y de la actividad humana, propondría como método alternativo o, como punto de vista, si se quiere expresar de ese modo, el de la Identidad y la Transgresión.

Ambos conceptos, Identidad y Transgresión, en su mutua interdependencia, no son asimilables al principio dialéctico de contradicción. Más bien, si este punto de vista integra la contradicción lo hace  como una más de entre sus múltiples manifestaciones, vista como choque de Identidades opuestas o de transgresiones recíprocas. Sin embargo, Identidad y Transgresión no son reductibles a la contradicción ni a las restantes leyes de la dialéctica. Lo más interesante es que conteniendo el dilema Identidad/Transgresión en sí mismo una antítesis contradictoria, su proyección al plano social no tiene porqué implicar forzosamente contradicción y lucha entre contrarios, pudiendo integrar cien cosas distintas, entendidas en unos casos bien como complementariedad o  como recurso de la propia Identidad, imprescindible para seguir siendo Identidad, existiendo una gama infinita de posibilidades de integración de la Transgresión en la Identidad y viceversa. En cierto modo, tal y como han apuntado ciertos pensadores contemporáneos (Morin), la dialéctica es superada por la dialógica que no solo incluye tesis, antítesis y síntesis, sino las relaciones de concurrencia, complementariedad y antagonismo que se producen a un mismo tiempo, la relación de recurrencia causa/efecto.

El pensamiento político así como su práctica se encuentran aprisionados en el marco de las formulaciones identitarias. Los paradigmas políticos más usuales suelen valerse de sistemas de oposición de Identidades, de la configuración de dicotomías de modelos opuestos. Así, nos encontramos como las relaciones izquierda-derecha, reacción-progreso, liberalismo-socialismo, etc., se desenvuelven sola y exclusivamente en el plano identitario, incapaces como son de digerir la más mínima Transgresión. De hecho, todo el que viva en un sistema demo-liberal de corte occidental contemplará con toda naturalidad como se producen los turnos en el poder de los dos grandes partidos hegemónicos sin que ello implique alteración estructural, institucional o económica sustancial. Los grandes partidos identitarios se oponen y complementan al mismo tiempo y construyen a su alrededor un universo identitario que garantiza, no solo su turno político periódico y pendular, sino que no se van a producir cambios ni variaciones de ningún tipo que puedan alterar parte o la totalidad del sistema. A la Transgresión la llaman crisis o vacío de poder, por lo que acuden raudos a extirparla, incluso a costa de aunar esfuerzos para construir bloques constitucionales, gobiernos de unidad, de concentración o de salvación nacional, etc.   

En esta dirección tampoco cabría reducir la historia de las sociedades a la lucha de clases. Las luchas de clases pueden operar como agente transgresor, aunque también como enlace identitario. Así lo podemos percibir en las modernas sociedades industriales donde el arbitraje y la negociación colectiva son fenómenos institucionalizados como cualquier otra práctica contractual imprescindibles al correcto reciclaje del sistema en su totalidad.

A la luz de la lucha de clases y del desarrollo de las fuerzas productivas difícilmente son  explicables y comprensibles acontecimientos tales como el genocidio, la barbarie y el holocausto. Igualmente, si se echa mano de ese comodín ideo-filosófico de la naturaleza humana el problema sigue siendo el mismo, por no hablar de los mitos de los tiranos psicópatas, de la sed de poder, etc. ¿Quién puede explicarse cómo los antiguos vecinos de la Yugoslavia de Tito que convivían apaciblemente, desde el cristiano ortodoxo que compraba la leche y el pan al musulmán de la esquina y que podían quedar para jugar una partida de cartas estallaran en un momento determinado hasta el extremo de la masacre? Sin duda, la naturaleza humana era la misma que la de cinco años antes. Si había lucha de clases o de intereses no se explica porqué saltó de ese modo. De un proceso de disgregación y desarticulación social y nacional nacido como consecuencia del nuevo contexto internacional provocado por el derrumbe del bloque del Este en el seno de una crisis económica, se puede discernir un proceso de vacío de poder político y de modificación de las estructuras identitarias de mediación social. La Transgresión del marco del Estado plurinacional y multiétnico yugoslavo obedece a causas muy complejas, una de ellas, quizá la fundamental, sería la redefinición de identidades nacionales, étnicas y religiosas, una fuerza centrífuga que haría estallar en mil pedazos el antiguo estado.

Se suele asociar la palabra Identidad a su  antónimo correlativo, diferencia. Es del todo evidente que no es esta la perspectiva que aquí adopto. El concepto Identidad aquí descrito implica ciertamente concordancia aunque no viene referido más que a un individuo, la Identidad a sí mismo. Se trata del axioma sentado en el principio de Identidad elemental A=A. La diferencia como tal, desde el punto de vista adoptado, no interesa más que en su calidad de una Identidad distinta que como tal es también Identidad. Por otra parte, el sentido enormemente subjetivo (como marco de referencia del sujeto) de que viene revestido el concepto de identidad  lo convierte en antónimo de alteridad, esto es, lo que diferencia el idem del alter no sería otra cosa que lo que distingue lo propio de lo ajeno. La frontera de la identidad sería la que delimita  entre el yo y el no-yo (el ello, los demás, los otros). En este sentido, la alteridad, como la diferencia, estaría definida como una determinación negativa de todo cuanto rodea a lo propio, a lo idéntico, a  lo relacionado con el sujeto. Aunque, en cierto modo, lo propio, lo idéntico, no subsiste pos sí mismo sino en su interconexión con el alter que es, a fin de cuentas, aquello que  le da la consistencia y firmeza necesaria como para constituirse, producirse y reproducirse como lo propio e idéntico a sí mismo. En la disputa, en el campo de batalla, en la competición deportiva, es lo otro lo que consolida y, en cierto modo, da razón de ser a lo idéntico. Lo propio solo se forma y constituye en esa interacción dialéctica con lo no-propio. El caso de España puede ser altamente significativo al respecto, hasta el punto de que no se puede hablar del nacimiento del nacimiento de la  nación española (tanto en sentido subjetivo como objetivo) hasta que tiene lugar la invasión napoleónica de 1808. La identidad española no se forjó por sí misma sino por la intervención de un agente exógeno a sí misma, consolidándose por la Guerra de la Independencia; lo ajeno fue decisivo en la constitución y configuración de lo propio.

Por el motivo citado, entre otros, la asociación que aquí vengo a establecer es la que se produce entre la Identidad y la Transgresión de esa misma Identidad. Son dos aspectos cuya tensión y tirantez tienen la virtud de explicar una variada gama de sucesos y acontecimientos que se desarrollan no solo en el plano histórico, sino también en el plano psíquico e individual. Móviles transgresores los ha habido muchos en la Historia. Podemos destacar, por su simplicidad y por ser directamente perceptible en el mundo personal, el deseo, el principio del placer. No hay mayor transgresor de la Identidad de sí mismo que el deseo de alcanzar algo, un objeto, una persona o un status que se mueve por encima de las posibilidades y límites que encasillan la Identidad de un sujeto. La Identidad dota al ente histórico de rol, papel y función, lo orienta y organiza pero, a su vez, le impone fuertes limitaciones. La Transgresión entra en escena desde el mismo momento en que la Identidad se hace insoportable, en que se convierte en un freno para el sujeto que para llegar a determinadas metas que, con independencia de que puedan o no ser vitales para sí mismo, le  proyecten a alcanzar la meta deseada. El deseo activa todas las formas posibles de Transgresión: la mentira, el engaño, la falsificación y la impostura. El sistema se defiende. Se encarga de sancionar jurídica o moralmente tales conductas transgresoras. Pero a la Identidad le siguen acechando más peligros: la desesperación y el suicidio. El sistema no puede permitir la Transgresión pero tampoco puede erradicarla y por esa misma razón no le queda más opción que tolerarla no sin antes someterla a sus propios cauces identitarios en un contexto global de asimilación e integración.

Por último, introducir el matiz de la conceptualización de la Identidad y Transgresión como una visión dinámica de la relación forma/contenido. El contenido energético que queda aprisionado entre las rígidas formas y estructuras identitarias lucha por salir a flote, por transgredir, en suma, el marco de identidad bajo el que ha quedado subsumido. De ahí el sentido universal que ha adquirido el término Revolución desde que hiciera acto de presencia la Gran Revolución que abrió las puertas al mundo moderno, la Revolución Francesa, como el estallido de una descarga energética dinamizadora que arrastró a todas las formas existentes de dominación y jerarquía social. Aún considerando en términos generales válido este matiz de la explosión del contenido y su liberación de las formas, encuentro en él cierto inconveniente, no percibe la enorme variedad de matices, funcionales y particulares, que puede tener la Identidad y Transgresión en distintos ámbitos de la vida social y que apunto en este artículo, en el sentido que no sabe captar la existencia de formas capaces de liberar contenidos sin que ello ponga en peligro su existencia. El modelo de Revolución de Marx forma/contenido puede ser válido en el plano descriptivo a niveles globales, pero deja de serlo cuando de lo que se trata es de aplicarlo a fenómenos específicos, estructurales y coyunturales.
Las escuelas funcionalistas y estructuralistas, atrapadas en la determinación de los elementos identitarios de los sistemas, son incapaces de asimilar el papel de primer orden jugado por la Transgresión en la explicación de los procesos sociales. A lo más que llegan es, a lo sumo, a percibir la Transgresión como un agente patógeno, como una disfunción producida en una pieza del sistema. Por tal motivo, las sociedades ideadas por las corrientes estructuralistas y funcionalistas no pueden ni podrán funcionar nunca (toda una paradoja), son cadáveres sin vida, sin energía, sin fuerza y sin combustión interna, algo así como mecanos con piezas de quita y pon.















[1]Por otra parte, no está muy claro porqué los artrópodos no puedan ser vertebrados. Son seres segmentados y articulados como estos últimos y son, pues, tan vertebrados como lo pudieran ser los peces, reptiles, aves y mamífero. Aunque los separan de los vertebrados 500 millones de años de evolución, tienen esqueleto externo y, según investigaciones recientes, es el mismo gen el que da las instrucciones para construir el armazón de uno y otro clado. Hubiera sido igualmente válida la distinción entre vertebrados de esqueleto interno y vertebrados de esqueleto externo.
[2]En el mundo del derecho a ese proceder se le llama el de cláusula residual. Cuando el muy difícil enumerar en una lista todos los casos posibles, al final se añade la coletilla “... y las demás no comprendidas en los apartados anteriores”. Loa abogados listillos saben muy bien como sacar partido de este recurso jurídico.

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