El concepto de
Identidad lejos de reducirse a la pura tautología cuenta con un amplio abanico
de aplicaciones válidas para distintas disciplinas, desde las matemáticas y la
filosofía hasta la sociología, la política, la economía y la psicología.
Tal vez sea un
tanto arriesgado lanzar una perspectiva metodológica más entre las distintas
escuelas sociológicas y antropológicas consolidadas. Tampoco lo pretendo. Sin embargo
me parece imprescindible elaborar un ensayo que
a título puramente introductorio se adentre en la utilización en
determinados campos de este método interpretativo. Su ventaja con relación a
las distintas escuelas y perspectivas es, a mi entender, decisiva. Cuenta con
la capacidad de explorar y explicar entes totales y entes parciales, los
aspectos psicológicos, económicos, políticos y sociológicos a un mismo tiempo
de los fenómenos sociales. Identidad y Transgresión como principios
explicativos e interpretativos tienen la virtud de englobar y articular otros
conceptos que, extraídos de otras disciplinas cuentan con un campo de acción
estricto y limitado: desde la represión, el instinto y el principio del placer
freudianos hasta las relaciones de producción y las fuerzas productivas
marxistas. Su operatividad es totalizadora y particularizadora a un mismo
tiempo y su fuerza explicativa, sin necesidad de recurrir al extremo de
forzarla y trasladarla a campos específicos mediante el conocido método del lecho
de Procusto, se puede extender a múltiples dominios que hasta ahora han quedado
al arbitrio de las interpretaciones racionalizadoras de antropólogos y
sociólogos, de descripciones empíricas sin contenido, de historizaciones
amorfas, de yuxtaposiciones y superposiciones a-críticas. Prescinde al mismo tiempo de del lastre que
han dejado las ideologías del Progreso en la ciencia social a partir del siglo
XIX. Es inmune al encasillamiento disciplinar desde el mismo momento en que
pone en funcionamiento toda su capacidad de interpretación sintética y
globalizadora de la Historia entendida como un todo. Este método es lo
suficientemente elástico como para dar comprensión y coherencia a las múltiples
manifestaciones de la actividad humana, desde el mundo económico al político,
al artístico, al religioso y al festivo propiamente dicho, entendidos no como
mundos separados sino como mundos concatenados. No entiende de sucesiones ni de
periodos históricos, tampoco tiene la soberbia de establecer leyes de hierro de
la historia. Constata y aprecia la concatenación de situaciones políticas,
sociales y económicas y a su vez arrebata del dominio exclusivo de los
antropólogos y etnólogos la explicación y comprensión del folklore, de los
ritos, cultos, fiestas y celebraciones populares en el sentido de que intuye
los vehículos y modos de conexión de dichas representaciones al sistema social
y económico.
La elasticidad de
la interpretación de fenómenos diversos a la luz de la Identidad y la
Transgresión posibilita la articulación de un enfoque pluridimensional y a su
vez integrador al que no se le escapa la interconexión de áreas o actividades
de la práctica social hasta ahora seccionadas por el racionalismo positivista y
también por el racionalismo marxista (a fin de cuentas el marxismo es también
un método positivista). Las corrientes racionalistas, por su parte,
obsesionadas con la idea de orden (las ideas claras y distintas del Discurso
del Método) temen la irracionalidad, entendida esta como fuente de caos y
confusión, detestan el desorden y la incertidumbre. El racionalismo necesita a
toda costa contar con categorías y formas mensurables, cuantificables y
dimensionables. Busca en todo momento el control y por esa misma razón se
refugia desesperadamente en la Identidad. Los animales solo pueden ser
máquinas, las cosas son todas identificables y clasificables y la razón el
único instrumento posible para poner orden en la maraña de cosas desordenadas.
El fenómeno que escapa a su capacidad de medir y racionalizar tiene un destino
seguro, la papelera de la irracionalidad y la superstición. El caos o, lo que
viene a ser lo mismo, la Transgresión desbocada, zona gris de incertidumbre e
indeterminación, se sitúa fuera de órbita, excede de los límites de lo
estrictamente racional. Y no podía ser de otra manera. El método racionalista
es el método identitario por excelencia: A=A, sí A=B, B=A, sí A B, B A. Toda la
lógica gira en torno a la Identidad. Lo caótico, indeterminado y en sí mismo
transgresivo no es susceptible de encasillar y encajonar o, lo que viene a ser
lo mismo, de racionalizar.
Todo proceso de
clasificación e identitarización tiene sus huecos, sus lagunas. Los grandes
taxonomistas de los seres vivos, hombres imbuidos de un estricto espíritu
racionalista propio de la época que les tocó vivir, como Linné, Cuvier o
Buffon, articularon sus taxones sobre bases paradigmáticas de cirujano. Las
convenciones clasificatorias de los taxonomistas clásicos han llegado hasta
nuestros libros de texto de ciencias naturales (que ahora se llaman
Conocimiento del Medio). El Paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould
criticaba las divisiones convencionales entre Reino Animal y Reino Vegetal
teniendo en cuenta que los organismos unicelulares mas primitivos: bacterias y
algas verdiazules no eran susceptibles de ser adscritas a ninguno de esos
géneros.
El provincianismo de nuestra propia condición vertebrada ha hecho que
la subdivisión básica entre pluricelulares animales se haya fundado en la
distinción básica entre vertebrados e invertebrados. El mismo hecho de oponer
una categoría positiva (vertebrados) a otra negativa (invertebrados) resulta de
por sí bastante elocuente. Se ha relegado a ese
segundo phylum (que realmente no es tal, sino una amalgama
heterogénea de clados dispares cuyo único común denominador radica en su
naturaleza de seres pluricelulares carentes de esqueleto interno[1]) al lugar de un cajón de sastre donde quedan
incluidas las categorías restantes[2]. Es como si se hubiera acordado la división
de los animales pluricelulares entre los vertebrados, por una parte y, por
otra, todos los demás, sin tener en cuenta que entre los pluricelulares
invertebrados existen mas de treinta phylums, clados o modalidades de diseño diferentes . Aunque en
este caso el contraste del árbol de la vida no descollarían los vertebrados
como lo hacen actualmente. Del mismo
modo la clasificación podría haber operado destacando un clado definido como el
de los artrópodos para, acto seguido, distinguirlo de los no-artrópodos: en
este último caso irían a parar al mismo saco los unicelulares, los bivalvos,
los celentéreos, los vertebrados, etc.
El mismo valor clasificatorio podría tener la catalogación en un lado de
los moluscos y en el otro de los no-moluscos, de los equinodermos frente a los
no-equinodermos, etc. En suma, las
ramificaciones y diversificaciones taxonómicas no están exentas de la
subjetividad del observador. Prevalece
en uno u otro caso nuestra estructura mental digital. Toda dicotomía reconduce
a una estructura de la percepción dicotómica, bipolar, binaria, en suma, la
reducción a dos. Las dicotomías noche/día, claro/sombra, sol/luna,
cielo/tierra, etc, se presentaron contundentemente a la humanidad primigenia,
como la realidad misma. Tenemos una tendencia innata a la reducción a dos. Las operaciones tendentes a poner orden entre
intrincadas amalgamas comienzan en ese corte de cirujano.
No obstante, y, en
materia de taxonomías, la biología evolucionista está planteando prescindir del
concepto de especie, tan cómodo a los taxonomistas identificadores
racionalistas
Son múltiples las
fuentes de tensión social, una de ellas, tal vez determinante, es el carácter
propio de las sociedades extractoras de excedente económico, estamentales y feudales, a las que se les superpone una capa burocrático-sacerdotal.
Los sistemas no pueden funcionar con la represión de forma permanente. Tampoco
ha sido muy afortunado el recurso a la ideología como medio de asegurar
la condición de explotadores y explotados. La ideología ha sido siempre
un comodín muy socorrido para explicar la permanencia de los sistemas
represivos. En concreto, la ideología del reprimido y explotado, que lo ha
hecho aceptar y asumir permanentemente su condición de tal garantizando así el
dominio del explotador-represor. La ideología se ha visto introducida así, de
contrabando, como cohesionador del nexo represivo. Es, por otra parte,
perfectamente lógico que un sistema funcionalista atribuya tales utilidades
sociales al factor ideológico. En todo caso, es preciso insertar en los momentos
represivos sus consecutivos momentos de relajación consecutiva, de descarga de
las tensiones acumuladas. Sin esos momentos transgresores y, a la larga,
regeneradores del sistema no hay ideología que valga que pueda mantenerlo en continua actividad.
La visión de la
economía como disciplina susceptible de medición y cuantificación ha sido el
área de intervención preferida para la articulación de una sociología
científica. No es casual que Marx eligiera el mundo económico como hilo
conductor de su método. La incursión en otras áreas le hubiera alejado del
positivismo científico, le hubiera adentrado en campos más proclives al
idealismo y a la especulación. No quiere partir del Estado como hiciera su
maestro Hegel, sino del periodo económicamente dado. La tentación
economicista, tan criticada por marxistas posteriores, partió, no lo olvidemos,
del mismo Marx. No solo de pan vive el hombre. Declararse materialista en
historia no tiene porqué implicar ser economicista. Siendo la economía una
faceta decisiva de la realidad humana, hay que decir que no es toda ni mucho
menos, tan siquiera el elemento más importante de su realidad. Fundamentar el
materialismo en historia y sociología en la tesis paradigmática de que la
economía se sitúa en la base de la realidad o estructura social equivale a
decir más bien poco, a reducir y amputar a priori los complejos
contenidos de la realidad humana y del materialismo como tal. El marxismo se
resentiría más tarde de esa deficiencia congénita adquirida, de esa invitación
a la reducción y a la extrapolación, implantada justamente en el núcleo de su
método. ¡¡Qué gran lección bizantina nos daría más tarde el Gran Camarada
Stalin acerca de si el lenguaje se situaba en la base o en la
superestructura!!. Sin ánimo de buscar un
asidero de la historia y de la actividad humana, propondría como método
alternativo o, como punto de vista, si se quiere expresar de ese modo, el de la
Identidad y la Transgresión.
Ambos conceptos,
Identidad y Transgresión, en su mutua interdependencia, no son asimilables al
principio dialéctico de contradicción. Más bien, si este punto de vista integra
la contradicción lo hace como una más de
entre sus múltiples manifestaciones, vista como choque de Identidades opuestas
o de transgresiones recíprocas. Sin embargo, Identidad y Transgresión no son
reductibles a la contradicción ni a las restantes leyes de la dialéctica. Lo
más interesante es que conteniendo el dilema Identidad/Transgresión en sí mismo
una antítesis contradictoria, su proyección al plano social no tiene porqué
implicar forzosamente contradicción y lucha entre contrarios, pudiendo integrar
cien cosas distintas, entendidas en unos casos bien como complementariedad
o como recurso de la propia Identidad,
imprescindible para seguir siendo Identidad, existiendo una gama infinita de
posibilidades de integración de la Transgresión en la Identidad y viceversa. En
cierto modo, tal y como han apuntado ciertos pensadores contemporáneos (Morin),
la dialéctica es superada por la dialógica que no solo incluye tesis, antítesis
y síntesis, sino las relaciones de concurrencia, complementariedad y
antagonismo que se producen a un mismo tiempo, la relación de recurrencia
causa/efecto.
El pensamiento
político así como su práctica se encuentran aprisionados en el marco de las
formulaciones identitarias. Los paradigmas políticos más usuales suelen valerse
de sistemas de oposición de Identidades, de la configuración de dicotomías de
modelos opuestos. Así, nos encontramos como las relaciones izquierda-derecha, reacción-progreso,
liberalismo-socialismo, etc., se desenvuelven sola y exclusivamente en el plano
identitario, incapaces como son de digerir la más mínima Transgresión. De
hecho, todo el que viva en un sistema demo-liberal de corte occidental
contemplará con toda naturalidad como se producen los turnos en el poder de los
dos grandes partidos hegemónicos sin que ello implique alteración estructural,
institucional o económica sustancial. Los grandes partidos identitarios se
oponen y complementan al mismo tiempo y construyen a su alrededor un universo
identitario que garantiza, no solo su turno político periódico y pendular, sino
que no se van a producir cambios ni variaciones de ningún tipo que puedan
alterar parte o la totalidad del sistema. A la Transgresión la llaman crisis o
vacío de poder, por lo que acuden raudos a extirparla, incluso a costa de aunar
esfuerzos para construir bloques constitucionales, gobiernos de unidad, de
concentración o de salvación nacional, etc.
En esta dirección
tampoco cabría reducir la historia de las sociedades a la lucha de clases. Las
luchas de clases pueden operar como agente transgresor, aunque también como
enlace identitario. Así lo podemos percibir en las modernas sociedades
industriales donde el arbitraje y la negociación colectiva son fenómenos
institucionalizados como cualquier otra práctica contractual imprescindibles al
correcto reciclaje del sistema en su totalidad.
A la luz de la
lucha de clases y del desarrollo de las fuerzas productivas difícilmente
son explicables y comprensibles
acontecimientos tales como el genocidio, la barbarie y el holocausto.
Igualmente, si se echa mano de ese comodín ideo-filosófico de la naturaleza
humana el problema sigue siendo el mismo, por no hablar de los mitos de los
tiranos psicópatas, de la sed de poder, etc. ¿Quién puede explicarse cómo los
antiguos vecinos de la Yugoslavia de Tito que convivían apaciblemente, desde el
cristiano ortodoxo que compraba la leche y el pan al musulmán de la esquina y
que podían quedar para jugar una partida de cartas estallaran en un momento
determinado hasta el extremo de la masacre? Sin duda, la naturaleza humana era
la misma que la de cinco años antes. Si había lucha de clases o de intereses no
se explica porqué saltó de ese modo. De un proceso de disgregación y
desarticulación social y nacional nacido como consecuencia del nuevo contexto
internacional provocado por el derrumbe del bloque del Este en el seno de una
crisis económica, se puede discernir un proceso de vacío de poder político y de
modificación de las estructuras identitarias de mediación social. La
Transgresión del marco del Estado plurinacional y multiétnico yugoslavo obedece
a causas muy complejas, una de ellas, quizá la fundamental, sería la
redefinición de identidades nacionales, étnicas y religiosas, una fuerza
centrífuga que haría estallar en mil pedazos el antiguo estado.
Se suele asociar
la palabra Identidad a su
antónimo correlativo, diferencia. Es del todo evidente que no es
esta la perspectiva que aquí adopto. El concepto Identidad aquí descrito
implica ciertamente concordancia aunque no viene referido más que a un
individuo, la Identidad a sí mismo. Se trata del axioma sentado en el principio
de Identidad elemental A=A. La diferencia como tal, desde el punto de
vista adoptado, no interesa más que en su calidad de una Identidad distinta que
como tal es también Identidad. Por otra parte, el sentido enormemente subjetivo
(como marco de referencia del sujeto) de que viene revestido el concepto de
identidad lo convierte en antónimo de
alteridad, esto es, lo que diferencia el idem del alter no sería
otra cosa que lo que distingue lo propio de lo ajeno. La frontera de la
identidad sería la que delimita entre el
yo y el no-yo (el ello, los demás, los otros). En este sentido, la alteridad,
como la diferencia, estaría definida como una determinación negativa de todo
cuanto rodea a lo propio, a lo idéntico, a
lo relacionado con el sujeto. Aunque, en cierto modo, lo propio, lo
idéntico, no subsiste pos sí mismo sino en su interconexión con el alter
que es, a fin de cuentas, aquello que le
da la consistencia y firmeza necesaria como para constituirse, producirse y
reproducirse como lo propio e idéntico a sí mismo. En la disputa, en el campo
de batalla, en la competición deportiva, es lo otro lo que consolida y, en
cierto modo, da razón de ser a lo idéntico. Lo propio solo se forma y
constituye en esa interacción dialéctica con lo no-propio. El caso de España
puede ser altamente significativo al respecto, hasta el punto de que no se puede
hablar del nacimiento del nacimiento de la
nación española (tanto en sentido subjetivo como objetivo) hasta que
tiene lugar la invasión napoleónica de 1808. La identidad española no se forjó
por sí misma sino por la intervención de un agente exógeno a sí misma,
consolidándose por la Guerra de la Independencia; lo ajeno fue decisivo en la
constitución y configuración de lo propio.
Por el motivo
citado, entre otros, la asociación que aquí vengo a establecer es la que se
produce entre la Identidad y la Transgresión de esa misma
Identidad. Son dos aspectos cuya tensión y tirantez tienen la virtud de
explicar una variada gama de sucesos y acontecimientos que se desarrollan no
solo en el plano histórico, sino también en el plano psíquico e individual.
Móviles transgresores los ha habido muchos en la Historia. Podemos destacar,
por su simplicidad y por ser directamente perceptible en el mundo personal, el
deseo, el principio del placer. No hay mayor transgresor de la Identidad de sí
mismo que el deseo de alcanzar algo, un objeto, una persona o un status que se
mueve por encima de las posibilidades y límites que encasillan la Identidad de
un sujeto. La Identidad dota al ente histórico de rol, papel y función, lo
orienta y organiza pero, a su vez, le impone fuertes limitaciones. La
Transgresión entra en escena desde el mismo momento en que la Identidad se hace
insoportable, en que se convierte en un freno para el sujeto que para llegar a
determinadas metas que, con independencia de que puedan o no ser vitales para
sí mismo, le proyecten a alcanzar la
meta deseada. El deseo activa todas las formas posibles de Transgresión: la
mentira, el engaño, la falsificación y la impostura. El sistema se defiende. Se
encarga de sancionar jurídica o moralmente tales conductas transgresoras. Pero
a la Identidad le siguen acechando más peligros: la desesperación y el
suicidio. El sistema no puede permitir la Transgresión pero tampoco puede
erradicarla y por esa misma razón no le queda más opción que tolerarla no sin
antes someterla a sus propios cauces identitarios en un contexto global de
asimilación e integración.
Por último,
introducir el matiz de la conceptualización de la Identidad y Transgresión como
una visión dinámica de la relación forma/contenido. El contenido energético que
queda aprisionado entre las rígidas formas y estructuras identitarias lucha por
salir a flote, por transgredir, en suma, el marco de identidad bajo el que ha
quedado subsumido. De ahí el sentido universal que ha adquirido el término
Revolución desde que hiciera acto de presencia la Gran Revolución que abrió las
puertas al mundo moderno, la Revolución Francesa, como el estallido de una
descarga energética dinamizadora que arrastró a todas las formas existentes de
dominación y jerarquía social. Aún considerando en términos generales válido
este matiz de la explosión del contenido y su liberación de las formas,
encuentro en él cierto inconveniente, no percibe la enorme variedad de matices,
funcionales y particulares, que puede tener la Identidad y Transgresión en
distintos ámbitos de la vida social y que apunto en este artículo, en el
sentido que no sabe captar la existencia de formas capaces de liberar
contenidos sin que ello ponga en peligro su existencia. El modelo de Revolución
de Marx forma/contenido puede ser válido en el plano descriptivo a niveles
globales, pero deja de serlo cuando de lo que se trata es de aplicarlo a
fenómenos específicos, estructurales y coyunturales.
Las escuelas
funcionalistas y estructuralistas, atrapadas en la determinación de los
elementos identitarios de los sistemas, son incapaces de asimilar el papel de
primer orden jugado por la Transgresión en la explicación de los procesos
sociales. A lo más que llegan es, a lo sumo, a percibir la Transgresión como un
agente patógeno, como una disfunción producida en una pieza del sistema. Por
tal motivo, las sociedades ideadas por las corrientes estructuralistas y
funcionalistas no pueden ni podrán funcionar nunca (toda una paradoja), son
cadáveres sin vida, sin energía, sin fuerza y sin combustión interna, algo así
como mecanos con piezas de quita y pon.
[1]Por otra parte, no está muy claro porqué los artrópodos
no puedan ser vertebrados. Son seres segmentados y articulados como estos
últimos y son, pues, tan vertebrados como lo pudieran ser los peces, reptiles,
aves y mamífero. Aunque los separan de los vertebrados 500 millones de años de
evolución, tienen esqueleto externo y, según investigaciones recientes, es el
mismo gen el que da las instrucciones para construir el armazón de uno y otro
clado. Hubiera sido igualmente válida la distinción entre vertebrados de
esqueleto interno y vertebrados de esqueleto externo.
[2]En el mundo del derecho a ese proceder se le llama el
de cláusula residual. Cuando el muy difícil enumerar en una lista todos los
casos posibles, al final se añade la coletilla “... y las demás no comprendidas
en los apartados anteriores”. Loa abogados listillos saben muy bien como sacar
partido de este recurso jurídico.
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