viernes, 30 de diciembre de 2011

ESTADO, IDENTIDAD Y CONTROL




Antes que nada habría que distinguir las dos acepciones que se le pueden atribuir al concepto Identidad. 

Una primera, de índole subjetiva, implica algo así como conocimiento o conceptualización. Es subjetiva en tanto que el acto de identificar se asocia al acto de conocer. Lo que se identifica se conoce, por contra, todo aquello que no ha sido identificado no ha sido aún conocido. 

La acepción que más interesa ahora va a ser, por tanto, la objetiva. Se podría definir esta segunda como el mecanismo a través del cual se establece una relación de elementos a los cuales se adjudica una individualidad o calidad específica. Este segundo sentido designa un grupo de elementos o de individuos o de conjunciones asociadas e individualizadas que, desde el mismo momento en el que, dentro de un marco regulador, se les asigna una Identidad comienzan a desempeñar papeles, roles y funciones acordes a la Identidad asignada.  El valor de la presente conceptualización objetiva radica en su capacidad explicativa de la noción de Identidad, entendida como un factor plenamente activo que se distingue de su acepción primaria, pasiva y subjetiva. El generador de Identidades no se limita a percibir Identidades y diferencias en la misma medida en que, a su vez, las crea, construye identidades específicas asimiladas a la Identidad global del organismo.

La identificación aparece como un elemento indispensable a toda estructura de información. Identificar es sinónimo de conocer y, como diría Francis Bacon, solo se domina aquello que se conoce. Lo que se identifica se clasifica, se numera y encasilla. La tabla periódica de los elementos, las especies biológicas, identificadas con nombres y apellidos y encajonadas en las estructuras taxonómicas, los planetas, las galaxias y las estrellas, todo exige un nombre, una Identidad. Lo que se desconoce carece de Identidad, de ahí las siglas OVNI, objeto volador no identificado que, a pesar de estar asociado a las civilizaciones extraterrestres, en sí no significa nada, tan solo es un objeto que vuela pero que no se sabe lo que es.

Considero precisa una aclaración previa. Cuando hablo de Identidad o del principio de Identidad no me estoy refiriendo al individuo ni al individualismo. No deseo se me malinterprete.  Si consideráramos que toda cultura ha incorporado la Identidad y el control de sí misma en tanto que mecanismo de sujeción como una proposición equivalente a la incorporación de la individualidad caeríamos en una simplificación a-histórica. 

La Identidad aquí referida tiene unas connotaciones bastante más amplias que esa individualidad a la que se ha rendido culto desde el renacimiento y que triunfó políticamente a finales del siglo XVIII. La diferencia fundamental radica en que la Identidad aquí es concebida como un ámbito o esfera de control político y social, no como el marco del ejercicio de los derechos individuales ni como sistema de defensa de la esfera individual frente a la del Estado, por mucho que en estos últimos aspectos podamos percibir determinadas manifestaciones del principio de Identidad. La defensa del individuo y del individualismo puede incluso chocar de plano con las estructuras mismas de identificación que implantan los Estados. Vemos, por ejemplo, los escrúpulos que se ponen de manifiesto cuando se trata del tratamiento informatizado de datos individuales. Se ha creado una nueva fuente de tensión esta vez entre el individualismo y la Identidad en el que el primero pugna por la defensa de la anonimidad individual frente al Estado como medio de defensa de la intimidad individual.  



La Identidad se contempla como una imposición que la cultura implanta a los individuos y como materia prima sobre la que se articulan los mecanismos de dominación propios de todo sistema político administrativo. Pero la Identidad y la identificación correlativa no se ciñe solo a los individuos. Los aglomerados meta-individuales  construyen su propia Identidad, desde las Instituciones a  los territorios, las naciones, los países y los pueblos, los gremios profesionales, los partidos políticos...  El conservadurismo iza la bandera de la Identidad tradicional, el nacionalismo la de la Identidad nacional, en suma, todo ser se manifiesta y permanece en su Identidad intemporal. La pérdida de las señas de Identidad es la crisis destructiva, entendida como muerte, cambio o como transformación. Estos tres acontecimientos son determinantes en la Transgresión de todo tipo de Identidad. La muerte, por su radicalidad, pone fin a la presencia, a la emergencia de las estructuras vivientes, es la Transgresión de los límites biológicos y orgánicos del ser vivo. El cambio o transformación, sin embargo, suponen una barrera a un estado de presencia definido del ser. Transformación es una forma de destrucción, una forma de muerte si se la quiere llamar así. Mediante la transformación la Identidad se extingue, se transgrede para adoptar una Identidad distinta.

Para Homo Sapiens el conocimiento, reconocimiento y diferenciación de los congéneres  se basa fundamentalmente en la identificación visual. No hay más que ver la enorme variedad de rasgos faciales que se presenta entre unos y otros individuos. Si bien los rasgos y los tipos humanos individuales son susceptibles de clasificación, es difícil, no imposible salvedad hecha de los gemelos univitelinos y de los dobles o bien de los parecidos que se pueden hallar entre dos o más personas, encontrar dos humanos idénticos. La similitud entre embriones con el proceso de desarrollo se va disipando y a medida que pasan los años asoman los rasgos identificadores y diferenciales.

Las personas cuentan con una huella genética, con una huella cultural y con una huella psicológica. La formación de la identidad en el niño se manifiesta en un deseo de distanciamiento respecto de los padres en aquello que los psicólogos llaman fase de la individualización, a partir de la cual interponen ante los progenitores la barrera/esfera de su propia intimidad física y psíquica imprescindibles para construir los elementos integrantes de  su propia personalidad.

Con la emergencia de la cultura tendrá lugar la acentuación de la identificación individual. La organización misma del parentesco así como el consiguiente tabú del incesto ya se nos aparece como una elaborada construcción social del principio de Identidad, a donde converge tanto la genealogía del individuo como elemento integrante de su Identidad así como las correlativas reglas sociales generadas precisamente por esa estructura cultural-represiva que articula la Identidad de la individuación como eje central del sistema. Las estructuras del parentesco, efectivamente, están en la génesis misma del principio de Identidad. Todos tienen un padre y una madre así como una serie de ascendentes y descendientes troncales, parientes colaterales por sangre o por matrimonio. A todos se les pone unos apellidos que recuerdan su ascendencia y un nombre que identifica, aunque el nombre por sí solo no es nada si no va unido a esos apellidos que complementan su Identidad. En realidad, vivimos inmersos en un mar de Identidades numeradas y codificadas. A la vivienda en la que vivimos se le asigna un número y/o una letra, que a su vez viene identificada en una manzana numerada, en una calle, en una sección, en un distrito, en un núcleo de población, en una provincia, en una Comunidad Autónoma, en un Estado, etc.,

Ningún sistema social e institucional prescinde del control de la Identidad individual como forma de dominio. El Estado elabora sus registros, padrones, censos y compilaciones estadísticas de datos referidos a sus ciudadanos de forma enormemente cuidadosa. Hasta tal punto es decisiva la Identidad individual que lo primero que se nos pide cuando vamos a un sitio es un documento que tenemos en el bolsillo que se llama precisamente Documento Nacional de Identidad. Para destacar el papel y función represiva de dicho documento no hay más que decir que es la Policía la encargada de elaborar y confeccionar dichos carnets. ¡Identifíquese!, exclama la policía cuando hace una redada. No llevarlo en el momento en que se lleva a cabo un control policial o, simplemente, no tener reafirmada la Identidad, puede implicar estar expuesto a una sanción. Puede que algún día, para evitar tales descuidos ciudadanos, el Estado nos tatúe el número o un código de barras en el brazo o nos implanten un chip en la oreja de fácil acceso para cualquier escáner. 

El Estado nos ordena y nos numera. No solo tenemos nombres y apellidos, hay algo mucho más importante que nos identifica. Un número correlativo seguido por una letra puesta al final pone de manifiesto que el Estado nos ha matriculado para siempre. La primera columna de todo censo o padrón es la que ocupa precisamente ese número que nos ha asignado el Estado. A ese número se le asigna una huella digital, una fotografía, unos padres, un domicilio, un sexo, una edad y una nacionalidad. Los anónimos, huérfanos, asexuados, apátridas, vagabundos y nómadas crean auténticos quebraderos de cabeza a los Estados. El nomadismo, en particular, es un modo de vida que no acepta fronteras ni Estados y que por ello pone en vilo los sistemas identitarios y de control. La legislación franquista, sin ir más lejos, catalogó  a este grupo de personas como peligrosos potenciales. La bioquímica ha hecho un aporte decisivo al control identitario con la clasificación de los grupos sanguíneos y la secuencia de ADN.

El Estado vela y vigila permanentemente por salvaguardar la Identidad de su ciudadanía. La Identidad garantiza el pasado y el presente de los individuos, su realidad fáctica, su presencia y disponibilidad real y efectiva, su localización, su papel y función social, sus posibilidades presentes y futuras, su patrimonio, su inserción institucional, el marco del ejercicio de sus derechos y correlativas obligaciones. El Estado defiende la Identidad de sus ciudadanos a capa y espada, pues en ella encuentra no solo el instrumento de dominación efectiva sino los elementos funcionales mismos que le confieren su razón de ser: la Identidad del elector, la Identidad del contribuyente, la Identidad del destinatario de los servicios públicos, la Identidad de la población activa, la Identidad de la población desempleada, la Identidad de los pensionistas, la Identidad de los estudiantes, de los casados, de los solteros, de los separados, de los viudos, de los hombres, de las mujeres.. 

Pero la Identidad individual una vez estatalizada es algo más. La realidad del individuo se somete a su realidad documental, el marco del ejercicio de sus derechos y de la imposición de sus obligaciones lo produce el gigantesco mundo del control de la Identidad. Documentos, carnets, pasaportes, visados, permisos, licencias, títulos, en fin, todo.  Sin salvaguardia de la Identidad no hay persecución policial, ni búsqueda y captura de delincuentes, ni presunciones legales, ni juicios ni condenas. El sistema de información sobre el que descansa la actividad del Estado encaminada a la extracción de recursos, a la articulación de la política de subvenciones, becas, etc.  se somete, en última instancia, al principio de Identidad. 

El inmigrante norteafricano que cruza el Estrecho sin papeles ni documentos que lo avalen (contrato de trabajo, permiso de residencia, pasaporte o visado) obtiene para el Estado la inmediata calificación de Ilegal, en una operación donde el derecho se supera a sí mismo en su determinación identitaria, pues hasta ahora lo que se había tachado de ilegal eran determinadas conductas o las mercancías importadas de contrabando, no las personas. El Ilegal no existe para el Estado, carece de identidad positiva, se le atribuye esa identidad negativa de Ilegal por el hecho de ser indocumentado en virtud de la cual se le debe expulsar inmediatamente del territorio. 
Con ocasión de la Guerra de Kosovo, las tropas y los grupos paramilitares serbios expulsaron a los miembros de la minoría albanesa de sus hogares, destruyendo previamente sus enseres personales no sin antes arrancarle toda su documentación y se supone que, con vistas a imposibilitar un cálculo de la magnitud del genocidio, se destruyeron también archivos, relaciones estadísticas, censos, padrones, registros civiles, etc. Al destruir sus documentos los han convertido en indocumentados, en seres inexistentes, incapaces de acreditar su existencia presente, su familia, su matrimonio, sus aptitudes profesionales y su historia misma.

Los sistemas políticos occidentales se basan precisamente en un sistema de transferencia masiva de identidad del cuerpo social al cuerpo político. VOTAR quedaría aquí definido como un acto de transferencia refractaria de identidad a través del cual el cuerpo político construye su propia identidad en la misma medida en que se va nutriendo de las identidades individuales transferidas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario