domingo, 12 de febrero de 2012

Una reflexión sobre los conceptos izquierda y derecha en política


Toda constelación política se estructura y ordena conforme a parámetros de tipo gradualista. Las ideologías gradualistas cumplen convenientemente su función a la hora de construir el mercado político, exactamente igual que una lista de precios, aunque en esta ocasión planteado a niveles cualitativos. La imagen ideológica de un arco político que comprende desde la derecha a la izquierda procede de la costumbre de los parlamentarios de la Asamblea Nacional francesa de sentarse físicamente unos en los escaños de la derecha y otros en los de la izquierda. No creo que las izquierdas eligieran deliberadamente esa situación, pues ubicarse a la derecha está cargado de unas connotaciones ideológicas positivas que proceden de tiempos remotos, ya lo dice la Biblia, los buenos estarán sentados a la diestra del Padre (nuestra lateralización cerebral nos hace ser preferentemente diestros antes que zurdos, a las personas oscuras y retorcidas se las llama siniestras, a la habilidad se la llama destreza, etc).

Por otro lado, esa imagen político-ideológico-localizacional resulta inmensamente rentable cara a la edificación del discurso político. Genéricamente se llama Derechas al grupo de los conservadores, interesados en el mantenimiento del orden existente, opuestos a los cambios políticos y defensores de los privilegios así como del grupo de los privilegiados. Llámase Izquierdas al grupo de los reformadores sociales, inconformes con el orden existente y deseosos de cambiarlo. Pero el deseo de cambio no es definitorio por sí solo, pues nos encontramos con la ultra-derecha, ávida de cambiar el orden existente y de instaurar un orden  pretérito.

Tanto el término Izquierda como el de Derecha se nos presentan,  hoy más que nunca, vacíos de contenido. De la divergencia radical entre las izquierdas y las derechas de los años treinta hemos pasado al sentido a-sustancial y decimonónico de la diferencia, recordándonos el polo PSOE/PP a los turnos Cánovas/Sagasta. Para llenar de contenido dos términos a-sustanciales como estos podíamos hacer historicismo. Los monarcas unificadores de finales de la Edad Media en su oposición a los taifas feudales podríamos considerarlos como la izquierda de su época. Asimismo, la otrora izquierda se reconvierte en derecha unos siglos más tarde: los monarcas absolutistas del Antiguo Régimen es la derecha frente a los revolucionarios liberales y laicos que toman la Bastilla. A lo largo del Siglo XIX, la llegada del movimiento obrero, socialista y anarquista, desplazará a los ideólogos burgueses hacia la derecha, y así sucesivamente. Pero esta operación historicista tampoco se me antoja válida por cuanto que extrapola conceptos y categorías de lo presente a tiempos pretéritos, a tiempos en los que aún no se podía hablar propiamente de la instancia de la política, quebrando en su base por su recurso a un cierto tipo de ideología del Progreso de índole evolucionista y finalista.

Los términos Izquierda y Derecha en política obedecen a cierta ideología de tipo gradualista. La gradualización política rinde sus mayores servicios cuando de lo que se trata es de ganar el favor de inmensas capas de la población de composición mayoritariamente pequeñoburguesa que desea a toda costa la moderación, temerosa de cambios bruscos hacia la izquierda y hacia la derecha que haga peligrar su estabilidad y  tranquilidad.

Por tal razón las derechas inventaron, en ese arco gradualista imaginario, el Centro Político, es decir, la imparcialidad, objetividad  y la ecuanimidad absolutas que contempla desde el mas adecuado vértice geométrico a las restantes opciones, todas ellas necesariamente sesgadas y parciales. El punto del centro, el grado noventa del arco político, sería por tal motivo el punto de la razón, el punto de equilibrio y, por tanto, el mejor y más adecuado asidero del poder. A este esquema gradualista de asignación de espacios políticos se le ha opuesto otro principio, más radical, cuya premisa es la negación del diseño gradualista por considerarlo engañoso y ficticio al no corresponder a la fisura social real que se abre entre las clases sociales.

El posicionamiento de todo partido o grupo político será, lo reconozca o no expresamente, un posicionamiento de clase y girará en torno a los intereses de la clase social a la que orgánicamente está ligado.

Dentro de la llamada Izquierda, en nuestro país se ha producido una radical escisión entre el pensamiento gradualista y el pensamiento escisionista.

Los gradualistas, con su concepción geométrica y cuantitativa, dividen el panorama formalmente entre Izquierdas y Derechas, siendo, lógicamente su objetivo el de lograr la Unidad de la Izquierda frente a la unidad de facto existente entre  la Derecha,

Los escisionistas, por su parte, consideran que existen dos orillas antagónicas en una de las cuales se sitúa la Izquierda Real y en la otra tanto la Derecha como aquella izquierda que practica políticas de derechas, en concreto, el PSOE.

Entre ambos paradigmas, el gradualista y el escisionista, no existe convergencia posible, sus postulados de base, politológicos en un caso y sociológicos en el otro, los separan radicalmente. En todo caso, el paradigma escisionista se asienta sobre cierta ilusión de reflexión en virtud de la cual el mundo político se constituye como un reflejo del mundo social, obviando la escisión básica que se genera entre sociedad política y sociedad civil en los modernos sistemas representativos. Se entiende que el reflejo es mecánico y se produce exclusivamente en el plano ideológico y por eso precisamente, por su componente idealista, quiebra todo el sistema.

Realmente, los cuadros de los partidos obreros no están integrados por obreros sino más bien por intelectuales de tracción media conectados a las ideologías izquierdistas. Tampoco los cuadros de los partidos burgueses se integran por burgueses propiamente dichos ni siquiera por los accionistas mayoritarios de las grandes empresas, sino por profesionales de la política y la tecnocracia ligados orgánicamente a intereses burgueses.

No existe pues la reflexión o trasposición directa y mediata del plano de lo social al plano de lo político. Se trata, en todo caso, de categorías a-extrapolables y a-reductibles. Por tal razón, la ficción gradualista, que parte de la consideración del mundo de lo político como un mundo autónomo de lo sociológico, infiriendo que si bien la sociedad no es gradual, las ideologías si lo son, conecta con la realidad de la política relativamente mejor que esta última.

Solo he dicho relativamente, pues hay que constatar que en las premisas de la noción gradualista se encuentra una visión ficticia que contempla como realidades independientes una constelación de espejismos consistentes en la percepción de una Izquierda y de una Derecha en el plano político, dejando obviamente a un lado ese disparate al que se le llama Centro Político. Un detalle curioso a destacar es cómo mientras el término izquierda sigue siendo asumido en la actualidad por partidos y grupos políticos que reclaman esa denominación, como Izquierda Unida, que incluso la integran en sus siglas, ningún partido de considerado de derechas reivindica el concepto como parte de su definición. Un panorama totalmente distinto al existente en la Segunda República en la que la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) de Gil Robles, formada por una coalición de organizaciones católicas y conservadoras, asimilaba el término como propio.

Fuera de la ficción, lo que queda en la superficie es la escenificación teatral y la divergencia lingüística.  El marco de la divergencia se reduce paulatinamente.  Los partidos firman pactos constitucionales en virtud de los cuales se comprometen a intervenir exclusivamente en el marco de la Constitución. Todos, excepto algunos grupos testimoniales, aceptan como incuestionable el sistema económico existente. Empieza a prevalecer el discurso economicista tecnocrático haciendo todos gala, indistintamente, de filibusterismo fiscal (el Partido A promete reducir los impuestos pero en cuanto llega al poder los mantiene exactamente al mismo nivel que el Partido B antes en el Gobierno). La política empieza a ser cuestión de simple matiz camuflado por discursos vacíos de contenido.

sábado, 4 de febrero de 2012

La Justicia como restablecimiento del equilibrio alterado

Pedimos justicia, queremos justicia, ... pancartas, equipos de megafonía, grupos de personas congregadas, generalmente a las puertas de juzgados y palacios de justicia exigen una restitución reparadora de un perjuicio al grito del imperativo categórico justicia. Raro es el día que no vemos por televisión esta imagen. Aunque la justicia sea un concepto abstracto, se exige justicia como algo concreto, palpable, tangible, como el desideratum restaurador que colma esa sed, que equilibra esa situación alterada, que restablece la situación original por muy imposible que sea ese regreso al origen.

El concepto o la idea de justicia no está exento de interés. Siendo en principio un concepto de tipo ideológico-axiológico de esos que se mueven en el espacio etéreo de los absolutos ahistóricos (v.gr. El amor, la felicidad, la libertad, etc), oculta en sí mismo cierta base de realidad que radicaría precisamente tanto en un sentido concreto-específico como en un sentido abstracto-genérico, entendido  este último como marco de inserción de los contenidos concretos e históricos aportados por una sucesión temporal - y una coexistencia espacial - de conjuntos sociales distintos, opuestos e incluso antagónicos, los cuales irían asignándole un sentido concreto esencialmente retributivo y tendente a la restauración de cierto equilibrio. Expulsada de su concepto cualquier escala de valores, podríamos entender la justicia en un sentido genérico-concreto (sintético) como la tendencia a la restauración del equilibrio, es decir, como las distintas formas de  recomposición que cada medio social genera en su firme determinación de restaurar el orden anterior que ha sido alterado. Podíamos inscribir la justicia en el contexto del concepto de conatus o, lo que viene a ser lo mismo, como la tendencia a la persistencia del ser en la existencia. Concretado a nivel bioquímico, reparación y defensa se sitúan en un mismo plano en el sistema inmunológico, generador de anticuerpos que atacan y contrarrestan al agresor bacteriano o viral y los agentes reparadores de sus efectos.

En el mundo animal, las situaciones violentas vienen provocadas por este mismo conatus, esa tendencia a la persistencia del ser en la existencia. La muerte como medio de defensa o de ataque que puede asegurar las fuentes alimenticias del ser vivo o su misma existencia física. Sin embargo, no puede regir la idea de justicia en tanto que principio reparador de una cadena de acontecimientos perturbadora del equilibrio del sistema. Las sociedades humanas no suelen restituir en caliente (salvo los casos de venganza visceral), sino en frío, conforme a sus propias normas. La violencia reparadora de la aplicación de la justicia solo puede entenderse como una violencia social.

LA JUSTICIA Y EL RELATIVISMO HISTÓRICO  

Pocos conceptos han sido tan manoseados como el de justicia, entendida esta  como principio retributivo o distributivo. En la vida cotidiana se escucha frecuentemente en relación a tal o cual solución dada a determinado problema las siguientes frases: esto ha sido justo, ha sido injusto, confiamos en la justicia, no confiamos en la justicia, etc.. Pero, en puridad,  hablar de justicia es hablar de relativismo histórico. La definición convencional de justicia, es decir, dar a cada cual lo suyo, dice bien poca cosa al respecto. La idea de justicia solo puede tener un contenido concreto, de modo que las ideas abstractas y metafísicas que reconducen a cierto género de Justicia Universal han quedado relegadas a la categoría de mera antigualla filosófica.

La institución de la esclavitud, por ejemplo, se puede percibir bajo dos ópticas, la de la institución en sí, conforme a la cual las ideas de honradez y justicia girarán en torno a planteamientos mercantiles: la entrega del esclavo a un dueño distinto y el pago de un precio justo por el mismo. Desde tal perspectiva, la injusticia o justicia de tal transacción vendría directamente determinada por las normas que rigen el contrato de compraventa: la ocultación de los vicios ocultos del esclavo a su comprador sería un acto injusto, así como la no entrega del esclavo en el plazo determinado en el contrato, el impago del precio, o el robo mismo de la mercadería (aunque fuera para liberarla de su condición de esclavitud, pues para el efecto existe otra institución jurídica, la manumisión) entraría dentro del mundo de la injusticia, pues lo que en tal caso define lo justo solo puede ser dar a cada cual lo que le corresponde, al vendedor de esclavos, el justo precio por la mercancía vendida, y al comprador, el esclavo, libre de cargas, gravámenes y servidumbres, constando documentalmente el justo título de adquisición del dominio, la posesión, la ocupación, la compra, la herencia, la donación, etc así como la cumplimentación de las formalidades legales requeridas al efecto: la traditio, la traslatio, etc.

Pero desde otro punto de vista, el de la institución vista como tal, ésta se impugna en su totalidad por su condición de injusta, por cuanto que el comercio con seres humanos atentaría directamente contra la libertad y dignidad humanas, que ningún hombre puede nacer o hacerse esclavo (ya sea por haber sido capturado en combate, ya sea por deudas, etc) . Nos encontraríamos con que son distintos los puntos de vista mediante los que se puede valorar un mismo fenómeno sin que podamos asegurar cuál de los dos corresponde al auténtico sentido universal de la justicia.

El honrado mercader de esclavos se opone al vendedor sin escrúpulos que oculta al comprador las heridas producidas por los latigazos, embadurna su mercancía humana de grasa para darle un aspecto lustroso, etc, exactamente igual a como sucede con algunos vendedores de coches de segunda mano (o los tratantes de ganado que adornan los burros para ocultar las cicatrices), que petrolean el motor y enceran la carrocería para así dar gato por liebre al comprador. Para el abolicionista de la esclavitud no existen matices que distingan ambos comportamientos, que parten por igual del injusto radical de la trata de esclavos,

Algo así como la variación de conductas de dos tipos de narcotraficantes, los que entregan al comprador heroína en estado puro y los que la venden adulterada o mezclada con otras sustancias. Sin embargo, en el submundo del narcotráfico también rigen sus propias normas de justicia, de modo que la dureza de las consecuencias al incumplimiento de las normas impuestas por el medio clandestino, como  la muerte al competidor desleal, al que se apropia sin más de la mercancía o de los beneficios, al comprador moroso, etc.  En definitiva, una idea particular de justicia ronda sobre todos los submundos, incluso sobre aquellos que quedan excluidos de la idea de justicia universal: el mundo mafioso y del hampa defiende sus propios principios de lealtad, consanguinidad, etc, el mundo carcelario cuenta con sus propias normas éticas donde, al igual que en el medio mafioso, la delación ocupa el primer puesto en el orden de afrentas dignas del mayor de los castigos.

Ha habido a lo largo de la historia formas de objetivación del delito y del pecado que chocarían con las más modernas nociones de justicia existentes en la actualidad al desligarse del sujeto infractor o pecador que, sin embargo, exigen socialmente una reparación. El ejemplo que encuentro más a mano es el de la teología cristiana o paulina que ronda sobre el eje central de una afrenta infligida por la humanidad contra Dios. El Creador, para aplacar su cólera, exige la expiación de dicha afrenta y para ello envía a su hijo al objeto de que muera sacrificado en acto de expiación de los pecados cometidos por la humanidad. La institución misma del sacrificio, pese a su función esencialmente retributiva, se aparta de ese modo de la noción común y actual de justicia


LA JUSTICIA COMO INSTANCIA REESTRUCTURADORA DEL EQUILIBRIO

Salvando el espinoso asunto de la relatividad histórica de la noción de justicia, podemos encontrar un denominador común a todas las ideas de justicia que se forman y han formado a lo largo de la historia de la humanidad, tanto en sentido espacial como temporal, como es el principio del establecimiento y restablecimiento del equilibrio.. Este principio, al encontrarse vacío de contenidos normativos y éticos positivos, es enteramente aplicable a cualquier idea de justicia, con independencia de su mutuo antagonismo. La institución del sacrificio, antes aludida, en tanto que reparación expiatoria, quedaría incluida bajo este concepto amplio de justicia en tanto que agente reestructurador de un equilibrio, en principio roto, entre deberes y derechos recíprocos. La proporcionalidad o desproporcionalidad de la medida reestructuradora es ya otra cuestión.

Generalmente, la escala de valor de las afrentas se mide con arreglo a los categorías socialmente relevantes en función del sistema económico vigente y el tipo de relación social predominante.  Los medios de autodefensa social utilizados se encuentran sujetos a las variaciones lógicas impuestas por el relativismo histórico. Lo que queda en cualquier caso, con independencia de las variables sociales, es esa necesaria e inevitable tendencia a la reestructuración que puede revestir o no carácter retributivo, que puede basarse o no en normas de equidad. Matar a un esclavo, a un plebeyo o a un patricio no acarrean las mismas consecuencias jurídicas. Mientras ocasionar la muerte del esclavo (ajeno, naturalmente, no del propio, pues en el derecho romano la propiedad queda claramente definida como útere ad abútere ius, derecho a usar y a abusar) se puede saldar mediante una indemnización a su dueño y la de un plebeyo puede suponer prisión o multa, ante la muerte de un patricio o de un aristócrata sólo cabe la condena a muerte.  Pero el caso expuesto se refiere a sociedades rígidamente estratificadas cuya función retributiva y reestructuradora vendrá marcada por la pauta de esa misma estratificación social. 

LA REPARACIÓN BILATERAL

Cualquier relación retributiva-reparativa-reestructuradora-equilibradora se nos presenta en principio como una relación bipolar con la forma de una transacción. En el ámbito no directamente punitivo la forma de la transacción no presenta problema, sobre todo en aquellas sociedades que han llegado a un determinado grado de desarrollo de los vínculos comerciales y mercantiles en donde todos los objetos se miden en términos cuantitativos conforme al patrón universal de equivalencia o, dicho vulgarmente, al dinero. En el otro caso, en el de aquellas sociedades que no han desarrollado el vínculo comercial o en el que este se reduce al intercambio de excedentes de producción, no existe tal patrón universal de equivalencia cuantitativo y, por tal razón, la identidad reparadora-reestructuradora solo podrá plantearse en términos cualitativos, rigiéndose por otros cánones tales como la utilidad o la identidad del objeto a restituir.

Pero existen casos en que tal restitución resulta materialmente imposible. En la esfera del derecho punitivo no cabe reparación posible ante la mutilación o la muerte. las leyes más primitivas, como el Código de Hammurabi o el Tanach mismo (la fuente del Antiguo Testamento cristiano), dan una solución equilibradora: ojo por ojo, diente por diente, matar al que mata, amputar al que amputa, etc, sin que se pueda distinguir la separación entre dolo y culpa que establecen las legislaciones penales modernas. Las primeras formas reparadoras se constituyen como generación de situaciones simétricas en las que lo que importa realmente es el contexto. Así, vemos cómo castiga el Código de Hammurabi la negligencia de un arquitecto que provoca el derrumbe del edificio del inquilino y la muerte a consecuencia del accidente del hijo de este último. La solución justa se salda con la muerte del hijo del arquitecto. Paralelismo y simetría, ahí está la clave de las intervenciones reparadoras y restituidoras, y, ante los sucesos irreversibles imposibles de restitución positiva, como bien pudiera ser el de la muerte, la solución equilibradora/reparadora solo puede acudir como restitución negativa o, lo que viene a ser lo mismo, como privación. En este sentido, ocasionar la muerte a un tercero se debe entender como privarlo de la vida, con lo que el equilibrio restitutorio-reparador solo puede encaminarse a la generación de la situación simétrica y paralela pero esta vez dentro del campo causante de la situación.

JUSTICIA VS VENGANZA

Lo que distingue a la Justicia de la Venganza es básicamente que mientras la Venganza es privada, la Justicia es pública. La Justicia pública nacería como consecuencia de un proceso de nacionalización de la venganza privada así como de sujeción a una normativa única de los actos de los particulares. La justicia penal, como venganza expropiada a los particulares y administrada exclusivamente por el Estado, llevaría consigo una consiguiente racionalización y estructuración de la venganza en este caso como venganza pública, estableciendo las mismas consecuencias de simetría y restitución implantando un patrón común de simetría, el de la medida del tiempo en prisión, de forma análoga a una tabla de precios cuantitativa uniformadora de los tipos penales en sentido cualitativo. Un teórico del derecho soviético, Pashukanis, desarrolló una teoría bastante curiosa sobre la duración de las penas basándose en la teoría del valor-trabajo de Marx y el tiempo socialmente necesario como generador del valor de cambio.


viernes, 3 de febrero de 2012

Colonización, conquista, dominación y ocupación. Hologramas y sistemas de sujección


Solemos partir de una noción matriz cuando nos referimos al colonialismo, identificado mecánicamente con el imperialismo, como la subordinación política, económica y tributaria de distintas provincias y territorios a un mismo centro colonial. Una misma palabra cuando se utiliza para identificar fenómenos distintos tiene la virtud de confundirnos. O bien cuando se conceptúa bajo una misma denominación hechos e instituciones distintos en base a que comparten una serie de rasgos y características formales comunes se corre el riesgo de englobar cosas distintas bajo una única denominación. La Historia nos presenta el caso de un tipo de colonialismo muy extendido en el mundo antiguo. En concreto, el de griegos y fenicios. Jamás ha existido un imperio griego salvo el Imperio Macedonio de Alejandro Magno ya entrada la época helenística. Los colonizadores griegos a los que me refiero fueron quienes desde el siglo VIII al V a.c. se asentaron a lo largo y ancho del Mediterráneo, incluido el Mar Negro. Fundaron Polis hologramáticamente calcadas de la Polis original sin que los ligara a la ciudad madre de la que partió la expedición vínculos políticos de ningún tipo. El modelo se pudiera parecer muy bien al de cualquier ser vivo que esparce su especie diseminando huevos y semillas cuyas crías crecen y se desarrollan sin relación alguna con la madre que las hizo nacer. Los griegos y fenicios sembraron sus semillas por todo el Mediterráneo, clonaban su cultura y estructura política

La colonización griega nada tiene que ver con el actual sentido que se le da a la palabra. No se trataba de incorporar territorios conquistados en beneficio de una metrópolis, es decir, en nada se asemejaba al imperialismo ni al colonialismo. En las nuevas ciudades fundadas reproducían, obviamente, sus mismos esquemas culturales y la Identidad griega se mantuvo hasta el final, desde la estructura política hasta la organización de la actividad económica. Para la elección de los nuevos asentamientos donde habían de fundar las nuevas Polis preferentemente fueron enclaves del litoral mediterráneo. En el origen de los movimientos colonizadores hemos de buscar los movimientos migratorios provocados por la escasez de recursos y el incremento de la población. Los fundadores de colonias generalmente eran agricultores desposeídos o stenochoria que se embarcaban en expediciones organizadas por la ciudad. Al mando de dichas expediciones se situaba un jefe (oikistés) que, tras consultar el oráculo de Delfos sobre el lugar más idóneo donde instalarse, fundaba una nueva polis independiente por completo de la ciudad madre a la que no estaban unidos por vínculos políticos sino meramente afectivos. El mayor número de fundaciones se produjo entre los años 750 y 675 a.c. y afectaron sobre todo a Sicilia y al sur de Italia. El segundo periodo ocupa aproximadamente desde el 675 hasta el 550 a.c. teniendo lugar su expansión a lo largo de toda la costa mediterránea.



Ejemplos de Colonias griegas: Naucratis (Egipto), Siracusa, Catane, Himera y Gela (Sicilia), Taras, Síbaris, Región, Neápolis y Cumas (Sur de Italia) Ampurias, Hemeroskopion y Mainake (España), Cirene (Libia), Massalia (Francia) y Alalia (Córcega).

El imperialismo y colonialismo europeo que se extiende a partir del siglo XV se nos presenta, al mismo tiempo, un concepto confuso y ambiguo. Tomemos dos modelos continentales objeto de colonización: América y África.

AMÉRICA: Veremos como Europa se proyectó en América como un holograma. Transmitió su estructura social, política, religiosa y hasta su idioma a lo largo y ancho del continente, A partir del siglo XVIII las nuevas colonias, en su lucha por la independencia, construirán Estados análogos a los europeos. De resultas del proceso nos encontramos ante una América inglesa e irlandesa, una América francófona, una América holandesa, una América española y una América portuguesa. Más tarde veríamos cómo un norte industrial, anglófono y protestante, implantaría su hegemonía sobre un sur agrícola, hispánico y católico, El nuevo continente ale invadido, asimilado, colonizado y posteriormente independizado. Articulé su estructura política y cultural sobre los elementos aportados por las metrópolis matrices reduciendo a la marginalidad las estructuras políticas y culturales indígenas. América creó Estados sin Historia o con una Historia importada de Europa. América no conoció la cultura greco-latina ni el feudalismo ni el Renacimiento. América no importó reyes porque su lucha por la independencia se desenvolvió contra los monarcas europeos. Sin embargo, la América del Norte hizo suyos los principios de la Revolución Industrial, implantó sus propios principios del liberalismo y se benefició sobremanera de las oleadas de migraciones procedentes de la vieja Europa. El proceso de capitalización americano no conoció la lucha de clases al modo europeo. La acumulación primitiva se llevó a cabo mediante la importación de mano de obra esclava procedente en su mayor parte del Golfo de Guinea. En cierto modo, la colonización africana se puso al servicio de la colonización americana: Bartolomé de las Casas, Motolinía y demás defensores de los derechos de los indígenas americanos no mostraron los mismos escrúpulos para con los indígenas africanos.

América del Norte implantó su nuevo orden económico con una mínima resistencia social, la propia de indígenas nómadas paleolíticos, llamados hoy amerindios. Ocupó y desalojó inmensos territorios vírgenes, construyendo el sistema su propio campesinado, un campesinado que desconoció por completo los vínculos económicos de tipo feudal y vasallático y que desde el primer momento empezó a producir para el mercado. Al mismo tiempo cruzó el territorio de Este a Oeste con sus grandes medios de comunicación, el ferrocarril y el telégrafo. Se fundaron las primeras ciudades-capital (en el sentido de centros de acumulación económica y de dirección político-administrativa)

América desechó los idearios revolucionarios europeos decimonónicos, rechazó el socialismo y creó su propio sistema político al más puro estilo capitalista, donde la carrera política estaba concebida como una prolongación de la carrera económica, donde los partidos, más que como estructuras de mediación política e ideológica con la ciudadanía al modo europeo, intervenían como maquinarias electorales.

La América Central y del Sur construyeron también su propia Historia. Los conquistadores españoles hubieron de diezmar dos grandes imperios agrícolas, el azteca y el inca. Sobre sus cenizas establecieron su propia estructura política

ÁFRICA: Decididamente, Europa no se ha reproducido en África al modo americano, australiano o neozelandés. África no construyó, ni de lejos, estados similares a los americanos. Diversos factores son los que convergen en el origen y configuración de esta diversidad colonial, que van desde el factor bioclimático, al socio-estructural. Desde cierta perspectiva podría decirse que África llegó demasiado tarde a la colonización y demasiado pronto a la descolonización. Pero es ese un juicio un tanto apresurado y una apreciación un tanto ficticia. Nos habíamos olvidado de que Europa tiene un Norte geográfico, económico y político y un Sur geográfico, económico y político (que actualmente se ha ampliado hacia el Este), que con América sucede un tanto de lo mismo y que, a un nivel mundial global, África se sitúa al Sur de todo, hasta de la misma supervivencia. El capitalismo no crea hologramas estructurales. Favorece, no obstante, la mundialización a través de los grandes medios de comunicación de masas, aunque no una capitalización simultánea en todos los rincones del planeta. Las grandes áreas de desarrollo y acumulación crean al mismo tiempo grandes zonas de dependencia. El capitalismo ha invertido la lógica de los antiguos mitos del Edén, de Síbaris o de Jauja en el sentido de que riqueza natural no implica necesariamente riqueza económica. Gran Bretaña es un país extremadamente pobre en recursos propios. Brasil y Nigeria, por su parte, son países muy ricos en recursos naturales. Sin embargo, los índices económicos de uno y otros países nos muestran precisamente todo lo contrario.

África, salvo el África del Sur, nunca fue colonizada. Fue, sin embargo, ocupada, repartida y administrada. Los nativos, salvo exiguas minorías, no asistieron a ningún proceso de aculturación (salvo el fenómeno de colonización cultural que se produjo por la vía de las misiones). Tampoco se crearon asentamientos económicos sino plantaciones y explotaciones en las que fue empleada abundantemente la mano de obra autóctona. Los indígenas no fueron apartados del proceso general de colonización ni recluidos en reservas salvo la excepción de África del Sur. La riqueza invertida y producida no repercutía en la colonia sino en la metrópolis. A las colonias regresaban los beneficios imprescindibles para el mantenimiento de la administración colonial y la financiación de una más que barata mano de obra aborigen. Mientras tanto, las estructuras tribales permanecieron prácticamente intactas en lo político. En el plano económico la población, salvo escasos núcleos, abandonaba la economía nómada, horticultora o cazadora-recolectora para incorporarse paulatinamente al nuevo sistema como mano de obra asalariada. El sistema colonial, sin embargo, aún respetando los diversos regímenes de agregación política autóctona, entró en el juego de la distribución de poderes y privilegios a distintos clanes tribales y étnicos en detrimento de otros. Ello trajo consigo el que dichas comunidades nunca desarrollaran procesos de integración y agregación política más allá de los meramente tribales. Bajo el sistema colonial dichas escisiones fueron acentuándose y agravándose con una dureza inusitada .

La descolonización africana ha llegado a crear auténticos monstruos. Caníbales como Idi Amín Dadá, el Emperador Bokassa, Mobutu, Siad Barre o Teodoro Obiang que, apoyados por mercenarios occidentales, han ocupado los palacios presidenciales y han empleado toda su energía, su única formación recibida de los ocupantes, la militar, para aniquilar drásticamente a sus adversarios tribales, aunque esta vez, ni con lanzas ni con flechas ni hachas, sino con armas automáticas, introduciendo sus cuerpos en las despensas y cámaras frigoríficas de palacio. Por puro convencionalismo más que por otra cosa solemos llamar Estados a entidades como Zaire, Angola, Namibia, Burundi, Togo, Burkina Fasso, Chad, Sudán, Sierra Leona, Senegal, Somalia, etc. cuando en realidad no son tales. Son meras demarcaciones territoriales trazadas con escuadra y con compás a las que se les ha puesto un nombre para distinguirlas de las demás. Los pigmeos ¡Kung no tienen patria, solo reconocen territorios de caza, lo mismo se puede decir de los nómadas Masai que, como tales nómadas que son, no reconocen Estados, ni fronteras ni asentamientos fijos de ningún tipo, son apátridas por antonomasia. La descolonización africana, más que a la liberación de los pueblos, a lo que ha contribuido ha sido a la gestación de formas tanto más opresoras y esclavizadoras que aquellas a las que expulsó, a la ampliación de estructuras tribales incapaces de establecer nexos orgánicos ni de ningún otro tipo con las restantes.