domingo, 12 de febrero de 2012

Una reflexión sobre los conceptos izquierda y derecha en política


Toda constelación política se estructura y ordena conforme a parámetros de tipo gradualista. Las ideologías gradualistas cumplen convenientemente su función a la hora de construir el mercado político, exactamente igual que una lista de precios, aunque en esta ocasión planteado a niveles cualitativos. La imagen ideológica de un arco político que comprende desde la derecha a la izquierda procede de la costumbre de los parlamentarios de la Asamblea Nacional francesa de sentarse físicamente unos en los escaños de la derecha y otros en los de la izquierda. No creo que las izquierdas eligieran deliberadamente esa situación, pues ubicarse a la derecha está cargado de unas connotaciones ideológicas positivas que proceden de tiempos remotos, ya lo dice la Biblia, los buenos estarán sentados a la diestra del Padre (nuestra lateralización cerebral nos hace ser preferentemente diestros antes que zurdos, a las personas oscuras y retorcidas se las llama siniestras, a la habilidad se la llama destreza, etc).

Por otro lado, esa imagen político-ideológico-localizacional resulta inmensamente rentable cara a la edificación del discurso político. Genéricamente se llama Derechas al grupo de los conservadores, interesados en el mantenimiento del orden existente, opuestos a los cambios políticos y defensores de los privilegios así como del grupo de los privilegiados. Llámase Izquierdas al grupo de los reformadores sociales, inconformes con el orden existente y deseosos de cambiarlo. Pero el deseo de cambio no es definitorio por sí solo, pues nos encontramos con la ultra-derecha, ávida de cambiar el orden existente y de instaurar un orden  pretérito.

Tanto el término Izquierda como el de Derecha se nos presentan,  hoy más que nunca, vacíos de contenido. De la divergencia radical entre las izquierdas y las derechas de los años treinta hemos pasado al sentido a-sustancial y decimonónico de la diferencia, recordándonos el polo PSOE/PP a los turnos Cánovas/Sagasta. Para llenar de contenido dos términos a-sustanciales como estos podíamos hacer historicismo. Los monarcas unificadores de finales de la Edad Media en su oposición a los taifas feudales podríamos considerarlos como la izquierda de su época. Asimismo, la otrora izquierda se reconvierte en derecha unos siglos más tarde: los monarcas absolutistas del Antiguo Régimen es la derecha frente a los revolucionarios liberales y laicos que toman la Bastilla. A lo largo del Siglo XIX, la llegada del movimiento obrero, socialista y anarquista, desplazará a los ideólogos burgueses hacia la derecha, y así sucesivamente. Pero esta operación historicista tampoco se me antoja válida por cuanto que extrapola conceptos y categorías de lo presente a tiempos pretéritos, a tiempos en los que aún no se podía hablar propiamente de la instancia de la política, quebrando en su base por su recurso a un cierto tipo de ideología del Progreso de índole evolucionista y finalista.

Los términos Izquierda y Derecha en política obedecen a cierta ideología de tipo gradualista. La gradualización política rinde sus mayores servicios cuando de lo que se trata es de ganar el favor de inmensas capas de la población de composición mayoritariamente pequeñoburguesa que desea a toda costa la moderación, temerosa de cambios bruscos hacia la izquierda y hacia la derecha que haga peligrar su estabilidad y  tranquilidad.

Por tal razón las derechas inventaron, en ese arco gradualista imaginario, el Centro Político, es decir, la imparcialidad, objetividad  y la ecuanimidad absolutas que contempla desde el mas adecuado vértice geométrico a las restantes opciones, todas ellas necesariamente sesgadas y parciales. El punto del centro, el grado noventa del arco político, sería por tal motivo el punto de la razón, el punto de equilibrio y, por tanto, el mejor y más adecuado asidero del poder. A este esquema gradualista de asignación de espacios políticos se le ha opuesto otro principio, más radical, cuya premisa es la negación del diseño gradualista por considerarlo engañoso y ficticio al no corresponder a la fisura social real que se abre entre las clases sociales.

El posicionamiento de todo partido o grupo político será, lo reconozca o no expresamente, un posicionamiento de clase y girará en torno a los intereses de la clase social a la que orgánicamente está ligado.

Dentro de la llamada Izquierda, en nuestro país se ha producido una radical escisión entre el pensamiento gradualista y el pensamiento escisionista.

Los gradualistas, con su concepción geométrica y cuantitativa, dividen el panorama formalmente entre Izquierdas y Derechas, siendo, lógicamente su objetivo el de lograr la Unidad de la Izquierda frente a la unidad de facto existente entre  la Derecha,

Los escisionistas, por su parte, consideran que existen dos orillas antagónicas en una de las cuales se sitúa la Izquierda Real y en la otra tanto la Derecha como aquella izquierda que practica políticas de derechas, en concreto, el PSOE.

Entre ambos paradigmas, el gradualista y el escisionista, no existe convergencia posible, sus postulados de base, politológicos en un caso y sociológicos en el otro, los separan radicalmente. En todo caso, el paradigma escisionista se asienta sobre cierta ilusión de reflexión en virtud de la cual el mundo político se constituye como un reflejo del mundo social, obviando la escisión básica que se genera entre sociedad política y sociedad civil en los modernos sistemas representativos. Se entiende que el reflejo es mecánico y se produce exclusivamente en el plano ideológico y por eso precisamente, por su componente idealista, quiebra todo el sistema.

Realmente, los cuadros de los partidos obreros no están integrados por obreros sino más bien por intelectuales de tracción media conectados a las ideologías izquierdistas. Tampoco los cuadros de los partidos burgueses se integran por burgueses propiamente dichos ni siquiera por los accionistas mayoritarios de las grandes empresas, sino por profesionales de la política y la tecnocracia ligados orgánicamente a intereses burgueses.

No existe pues la reflexión o trasposición directa y mediata del plano de lo social al plano de lo político. Se trata, en todo caso, de categorías a-extrapolables y a-reductibles. Por tal razón, la ficción gradualista, que parte de la consideración del mundo de lo político como un mundo autónomo de lo sociológico, infiriendo que si bien la sociedad no es gradual, las ideologías si lo son, conecta con la realidad de la política relativamente mejor que esta última.

Solo he dicho relativamente, pues hay que constatar que en las premisas de la noción gradualista se encuentra una visión ficticia que contempla como realidades independientes una constelación de espejismos consistentes en la percepción de una Izquierda y de una Derecha en el plano político, dejando obviamente a un lado ese disparate al que se le llama Centro Político. Un detalle curioso a destacar es cómo mientras el término izquierda sigue siendo asumido en la actualidad por partidos y grupos políticos que reclaman esa denominación, como Izquierda Unida, que incluso la integran en sus siglas, ningún partido de considerado de derechas reivindica el concepto como parte de su definición. Un panorama totalmente distinto al existente en la Segunda República en la que la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) de Gil Robles, formada por una coalición de organizaciones católicas y conservadoras, asimilaba el término como propio.

Fuera de la ficción, lo que queda en la superficie es la escenificación teatral y la divergencia lingüística.  El marco de la divergencia se reduce paulatinamente.  Los partidos firman pactos constitucionales en virtud de los cuales se comprometen a intervenir exclusivamente en el marco de la Constitución. Todos, excepto algunos grupos testimoniales, aceptan como incuestionable el sistema económico existente. Empieza a prevalecer el discurso economicista tecnocrático haciendo todos gala, indistintamente, de filibusterismo fiscal (el Partido A promete reducir los impuestos pero en cuanto llega al poder los mantiene exactamente al mismo nivel que el Partido B antes en el Gobierno). La política empieza a ser cuestión de simple matiz camuflado por discursos vacíos de contenido.

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