viernes, 28 de diciembre de 2012

¿De verdad entramos en un nuevo año?


Hoy estamos a Primero de Enero de 2013, ¿seguro? Hagamos un pequeño ejercicio de escepticismo, relativismo e iconoclastia que siempre es bueno y saludable, mejorando lo presente y sin ánimo alguno de aguar la fiesta a nadie, ¡faltaría más!

Nuestra organización del tiempo, estructuración, selección, etc ha sido siempre convencional y arbitraria.

Nuestro calendario oficial, sin ir más lejos, implantado por el cristianismo y, como consecuencia de la globalización, internacionalizado, parte de dos errores básicos: a) obviar el cero como dígito inicial, básico en nuestro sistema decimal, y  b) establecer arbitrariamente la fecha del nacimiento de un mesías cristiano que siquiera se amolda a los escasos acontecimientos históricos narrados por la Biblia, aparte del hecho de que la existencia histórica de Cristo es algo imposible de demostrar.

Por otra parte, ¿por qué tiene que ser el més de enero el del inicio del año? Si tuviese base astronómica debería empezar, al menos, coincidiendo con el solsticio de invierno, el 21-22 de diciembre. El problema es que astronómicamente los años no son enteramente solares: en la mayoría de las culturas han sido solar-lunares aunque en otras, como la islámica, enteramente lunares.

Para la elección del inicio del año los celtas establecieron el Samhaim (1 de noviembre), los romanos, antes de la reforma juliana, lo hicieron comenzar en marzo, las comunidades prehispánicas, coincidiendo con la llegada de la primavera, a comienzos de abril, para los chinos este año, llamado de la Serpiente, comienza el 10 de febrero, para los hebreos el 1 de Tishrei comenzó el año nuevo que se corresponde con el 29 de septiembre de 2012

En fín, que no sabemos a qué 2013 vamos, pues tampoco es con puridad el 2013 de la era cristiana sino de la era que fijó el monje Dionisio en el siglo VI con el objeto de sustituir el hasta entonces vigente 754 AUC (Ad Urbe Condita) Los musulmanes se encuentran en el año 1.434 de la Hégira, que en el calendario gregoriano correspondería al 16 de julio de 623, pero sus años son lunares y los hebreos empezaron su cómputo con la creación del mundo, así que están en el año 5.774.

Por lo demás, nos encontramos no sólo ante un solo tiempo sino a distintos tiempos: cosmológico, geológico, biológico, físico, histórico, cuántico .... Con la dificultad añadida de que la existencia misma del tiempo físico está sujeta a discusión.

martes, 18 de diciembre de 2012

De bueyes, de mulas y otros animales totémicos



La declaración teológica del Papa sobre la inexistencia del buey y la mula en el portal no aporta absolutamente nada nuevo por lo que a la doctrina católica se refiere, pues es cierto que no existe referencia alguna a estos animales en los textos canónicos. La única referencia la podemos encontrar en un Evangelio apócrifo medieval del siglo VI, el llamado PseudoMateo, que es la que ha impregnado al catolicismo popular y a la cultura belenística. 

Sin embargo, la presencia de esos dos animales totémicos es mucho más acorde

a la estructura del mito del nacimiento del héroe semidivino y semihumano que su ausencia. La imagen de la naturaleza protectora del crecimiento del niño impregna diversas mitologías, ya sea en forma de creencias religiosas o de cuentos populares donde las fuerzas naturales se alinean junto al héroe frente a la adversidad que trata de impedirlo. En la leyenda de Gilgamesh es el rey de Beroso, abuelo de este, el que, advertido de que un hijo de su hija le arrebataría el trono, encierra a su hija en una torre para que no pueda concebir, pero esta es fecundada por los rayos del sol. Enterado del nacimiento, arroja al niño desde lo alto de la torre, pero este es rescatado por un águila y entregado a un campesino para que lo críe. En distintas leyendas asiáticas se repite el mismo esquema de concepción solar, de entrega del neonato a las fieras que, lejos de devorarlo, lo protegen con su manto protector, desviando su camino tanto caballos como bueyes para no pisarlo, etc. El paralelismo con la leyenda de Herodes queda patente.

Aunque, para ser coherentes en el plano puramente mitológico, habría que proponer otro cambio de escenario, cambiar el establo por su original, la cueva o la gruta, puesto que Jesús nace en una cueva el 25 de Diciembre o el 6 de enero, según la versión pérsico-romana (Mitra) o egipcia-alejandrina (Dionisos, Eón y Osiris). Según los Evangelios, Jesús nace en un establo. No obstante, la palabra que suele traducirse por “establo” en los evangelios es “Katalemna” que literalmente significa refugio temporal o cueva. La cueva representa el vientre de la madre tierra. Sabemos de cuevas consagradas al dios Pan, Mitra nació en una cueva y que Zeus nació en una cueva en Creta. 

EL BUEY El toro es un animal totémico que cumple un importante papel en las
mitologías de Asia menor, desde la leyenda del rey Minos y el Minotauro en Creta hasta el ritual frigio del taurobolio. No podía faltar en las representaciones icónicas del nacimiento de Jesús, primo hermano de Mitra en el ámbito de las mitologías. En Egipto el buey Apis menfita fue un toro negro con marcas blancas sobre su frente y sobre su lomo, concebido cuando un rayo de luz cayó sobre una vaca. Por lo cual, se lo consideró sucesivamente hijo del sol, la corporización de Ptah y más tarde la reencarnación de Osiris.


 EL ASNO En Egipto, el asno rojo es una bestia feroz (el dios Set) con la que se encuentran los muertos en su último peregrinar; y como animal lascivo es abominado por Isis. En la India es la cabalgadura de las divinidades nefastas. En China, en cambio, el burro blanco es la montura de los Inmortales. Los poderosos de Israel montaban asnos blancos, limpios (Jue 5,10). En Grecia, Apolo convirtió las orejas de Midas en orejas de burro por preferir la música de Pan a la de Delfos, es decir, por preferir lo material a lo espiritual; es atributo de Dioniso, tal vez porque un burro llevaba el cofre que hacía de cuna al dios; era animal sagrado y sacrificado en Delfos. Para los romanos es atributo de Príapo, el dios de la fecundidad.
El niño solar, coronado con rayos solares, personificación del Sol Naciente


Conclusión. Sería conveniente respetar los arquetipos originales y evitar en lo posible racionalizar el mito. El precio de la historización de lo mítico, aparte de la pérdida de la coherencia narrativa, no es más que  la caída en el más espantoso de los ridículos