viernes, 11 de mayo de 2012

Acerca del Racismo

  
EL RACISMO, PARIENTE CERCANO DEL ANTROPOCENTRISMO

A primera vista, el enunciado pudiera ser provocativo. El antropocentrismo comúnmente se asocia a la centralidad otorgada al hombre sobre todas las cosas, entendido como un humanismo propiamente dicho. En tal sentido, racismo y humanismo se repelerían mutuamente, pues la posición central asignada a la humanidad por este último excluiría todo posicionamiento racista, centrado exclusivamente en un grupo humano superpuesto a todos los restantes. Pero en este mundo todo es relativo. El Proyecto Gran Simio [1] reivindica la condición humana para nuestros parientes antropoides y el trato vejatorio dado a los grandes simios en laboratorios y zoológicosse asimila  al que otorgaron los blancos, hasta el mismo siglo XIX, a los negros capturándolos en las selvas africanas, introduciéndolos en jaulas y vendiéndolos como esclavos a los plantadores indianos. 

El humanismo/antropocentrismo occidental no se ha forjado precisamente en torno a la cuestión racial. El caso más patente lo tenemos en la Revolución Americana que, a la par que proclamaba todos los hombres nacen libres e iguales, importaba esclavos negros del viejo mundo para nutrir de mano de obra sus plantaciones de algodón, situación que duró casi ochenta años desde la proclamación de la Independencia hasta la abolición de la esclavitud. La libertad, igualdad y fraternidad era cosa de blancos entre blancos. La invocación del hombre y de sus derechos fue el medio del que se valió la burguesía para derribar los sistemas de privilegios del Antiguo Régimen, las clases sancionadas jurídicamente, los derechos de servidumbre, los Estados Generales, los estratos sociales, pero no las diferencias raciales.  Sartre advirtió la íntima conexión existente entre el humanismo liberal europeo y el racismo, llegando a asegurar que  no había nada más consecuente que un humanismo racista puesto que el europeo había cimentado su idea del hombre creando a la par al esclavo. 

El paralelismo entre el paradigma humanístico greco-romano y el del mundo moderno es manifiesto. El colonialismo europeo tuvo como efecto profundizar los contenidos ideológicos racistas sobre todo cuando la disyunción civilización/salvajismo se hizo patente como diferenciación racial entre blancos y restantes etnias. La superioridad de la raza blanca fue bajo el siglo XIX un dogma indiscutible, los hechos eran los hechos, la especial inteligencia del hombre blanco lo había convertido en conquistador de todo el planeta, las razas inferiores se encontraban naturalmente incapacitadas para salir el estado de barbarie en el que se hallaban sumidas, y por tal razón era necesario construir un concepto restrictivo de humanidad, un concepto puramente etnocentrista. Idéntica narración mítica es la que llegó a imponerse en torno a la evolución del hombre en su relación con los restantes antropoides que por pereza, inferioridad o falta de ingenio no quisieron acompañar a nuestros antepasados en el final despegue evolutivo.


El racismo, como acabo de sostener,  puede concebirse como la primera fase del antropocentrismo que, casi siempre, se manifiesta en primer término como etnocentrismo. Los extranjeros, los no incluidos en tu propio grupo, tienen su propia denominación genérica, bárbaros o seres incivilizados excluidos de la condición de humanidad o de las categorías mismas del centro civilizatorio o al estado de ciudadanía propios de la antigua Grecia y Roma. El estatuto de ciudadanía se reserva a los propios. Los colonizadores llamaron salvajes (es decir, parte integrante de la fauna local) a los habitantes de los otros mundos. Centrar el mundo en sí mismo y en lo que inmediatamente rodea al sí mismo, en los próximos (o en los tuyos), es el antecedente más destacado del hecho nacionalista que, en sus formas más exacerbadas, desembocó en el racismo como ingrediente necesario a la determinación del nacionalismo. Los actuales buscadores del hecho diferencial pueden obsesionarse en esa búsqueda de las puras esencias nacionales, hasta el punto de apelar a la sangre y al factor RH como hiciera cierto político vasco.

Grosso modo, podemos considerar al racismo como una de las primeras y más rudimentarias manifestaciones del espíritu centrista. Sabemos que entre determinadas comunidades cazadoras-recolectoras que subsisten en la actualidad, como entre los esquimales Inuk, el calificativo de seres humanos se reserva exclusivamente para referirse a los miembros de la propia tribu, de la propia etnia frente a los demás, quienes ya no son seres humanos propiamente dichos. Pero en la relación misma inter-racial funciona igualmente el racismo. Los gitanos, para referirse a los no gitanos usan la denominación despectiva de payos, mientras que para los payos la palabra gitano también se usa como un apelativo despectivo.

El racismo parte de una noción restrictiva de humanidad y en coherencia con ello siempre tiene a mano los calificativos necesarios para referirse a una raza distinta a la suya para despojarla de la condición humana y asimilarla a la animalidad: monos negros, ratas amarillas, perros judíos[2], etc.

RACISMO POLÍTICO: LA ESTRUCTURA INSTITUCIONAL DEL SEGREGACIONISMO

Ninguna estrategia racista represiva, por muy violenta que sea esta, prescinde de cierta organización de las víctimas cara a la implantación de un sistema de distribución de poderes y privilegios (relativos, evidentemente) entre los miembros integrantes de la raza oprimida. No hay invasión sin colaboracionistas. El caso más sangrante lo encontramos en la misma organización de los guetos judíos por los nazis y como, en los mismos campos de exterminio, ya en plena solución final, se valieron de capataces judíos para ejecutar distintas tareas de organización y administración de los campos de la muerte.

El racismo organizado o institucionalizado es algo más que un conjunto de actitudes individuales o colectivas atinentes al fenómeno racial. Las estrategias colonialistas y segregacionistas jamás hubieran tenido el éxito deseado de no haber sido por la implantación de una estructura de razas-clases de tipo corporativo (o, en cualquier caso, cuasi-corporativo), el Apartheid no consistió en una mera separación entre blancos y negros, fue algo más, una compleja estructura a la que se incorporó el mismo enfrentamiento étnico de los nativos: los zulúes de Inkhata, por un lado, y, por otro, los xoxas, simpatizantes en su mayoría del Congreso Nacional Africano y activos combatientes del sistema de segregación. 

A esta estructura, en la que los negros estaban excluidos del sistema de representación política, se unió una organización corporativa de estratos socio-raciales donde hindúes y mestizos aportaban su ínfima cuota de representación política. Las estrategias de sujeción colonial, por lo que se refiere a las sociedades tribales,  podemos concebirlas como complejas estructuras políticas integradas por sistemas de alianzas entre el agente colonizador y determinadas etnias rivales. Así nos encontramos con que, en Ruanda por ejemplo, el colonizador belga asignó una serie de privilegios en orden al acceso a distintos cargos en la administración, formación y sistema educativo a la etnia tutsi, minoritaria, frente a la etnia hutu, mayoritaria en la población. Nos encontramos con que la llamada Conquista del Oeste Norteamericano no fue un enfrentamiento directo entre colonizadores, por un lado, e indígenas, por el otro. La primera operación consistió bien en el fomento de la rivalidad interétnica, bien en el aprovechamiento de la existente.  Los rasgos de salvajismo que hoy asociamos a las prácticas de los amerindios como la de cortar el cuero cabelludo fue iniciada por los colonos ingleses que recompensaban en función de los cueros cabelludos de adversarios aportados.

EL RACISMO SOCIOLÓGICO: RACISMO RURAL, RACISMO URBANO

No cabe la menor duda de que el racismo, como fenómeno de rechazo de etnias y culturas, se encuentra hoy totalmente desacreditado. Los racistas que habitan en nuestras sociedades occidentales proceden de dos vertientes, la vertiente urbana, constituida por jóvenes de zonas marginales y dotados de un escasísimo nivel cultural que, organizados en bandas de ideología neonazi, se dedican a apalear y asesinar con nocturnidad y alevosía a inmigrantes africanos, asiáticos o sudamericanos. La vertiente rural es algo más compleja. Pueblos enteros de las comarcas más deprimidas de Andalucía (me refiero concretamente a la provincia de Jaén, a la zona de la depresión del Guadalquivir que comprende pueblos como Torredelcampo, Martos, Torredonjimeno, Mancha Real...) se levantan al son de la ley del talión para incendiar las viviendas de la comunidad gitana. 

Se trata de fenómenos sociológicos distintos englobados bajo el mismo calificativo: comportamientos racistas.  Pareciera como si la pobreza fuera caldo de cultivo de las conductas más mezquinas y miserables, como si la intolerancia se encontrara fuertemente arraigada en la miseria. Racismo urbano y racismo rural, por otra parte, poco tienen que ver entre sí. En el primero lo que advertimos es la profunda frustración con que la basura de la sociedad afronta la descarga de violencia implantada y contenida (medio familiar, medio social, etc), atacando a los grupos sociales más débiles e indefensos. En el segundo lo que se pone de manifiesto es la existencia de una comunidad rural tradicional, consanguínea y excluyente, que no ha asimilado el concepto moderno de justicia retributiva e individualizada así como el de responsabilidad individual, de modo que una afrenta infligida a un miembro de su propia comunidad cerrada, proviniendo de un sujeto extraño a dicha colectividad e integrante de una etnia fácilmente identificable por su divergencia en el aspecto racial y cultural, se entiende como una ofensa hecha a todo su grupo por toda la comunidad étnica (en ciertos medios rurales de nuestro país la reacción de rechazo étnico no se produce contra inmigrantes recién llegados, sino contra una etnia, como la gitana, con la que conviven desde hace cinco siglos). La existencia de un grupo excluye la de todos los demás. Es la misma lógica que han aplicado, hasta el exterminio recíproco, las etnias hutu y tutsi en Ruanda.



EL RACISMO PSICOLÓGICO

Todo el mundo es, a ciertos niveles, racista y etnocentrista. Si te dan un lápiz y un papel y te dicen que dibujes a un hombre (ya seas niño o adulto), tu tendencia natural será la de dibujar un hombre blanco con los caracteres raciales europeos. Para que dibujes uno de los otros, un negro o un chino, te lo tienen que indicar expresamente, pero ya no dibujarás un hombre propiamente dicho en el sentido de la centralidad que impone la pertenencia a tu propia raza, sino un (hombre) negro, un (hombre) indio o un (hombre) chino.  El referente será siempre el mismo, la raza propia, verás que el carácter más sobresaliente del oriental son sus ojos rasgados y su carencia de vellosidad.

Ellos, los orientales, verán en nosotros, por el contrario, ojos redondos (así denominan a los occidentales, pues sus ojos no son rasgados, tal y como nosotros los vemos, sino normales) y una vellosidad excesiva (para ellos, repugnante en el plano estético). Se crea una delimitación normalidad/patología determinada asimismo por el carácter racial propio: el que los indios americanos denominaran a los occidentales rostros pálidos, entendiéndose la palidez como un rasgo de enfermedad, denotaba que la pauta, la vara de medir era la de su propia raza . Lo propio marca siempre la normalidad, lo ajeno, sin embargo, se sale de la norma, se compara con los propios parámetros, con la medida de todas las cosas (en tal sentido, el hombre no sería la medida de todas las cosas, sino la raza a la que se pertenece) que es siempre lo tuyo. Desde lo de uno propio se compara siempre a los demás. Y aquí vemos la gran falsedad de toda determinación racial: los blancos no son realmente blancos (son de color ocre), los negros tampoco son negros (son de color marrón oscuro), los amarillos no son amarillos ni los pieles rojas tienen la piel roja.

La manifestación subliminal de racismo, entendido como menosprecio de las restantes razas y etnias distintas a la propia, es un fenómeno cotidiano, tan cotidiano que se advierte al hojear las páginas de cualquier periódico. No se trata tanto del contenido de la información en sí misma como de su propia extensión, lo que en el mundo mediático se viene denominando tratamiento informativo. Para que una catástrofe acaecida en el Tercer Mundo pueda ocupar las portadas y primeras páginas de todos los diarios ha de tener dimensiones millonarias en cuanto al número de víctimas, tal y como sucedió con la Guerra Civil de Ruanda. Una masacre con un saldo de cinco a diez víctimas perpetrada por un francotirador de los Estados Unidos ante la puerta de un supermercado ocupará la portada y las primeras páginas de todos los periódicos. Para informar sobre una matanza de doscientos campesinos en Sudán o Guatemala se suele emplear una pequeña columna de cinco o seis líneas máximo en las páginas del interior, hasta el punto de pasar desapercibida al lector de titulares. Se diga lo que se diga, la sensibilidad que despierta en el público occidental una y otra noticia no es la misma. Las matanzas diarias de niños huérfanos mendigos perpetradas en las calles de Bogotá y Río de Janeiro (meninos da rúa) a manos de pistoleros y paramilitares no tienen el mismo eco que la de los niños de la guardería de Dumblane. A los blancos se les dispensa el tratamiento de seres humanos, a los demás el de insectos. 


EL PATERNALISMO ANTIRRACISTA

Es curioso, pero las clases más sensibles a la cuestión del racismo son precisamente las clases más acomodadas. El antirracismo ocupa hoy en día parte destacada del acerbo del llamado pensamiento políticamente correcto puesto muy de moda por los norteamericanos. Tampoco nos podemos llevar a engaño al respecto. Un inmigrante africano de raza negra afirmaba en una revista que leí hace tiempo, muy acertadamente, que desde ciertos círculos cultos se practicaba un racismo la mar de sutil, oculto y paternalista: se mira al negro por encima del hombro por mucho que no se quiera reconocer, hasta el punto que le brindan su amistad como si fuera un favor que se le hace y por el que debiera quedar eternamente agradecido, a la par que lo miran de reojo, con vergüenza y compasión, como si se tratara de un ser deforme y, consecuentemente, se evita hablar del color de su piel, recurren al sutil eufemismo pues, viendo que la palabra negro puede ser ofensiva, así nos lo han enseñado en las películas, prefieren llamarlos personas de tez oscura, y todo ello para  no ofenderlo ¡¡como si eso fuera una desgracia!!. 

Y estos son los enemigos del racismo. Observan el fenómeno desde lejos, desde fuera de los medios violentos, miserables y crueles que reproducen comportamientos violentos miserables y crueles. Sueltan duros alegatos antirracistas desde la comodidad y el confort que les ofrece su vida burguesa, como meros espectadores que se indignan de la villanía de los malos de las películas de serie B.  El discurso antirracista es un discurso obligatorio tanto por imperativo ético como moral. Sin embargo, se olvida de que las actitudes racistas no son patrimonio exclusivo de la raza blanca, siendo esa otra visión racista más, por cuanto que considera que los blancos, actuales dueños del mundo, son los únicos que pueden permitirse el lujo de ser racistas. La componente racista se manifiesta en todo grupo humano, aunque de distinta forma. Los negros militantes del grupo Nación Negra son tan racistas y tan fascistas como los defensores de la raza aria. Los zulúes de Inkhata son tan reaccionarios y segregacionistas como los Bóers. Los recientes acontecimientos de rivalidad étnica hasta el genocidio recíproco acaecidos en África Tropical nos ponen de manifiesto que el racismo entre etnias negras puede llegar a unos extremos de crueldad mayores si cabe que los que enfrentaron a blancos contra negros. Pero parece ser que los blancos están imbuídos de cierto complejo de opresor genérico de los negros, hasta el punto de que una agresión a un negro se entiende forzosamente como un atentado racista, goza con esa presunción, con independencia de que los fines de la agresión no hayan sido los puramente racistas, que esté motivada por un ajuste de cuentas, una venganza. 

LA PATRAÑA DEL RACISMO BIOLÓGICO: RAZAS Y ADAPTACIÓN AL MEDIO

Los mismos ideólogos del igualitarismo tuvieron que defender, para hacerla efectiva, la idea de que no todos los hombres eran iguales. Sobre ese reconocimiento de la diferencia de capacidades, necesidades  y aptitudes individuales tuvieron que proyectar su futura sociedad igualitaria. Un discapacitado físico no podrá nunca competir con los  atletas profesionales, tiene limitaciones objetivas para desempeñar ciertas profesiones como puede ser la de policía , un disminuido psíquico jamás podrá tener una alta cualificación profesional, y tampoco creo que sea una monstruosidad reconocerlo.

También las razas son grupos de hombres distintos entre sí, es cierto, pero en un sentido muy distinto al ahora apuntado. Toda la humanidad pertenece a la misma especie, la última especie divergente de homo sapiens, el hombre de neandertal, desapareció hace 40.000 años. No cabe la menor duda de que los primeros homo sapiens fueron negroides ¿Cabe, en este sentido, trazar una escala valorativa entre razas superiores e inferiores? No es muy conveniente, sobre todo porque en biología ningún juicio de valor puede llegar muy lejos. Podemos comparar dos animales distintos, el salmón y el camaleón, ¿cuál es superior a cuál? Hagamos abstracción de la escala evolutiva, de la posición misma de los peces en un escalón inferior a los reptiles.

Observaremos, en primer lugar, dos medios distintos, el acuático y el terrestre, desde los cuales podamos establecer la comparación. En el océano el salmón se desenvuelve como nadie, respira bajo el agua, nada a gran velocidad, por no decir de la resistencia que demuestra a la hora de remontar los ríos. En tierra firme, el camaleón se vale por sí mismo a las mil maravillas, cuenta con respiración pulmonada, trepa árboles, se camufla entre las hojas y escupe su lengua con gran precisión sobre los insectos. En tierra firme, el salmón no es nada, un moribundo  en todo caso. En el interior del océano el camaleón tampoco es nada, también es un moribundo. Esperando se me perdone la exageración, podemos inferir que el salmón en el agua es netamente superior al camaleón y que el camaleón en tierra firme es muy superior al salmón. En realidad, estos juicios valorativos son tan evidentes como inútiles y si se puede sacar alguna conclusión es la de que toda escala axiológica es siempre relativa.

En este caso me he valido como parámetro de un factor variable como es el medio en el que se desenvuelve el ser vivo sin tener en consideración otros aspectos, como pudiera ser por ejemplo, el de que el salmón no necesita pulmones ni lengua proyectil para sobrevivir y el camaleón no precisa de aletas ni branquias. Posicionémonos un poco en la cuestión racial. Sabemos que lo que caracteriza realmente al género humano no son los rasgos faciales (cuya diversidad individual es realmente asombrosa) ni la pigmentación de la piel, ojos o pelo, ni la estatura relativa, ni la cabellera, ni la mayor o menor cobertura vellosa del cuerpo, ni la esbeltez ni la rechonchez, todos ellos caracteres físicos secundarios que ha ido modelando la selección natural en aquellas zonas climáticas donde los hombres se han ido asentando durante los últimos treinta mil años. Podíamos hacer un ejercicio especulativo análogo al argumento del salmón y el camaleón valorando la superioridad o inferioridad racial en relación a las zonas bioclimáticas del Planeta. La piel negra, de alto contenido en melanina, la favorecen las zonas climáticas tropicales por cuanto la hace inmune a las altas radiaciones solares. Sin embargo, la piel blanca será útil para aquellas zonas donde la luz solar es más tenue, como las zonas templadas, esteparias y polares.

En términos estrictamente biológicos, el negro es superior al blanco en la zona ecuatorial y tropical. El blanco es superior al negro en las zonas templadas y polares. El esquimal y mongoloide, rechoncho y de abundante almohadillado graso, estará mejor preparado para el frío que los dos anteriores y consecutivamente, peor para el calor. Aún así, no se puede identificar alegremente la diversidad racial con la diversidad biológica de los miembros del género humano, pues entre los integrantes de una misma raza se presentan divergencias genéticas notables tales como el factor RH, el grupo sanguíneo, factores inmunológicos, etc, lo cual nos hace pensar que entre determinados miembros de razas distintas puedan existir mayores similitudes que entre los integrantes del propio grupo étnico.

Ello ha hecho afirmar a más de un biólogo y antropólogo que el concepto de raza aplicado a la humanidad es irrelevante a efectos netamente biológicos. Los caracteres raciales, en términos estrictamente biológicos, no nos dicen nada más, a menos que se intente confundir la cuestión racial con la cuestión cultural. En tal caso, sí que cabría bastante más que decir, hasta tal punto que la cultura, el nicho ecológico cultural que se construyen los hombres, convierte en irrelevantes a efectos prácticos las divergencias bio-raciales.  Ni la raza ni el sexo afectan al cerebro ni a la inteligencia entendidas como capacidad creativa.

Si bien la capacidad creativa genera y condiciona las culturas, las culturas también generan y condicionan la capacidad creativa del intelecto imponiendo en este último caso sus límites y modos de eficacia. El sistema creado, el sistema cultural, pasa en este caso a un primer plano como estructura determinante de la dinámica y desarrollo de las distintas capacidades mentales individuales. No podemos caer en la trampa de atribuir el estancamiento de las actuales sociedades cazadoras-recolectoras que perviven en nuestra época a la inferioridad de sus integrantes en el plano racial.

La raza blanca indoeuropea no fue precursora de la civilización precisamente. Cuando los germanos, britanos y normandos se encontraban en pleno estado de barbarie, a miles de kilómetros, en Mesopotamia, una raza distinta a la blanca edificaba las primeras civilizaciones y descubría la escritura, nos encontramos también ante un Imperio Chino milenario. Así mismo,  en el África Subsahariana se constituyeron grandes imperios simultáneos a los europeos desde el siglo XII al XVI. Tampoco es este un argumento a favor de la superioridad de sumerios, asirios y babilonios, sino de cómo un ecosistema propicio que facilita la agricultura a gran escala y cómo la acumulación de excedente (trigo, mijo, cebada, maíz... ) pudo dar lugar a la formación de los primeros imperios agrícolas. Muchas veces el ecosistema se alía con la estructura generando ese fenómeno al que se le ha dado en llamar despegue civilizacional que nada tiene que ver con las aptitudes (en sentido racial) de los individuos integrantes de las mismas. En todo caso, creo que sobra cualquier argumento en pro de la identidad inter-racial, pues destacados biólogos tiempo ha se pusieron manos a la obra













[1] Paola Cavalieri y Peter Singer: El proyecto “Gran Simio”. La igualdad más allá de la humanidad. Editorial Trotta,  Madrid, 1998.
[2] Uno de los múltiples equívocos que ha generado la propaganda nazi, primero, y la sionista, más tarde, ha sido la de  identificar el judaísmo como un rasgo racial. Una persona de mediana cultura sabe muy bien que el judaísmo es una religión, no un rasgo racial. Sin duda, ha contribuido en mucho a generar dicho equívoco el carácter cerrado, sectario y endogámico de la religión judía. 

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