domingo, 22 de enero de 2012

El Carnaval y la fiesta como transgresión integrada


 Cuando la realidad se hace tan insoportable que no cabe posibilidad alguna de sortearla o esquivarla, es cuando se activan a pleno rendimiento los resortes de la imaginación, capaces de engendrar realidades paralelas. La simulación se convierte en este caso en el instrumento idóneo de la Transgresión. La palabra simular puede usarse como sinónimo de engañar, de inducir a error a un tercero mediante una representación ficticia. Sin embargo no es esta acepción la que interesa. Tiene un sentido mucho más amplio, pudiendo entenderse como elemento fundamental del aprendizaje y de la investigación científica. Con el desarrollo de las técnicas asociadas a la informática, la simulación de sucesos a los que se le incorporan las variables pertinentes tiene valor de campo de pruebas útil para elevar cualquier predicción astronómica o meteorológica o para cualquier experimentación industrial de resistencia de materiales. En todos los casos descritos, la simulación opera como medio idóneo de suplantación y sustitución del acontecimiento real, como representación del suceso. Así nos encontramos con que el periodo de entrenamiento del campamento en el servicio militar es una simulación de la guerra o ante las pruebas de formación de los pilotos y de los astronautas que consistirán en el noventa por ciento de los casos en la representación y sustitución de las condiciones de vuelo, ingravidez, etc sin que ello tenga que implicar salir al espacio exterior o conducir una nave real, mediante medios de sustitución de la gravedad como pude ser la energía centrífuga y de la atmósfera como pueden ser las cámaras expuestas al vacío, así como los simuladores de vuelo informáticos .


Observamos, por un lado, la directa ligazón entre simulación/juego y el sistema de aprendizaje y, por otro, su relación también directa con la Transgresión de la Identidad. La niña que juega a las muñecas al mismo tiempo que simula el papel de madre está transgrediendo su condición de niña. Se trata de ese mecanismo de proyección-identificación que tan importante papel juega en todos los procesos en los que interviene el psiquismo humano y que hace que nuestra condición se aparte tanto de la de animal racional en la que el racionalismo aristotélico y cartesiano han pretendido encorsetar a nuestra especie. Sin mecanismo de proyección-identificación no hay goce estético, ni ficción literaria, ni pasión, ni evasión. En suma, no se puede hablar de la Transgresión que se produce diariamente en la vida cotidiana cuando nos sentamos ante el televisor, ante la sala de cine o ante la lectura de una novela. La paradoja surge cuando ese mecanismo de Transgresión individual, necesario e imprescindible para el alejamiento de la represión cotidiana o para hacer la vida más llevadera se convierte en un instrumento transmisor de contenidos identitarios represivos culturales: los ultra-reaccionarios culebrones que programan a la hora de la siesta (historias manufacturadas en Sudamérica que una y otra vez narran el mismo cuento de la Cenicienta, la carrera de obstáculos sembrados en su  camino hacia el Príncipe Azul por sus envidiosas madrastra y hermanastras) para relax de las amas de casa, los partidos de fútbol que transmiten a la hora de la cena para fomentar el chovinismo, los telefilmes de buenos y malos, los concursos televisivos, etc juegan hasta el abuso con los mecanismos de proyección-identificación. La evasión transgresora se somete a un proceso de reciclaje en el que de nuevo aparece la represión identitaria, reforzada precisamente por su paseo por el mundo de la transgresión.

 Se considera festivo aquel día del año en el cual la sujeción represiva cotidiana por excelencia, a saber, el trabajo, se suprime. Los calendarios distinguen esos días de fiesta resaltándolos en color rojo frente a los restantes días laborables, marcados en  negro. Las burocracias ya han inventado su propio argot para designar unos días y otros a efectos del cómputo de plazos administrativos como hábiles e inhábiles. Estos últimos desaparecen por completo de la existencia burocrática, no cuentan, no existen, son agujeros negros del mundo laboral, se hallan exentos de los contenidos positivos de las jornadas ordinarias. Desde cierta perspectiva, los días festivos se encuentran íntimamente ligados al mundo del trabajo como su complemento necesario: son días de recomposición de fuerzas y energías, necesarios e imprescindibles para la reactivación del rendimiento laboral. Desde otra muy distinta son días de libertad, Transgresión y autoorganización individual.

En todo caso, las modernas sociedades industriales se han ocupado muy bien de cubrir de contenidos identitarios el mundo del ocio, de ocupar y absorber ese tiempo libre a base de contenidos represivos, generando en torno al descanso toda una rama de la actividad económica: el sector servicios, inclusivo de toda la industria nacida alrededor del ocio. Pero el no-trabajo puede tener otra faz represiva movida no directamente por principios económicos sino religiosos. Me estoy refiriendo al Sábath y a La fiesta del Yon Kipur de los Judíos. La negación del trabajo, en tanto que negación, puede llegar a ser tan represiva como la determinación positiva del trabajo. Del trabajar como obligación coactiva se pasa al no trabajar como producto de una prohibición igualmente coactiva. El no trabajo en ningún caso puede llenarse de contenido positivo, la negación deja de ser determinación. Es, más que nada, negación pura y simple. En realidad, ninguna negación restrictiva, ya sea referente al trabajo (salvo el caso de la huelga que veremos más adelante),  a la alimentación (ayuno) o al sexo (abstinencia sexual) se  ha investido de funciones y efectos  transgresores o relajadores  Los cristianos, con más cordura, dirían más tarde que no se hizo el Hombre para el Sábado sino el Sábado para el Hombre (Mc 2:27).

Pese a todo, no se le puede negar a la fiesta su valor de medio de relajación de tensiones, de espacio, incorporado y también complementario, sin duda, al mundo de lo cotidiano, de lo idéntico y represivo. Es, por tanto, inevitable, que este medio cotidiano en el que se inserta lo festivo contagie ese tiempo de sus propios contenidos represivos e identitarios, pues al fin y al cabo lo festivo se sitúa siempre en la órbita de lo cotidiano en calidad de auxiliar suyo.

Cuando el Estado y la Sociedad controlan y regulan la Identidad en cierto modo lo que están haciendo es regular y controlar su propia existencia y permanencia. En aras de dicha permanencia el control de la Identidad no puede ser excesivamente rígido, ha de coexistir con zonas de elasticidad lo suficientemente amplias que admitan que se exteriorice un mínimo margen de Transgresión, el necesario que garantice un nuevo reacoplamiento sin traumas del sistema de control instituido. Por los datos que nos suministra la Historia sabemos que en el mundo antiguo se celebraron festividades religiosas que daban cabida a la orgía, el consumo incontrolado de alcohol, el desenfreno  y el intercambio sexual y de status. En Grecia las Dionisia, en Roma, las Bacanales y las Saturnales. De estas últimas se cuenta que se llegaba a producir un cambio radical de Identidades. 

Los esclavos podían hacerse pasar por amos y viceversa. Mediante la orgía se permitía incluso trastocar el sistema de Identidades en lo atinente a la reglamentación misma de las instituciones matrimoniales y sexuales. Era frecuente el intercambio de papeles y roles sexuales. Señores por criados, criados por señores, hombres por mujeres, mujeres por hombres. Todo lo cual da una sensación de haber puesto el mundo al revés, una auténtica inversión identitaria: Bajo la Edad Media eran comunes las representaciones sacrílegas permitidas precisamente por su ejecución en un contexto de festividades religiosas. Destacaba la fiesta de los locos, donde se ocupaban los recintos de las catedrales por falsos clérigos disfrazados que de forma bufa imitaban al papa, obispos y cardenales, ocupando el coro, incluso el altar se convierte en mesa de banquete. Algo parecido sucedía con la fiesta del asno, conmemoración en clave bufa de la huida a Egipto que culminaba en la identificación del asno con la figura de Cristo.

 La fiesta carnavalesca reemplaza el día por la noche, el recinto privado por la calle abierta a las miradas y propicia al azar, la mediocre condición real por el rol desempeñado por la identificación con personajes prestigiosos, la indigencia cotidiana por el lujo artificial. Conmociona los ordenamientos sociales a merced de los encuentros y la conjunción insólita de los personajes imitados; crea una comunidad lúdica efímera donde todo se hace posible, donde las jerarquías y las convenciones de la vida diaria se disuelven;

La Transgresión de la Identidad es aquí vista como una válvula de escape, ese mecanismo mediante el cual una cultura represiva e identificadora se ve obligada a ser permisiva en ciertas ocasiones y a brindar a los individuos la posibilidad de des-identificarse, de cubrirse en el anonimato o bajo la máscara de un disfraz o de una sustancia psicotrópica. No es casual que las situaciones desinhibitorias y des-identificadoras vayan acompañadas de una explosión de alegría incontrolada y de un motivo festivo.

 En las carnestolendas afloran por doquier los instintos reprimidos, aquellas tendencias ocultas que por miedo y temor a ser objeto de represalias, ya sea en la forma de descrédito o sanción social, no pueden manifestarse abiertamente en la vida cotidiana. Lo más curioso es observar como en una sociedad como esta, tan celosa de la vigilancia de los roles masculinos, - tan machista, hablando en términos vulgares, - una enorme cantidad de varones aprovecha el Carnaval para travestirse o disfrazarse de mujeres. En esa ocasión encuentran el medio de dar rienda suelta a sus más recónditos impulsos sin tener por ello que ser objeto de rechazo social sino todo lo contrario, provocando hilaridad y aplausos en el público que los observa.

Algo que verdaderamente llama la atención del espíritu transgresor del Carnaval es su misma culminación en martes de Carnaval. El Carnaval muere escenificando una visión cómica de la muerte en  un falso entierro simbólico, ya sea de la sardina, ya sea del choco, ya sea de la almeja o de quien quiera que sea. En todo caso, la teatral puesta en escena de una falsa muerte, de un falso entierro, de unos falsos dolientes, nos da la justa medida de cual es  la dimensión del significado del Carnaval como fenómeno lúdico que crea durante el mes de febrero un tiempo y un espacio propios de reinado de lo imaginario donde el factor juego y simulación ocupan un primerísimo lugar. Los personajes se posicionan ante un microcosmos de Transgresión, simulación y juego que siquiera se detiene ante la muerte, a la que evoca en su propio lenguaje. Es como si la Transgresión alcanzara al último espacio donde no es posible llegar, el punto tabú, invirtiendo en cómico un acontecimiento trágico hasta el punto de convertir la muerte en un motivo de burla.  La muerte, como eliminación última de toda Identidad, se asocia, en condiciones normales, al refuerzo de los mecanismos identitarios sobre todo en relación al finado  (se le habla, se pide por su alma, se le da presencia en sus funerales ...), la ritualización misma de todo funeral puede interpretarse como un sistema de compensación social de un hecho catastrófico e irreversible como es el de la muerte. Sin embargo, el Carnaval desaparece riéndose de si mismo, riéndose de la muerte, como si quisiera dejar expédito el camino a una nueva etapa caracterizada por el sentimiento trágico, restrictivo  de la muerte.

Se suele partir de una visión del Carnaval a mi entender un tanto errónea. Pese a ser esta la única fiesta, netamente profana, sin motivación religiosa alguna que la fundamente que ha sobrevivido en el mundo cristiano no se puede considerar por ello que se trate de una pervivencia de cultos paganos. En el mundo judío existe también su propio carnaval sin que a este hayan tenido que hacer alusión sus textos sagrados. En ello coincido con la apreciación de Caro Baroja. De hecho, advertimos que su ubicación temporal está perfectamente sincronizada en el año cristiano, entre las fiestas familiares navideñas y la represiva Cuaresma. Muchos ven en el Carnaval un preludio a la Cuaresma, como un periodo de permisividad y relajación preparatorio del posterior, cargado de ayunos y privaciones. No hay represión sin relajación si es que la represión pretende ser duradera. Sin Carnaval no hay Cuaresma y viceversa. El desenfreno carnavalesco cumple el papel de una Transgresión controlada capaz de alterar la monotonía cotidiana, de cargar de energías la etapa de ayunos y restricciones que se inicia en la Cuaresma y culmina en la Semana Santa. Y nuevamente llega otra reposición de energías y vitalidad con las fiestas de primavera y verano, romerías evocadoras de la fertilidad de la tierra, de las crecidas de los ríos o de las cosechas abundantes  cerrándose dicho ciclo con el mes de difuntos. El hecho de que el Carnaval no gire en torno a motivos religiosos como las restantes festividades del año, de que no esté ritualmente regulado tal y como pudiera suceder en las antiguas Saturnales, Bacanales o Dionisia, se puede imputar a la peculiar idiosincrasia del cristianismo. Sin embargo ha subsistido a lo largo de la historia como complemento necesario de las fiestas cristianas. Para comprender el fenómeno habría que rechazar dos tipos de nociones. La primera, que concibe el folklore como un todo dotado de una coherencia interna uniforme asimilada del entorno cultural y la segunda, que lo imagina como un conjunto de supervivencias del pasado superpuestas, es decir, como un crisol incongruente al que confluyen antiguas tradiciones que unidas sin relación mutua en el tiempo presente nos han dejado por la fuerza de la tradición un entramado de retales difícil de descifrar.

 El mundo cristiano se ha caracterizado, ya desde el siglo IV,  por su radical intolerancia hacia cualquier supervivencia del paganismo. A la par que enterraba determinados cultos paganos , disfrazaba otros de advocación cristiana. Sin embargo, un motivo festivo como el del Carnaval no era susceptible de ser disfrazado bajo ningún caparazón religioso de índole cristiana (el cristianismo maldice la fiesta y la diversión como manifestaciones satánicas de lujuria y ardor carnal). Sin embargo, se acopló perfectamente en el ensamblaje cultural de la cristiandad. En este punto no pueden entrar en aplicación las ideas comunes que nos formamos sobre tolerancia e intolerancia como principios que informan estilos de gobernar. Su pervivencia a lo largo de la Historia no podemos atribuirla sin más a una presunta tolerancia existente en el medio cristiano medieval. No se trata de una cuestión de tolerancia sino más bien de supervivencia. Podemos asegurar que el Carnaval, de no haber existido habría habido que inventarlo. Toda sociedad represiva gira en torno a un nudo al que convergen las tensiones que ella misma genera. Pero una tensión excesiva pronto amenaza con romper las cadenas, es decir, con hacer estallar el sistema en mil pedazos.

 Los arquitectos e ingenieros saben muy bien que toda estructura, por muy firme y sólida que fuere, para asegurar su futura viabilidad, ha de contar con cierto margen de tolerancia y elasticidad: sin juntas de dilatación, puentes y edificios se resquebrajarían a consecuencia de las variaciones térmicas. En Japón, área de frecuentes terremotos, se sabe desde hace tiempo que el secreto de la resistencia a los movimientos sísmicos de los edificios e instalaciones no radica en su rigidez sino en su tolerancia, en un grado de elasticidad capaz de contrarrestar los efectos del terremoto. Y si hablamos de automoción, los diseñadores de coches conocen a la perfección la importancia de los elementos elásticos del vehículo, cubiertas y amortiguadores, decisiva para que en un camino de baches no se dañen otros elementos básicos del aparato: bielas, sistema de transmisión, ejes, llantas, etc.  Resistencia no implica rigidez ni dureza: todos saben muy bien que tipo de caída aguanta mejor el impacto del suelo, la de una bandeja de porcelana o la de una pelota de goma.

El Carnaval pudo muy bien haber sido útil para reducir las tensiones propias de una sociedad fuertemente represiva, estamental e identitaria. No cabía advocación ni disfraz cristiano posible para una fiesta cuya base era precisamente el disfraz y la Transgresión de la Identidad.

Sin duda, ha habido periodos recientes de prohibición y de intolerancia del Carnaval, como el de la dictadura franquista. Sin embargo, esta no pudo hacer nada en aquellas zonas donde la tradición del Carnaval contaba con un fuerte arraigo popular tal y como sucedió en Cádiz y en Tenerife. El Carnaval surge como una manifestación espontánea, como una válvula de escape imprescindible susceptible de acoplarse a un determinado sistema represivo.

Tras la larga noche franquista, que interrumpió violentamente la tradición de los Carnavales, los intentos oficiales por rescatarlo solo podían abocar al más rotundo de los fracasos. Difícilmente la Fiesta de la Transgresión por excelencia podía acomodarse a las directrices de los Ministerios, Consejerías o Concejalías de Cultura o Turismo. Tan solo se ha  producido un resurgir ficticio, oficializado y subvencionado, movido, en el mejor de los casos, por el puro voluntarismo de sus participantes y patrocinadores. Aún así, el poder no puede renunciar a su más recóndito deseo de controlar la Transgresión. Canal Sur Televisión emite en esas fechas, ocupando gran parte del horario de su programación,  los Carnavales de Cádiz. Realmente no emite los Carnavales de Cádiz, tan solo su versión  oficial canalizada en las distintas chirigotas y comparsas oficiales y profesionales que acuden a interpretar ordenadamente un repertorio super-ensayado en el ámbito domesticado de un teatro gaditano . Los mecanismos identitarios cobran su máxima relevancia desde el mismo momento en que a lo que concurren tan domesticadas  y profesionales agrupaciones es a optar a un premio oficial, es decir, participan sujetándose a un sistema de baremos, cánones y parámetros oficialmente instituídos dentro de un sistema determinado por la competitividad. A medida que se instituye la lógica del premio, de la competencia y de la rivalidad -, conforme a unos parámetros estéticos oficialmente dirigidos,- se va desvaneciendo el elemento lúdico, espontáneo y transgresor de la fiesta, se expropian los carnavales de la libre espontaneidad de la colectividad para dejarlos en manos de restringidas agrupaciones a los que en el argot al uso se les llama legales u oficiales por oposición a las llamadas ilegales (todo un contrasentido tratándose de Carnaval). Las retransmisiones de Carnaval del Canal Sur vienen a ser algo así como la descarnavalización del Carnaval, una vez le ha sido extirpado su elemento transgresor, espontáneo, público y callejero.

Por otra parte, la Transgresión se integra en el sistema oficial por otras vías: las llamadas peñas carnavaleras, agrupaciones debidamente constituidas e inscritas en los registros oficiales como asociaciones de interés cultural, no solo se sujetan a los condicionantes de los certámenes convocados para interpretar de forma ordenada su repertorio, sino que además se hacen acreedores de los sistemas de subvenciones oficiales destinados a elevar la profesionalidad de tales grupos y conjuntos a medida que su espontaneidad crítica y transgresora va menguando. La fuerza de la Identidad se ha acabado imponiendo sobre la de la Transgresión. Nunca se había visto, como en el momento presente, tal grado de institucionalización y oficialización del Carnaval, hasta tal punto que ya es difícil distinguirlo de las fiestas municipales organizadas por las respectivas concejalías de festejos o de las atracciones de interés turístico (o, lo que viene a ser lo mismo, de interés económico) tipo Disneylandia.

El Carnaval clásico, muy a pesar de lo que verbalmente declaren las administraciones implicadas, es imposible rescatarlo. En el mejor de los casos solo quedarán esos sucedáneos oficializados a los que me he referido anteriormente. El moderno Estado Laico, caracterizado por el establecimiento de un sistema generatriz de Identidades flexibles, ha alterado profundamente la distribución de los tiempos y espacios de lo represivo y de lo festivo, constituyendose  toda una red de válvulas de escape a las represiones generadas por el entorno laboral y personal. Las tradiciones, nacidas de contextos socioeconómicos distintos al presente y empujadas en la actualidad por su propia inercia (la inercia puede ser en el mundo social, a diferencia que en el mundo físico, un mecanismo muy dinámico , erigiendose  como motor de si mismo), una vez interrumpidas, no pueden resurgir sobre unas premisas radicalmente distintas a las que tuvieron lugar en su aparición. Mas aún cuando el sistema presente se ha dotado de unos mecanismos de Transgresión propios que si bien a veces pueden, no siempre tienen porqué superponerse a los mecanismos pretéritos. La fiesta casi nunca se inventa, mas bien surge por sí misma. Nace la necesidad, nace la fiesta.

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