sábado, 16 de junio de 2012

Y el hombre hizo al perro ....

El título de este artículo es algo así como una corrección al de un conocido ensayo del etólogo austriaco Konrad Lorenz llamado "Cuando el hombre encontró al perro", porque no es que se lo encontrase exactamente, puesto que el perro como tal no existía en la naturaleza hace por lo menos 20.000 años en los que se calcula que las primitivas bandas cazadoras-recolectoras entraron en contacto con los cánidos antecesores, los lobos, depredadores sociales, en eso coinciden con el hombre y, por el mismo motivo, también competidores en la caza. El perro fue el primer animal que el hombre domesticó y las evidencias ya se encuentran por primera vez al sur del Río Yangtsé hace 16.000 años.


Para que esa primitiva rivalidad se acabase convirtiendo en simbiosis debió producirse un proceso de aproximación  y de intercambio de alimentos que aportara beneficios recíprocos a ambas especies. El caso es que una de ellas fue paulatinamente modelada y humanizada. El caso es que el perro no es una especie natural, es una especie humana. Parece absurda esta última expresión, dado que todos sabemos muy bien que lo que son los humanos, una especie del árbol de los primates. Pero cuando uso el término humanidad me estoy refiriendo a algo mucho más amplio que a nuestra especie desnuda, estoy aludiendo al hábitat y, como tal, al conjunto de factores materiales que la constituyen: sus objetivaciones, la realidad construida, la fuerza productiva, sus fetiches ideológicos (magia, religión, creencias, ideas) sus fetiches económicos (la mercancía, el dinero y el capital) sus medios de existencia, etc. En ese sentido, el perro se incorporó a la humanidad como también lo hizo el fuego, el utensilio, el caballo, etc


Y el lobo fue finalmente humanizado y perrizado: fue sometido a un proceso de selección artificial derivando en las más de 400 razas existentes en la actualidad. Cuvier anotó que se trataba del único animal que ha seguido al hombre en toda la corteza terrestre, primero como ayuda con vistas al sometimiento de otros animales, la cabra y la oveja, como rastreador de presas, como animales de tiro, como policías, como auxiliares de invidentes y tetrapléjicos, como artículo de ornamento, lujo y decoración y también como juguete infantil. La selección de razas ha sido inducida por la presión de la actividad económica y de la división del trabajo en cada caso y, finalmente, convertido en mercancía.


Ni existe ni ha existido nunca "Contrato Animal" alguno, siquiera implícito, ni conceptos antropomórficos similares que nos regalan el especismo y otras corrientes de moda. La relación hombre-perro carece de naturaleza jurídica y moral. Su base es socialmente económica y biológicamente simbiótica. Aunque en este último caso, el de la simbiosis, cabría aclarar que carece de naturaleza contractual. Si hubiera que establecer un símil con las relaciones sociales, podríamos aceptar que su naturaleza se encuentra más cercana a la institución de la esclavitud que la de los contratos entre iguales. Tampoco habría que idealizar la simbiosis como paradigma de cooperación al modo de Kropotkin puesto que si tuviéramos que designar a un animal simbiótico en nuestras relaciones interespecíficas, este no sería el perro sino la bacteria escherichia coli que se aloja por miles de millones en nuestro aparato digestivo.


A las distintas formas de domesticar la etología da su propio nombre, improntar, de imprinting, del denómeno que descubrió Henrioth con los gansos en 1.910, al que llamó “Prägung”, término procedente de la impresión de monedas. El estímulo recibido por los individuos de cada especie en sus períodos críticos provoca que los patrones conductuales innatos se adapten a cada entorno. Los perros, procedentes de los lobos, son animales sociales altamente jerarquizados y lo que comúnmente llamamos lealtad y fidelidad en un perro no es otra cosa que un mecanismo de sustitución del macho alfa de las manadas de lobos por el ser humano, desencadenado por el troquelado al que ha sido sometido durante el proceso de cría y domesticación.


La relación es bidireccional, como lo es la proyección hombre-perro. Si bien el dueño del perro ocupa el lugar del macho Alfa, el perro, a su vez, suele ocupar diversos espacios en el complicado universo del psiquismo y afectividad humana siendo objeto de diversas proyecciones humanocéntricas. Pero el perro, lejos de ser humano, sigue siendo un cánido, troquelado, pero un cánido a fin de cuentas. El hecho de que pueda ser capaz de distinguir muchos de nuestros códigos de símbolos y señales, de autoridad, de reproche, de afecto, no los convierte en animales simbólicos, o el de que tengan nombre propio, ese distintivo identitario que nos individualiza, no los transforma en sujetos sociales. Un perro es un compañero y un amigo, pero no es un hijo, tampoco es un juguete y, menos que nada, un jarrón, un florero o un objeto de decoración.

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