viernes, 1 de agosto de 2014

Para una comprensión materialista del concepto de belleza

No sé por donde empezar o, mejor dicho, se por donde no quiero empezar. No quiero entrar definiendo conceptos ni tampoco en divagaciones abstractas sobre la belleza en sí misma, la subjetividad de lo bello, la cualificación del gusto (un concepto bastante digestivo y sobre el que se dice nada hay escrito), los parámetros de belleza y un largo etcétera, porque tomar ese camino es perderse en el laberinto.

Así que lo primero que haré será invitaros a hacer un viaje en el tiempo, un viaje al pasado de unos homínidos simiescos de hace 1, 2, 3 millones de años del sur y sureste de África. No creo que esos homínidos conocieran parámetros de belleza, aunque podían muy bien ser capaces de visualizar entornos confortables, seguros y agradables, lugares con agua, ríos, cascadas, lagos, árboles, abundante vegetación y un vistoso colorido de frutas, hojas ... o, dicho de otro modo, fuentes de alimento, bebida, lugares donde poder esconderse y defenderse de los depredadores. Hoy en día, aunque muchos de nosotros viven en bloques de hormigón, seguimos sabiendo apreciar y distinguir un "bello" paisaje rico en esos elementos naturales de un paisaje agreste, desolador, árido y, en general, peligroso.

Con esta introducción no quisiera induciros a una concepción de tipo excesivamente utilitarista para derivar de ahí el concepto de belleza. Por eso tomaré el hilo de la estructura de nuestra percepción sensorial. Como todos los primates, nuestra visión es estereoscópica, binocular, lo que nos permite captar el espacio y sus formas. Nuestra visión, no siendo tan nítida como la de las aves, capta un gran abanico de colores. En suma, nuestras facultades oculares, auditivas y táctiles, como fuente de supervivencia, priman sobre las olfativas y se desenvuelven en el ámbito del espacio y el tiempo.

Espacio y tiempo serán tanto los marcos de nuestra percepción como de nuestra representación del mundo. Somos seres cíclicos, rítmicos  y simétricos (es el a priori de nuestra propia constitución biológica) y en nuestra actividad cotidiana, práctica, reproducimos ciclos, ritmos y simetrías como condición previa a una mínima asimilación de orden y armonía.


Pero todavía no hemos entrado en el quid de la cuestión. El que las hembras de pavo real, a través de un largo proceso evolutivo, hayan acabado seleccionando a los machos dotados de un plumaje mas vistoso y lleno de colorido no significa que se rijan por cánones o parámetros de belleza, también las abejas y los insectos en general se han ido encargando de crear las flores, seleccionar sus formas y colores a lo largo de millones de años y tampoco significa que la estética dirija su evolución. Sin embargo, nuestro propio instinto heredado nos ayuda a apartarnos de lo podrido y maloliente, de lo repulsivo, que en cuestión de alimentos es lo tóxico, y nuestro sentido innato de lo simétrico, de lo ordenado nos induce a apartarnos del ser de estructura asimétrica, caótica y desordenada y a identificarlo con el monstruo o lo monstruoso. En definitiva, la tendencia es a producir y a reproducir la secuencia rítmica y armónica del espacio social construido por el hombre.


Belleza es un término muy amplio, tan amplio que excede del campo del arte y se aplica indistintamente a la naturaleza o al sexo y, si hablamos de belleza en el sexo ya nos estamos introduciendo de lleno en el campo de la cultura humana, tan variable de un lugar a otro y de un tiempo a otro y, de nuevo, en el campo del relativismo mas radical: los Kawelka se arrancan los incisivos para parecerse a los rumiantes porque, a su parecer, los rumiantes son bellos, los Padaung de Kampuchea creen que las mujeres son mas bellas cuanto mas largo sea su cuello, los chinos aprecian como mas bellas a las mujeres de pies mas pequeños, las mujeres Mursi se introducen un plato en el labio para realzar su belleza...


Tocamos un tema paralelo al del Bien y el Mal aunque dotado de muchísimas mas connotaciones y factores influyentes de orden biológico y socio-cultural.

La hominización genera la cultura pero, no nos equivoquemos, la cultura también genera la hominización. A través de la cultura el hombre se apropia de la naturaleza, se construye su propio espacio y acaba domesticando a los animales y cultivando las plantas. Lo que no se advierte fácilmente es que en virtud del mismo proceso el hombre acaba domesticándose, adiestrándose y cultivándose a si mismo. Como proceso de autodomesticación la cultura tiene un fuerte componente represivo y autorrepresivo. La cultura se constituye y emerge como represión del instinto al que desvía y culturiza nuevamente.  

Estoy seguro de que la persona que se extasía contemplando un paisaje y admira su belleza entabla con la naturaleza una relación plenamente culturizada. Se ha interpuesto un doble espejo, el de las producciones artísticas estéticas culturales que generan el estímulo sensorial sobre el espectador y su nueva reflexión en calidad de goce estético sobre el mundo natural. En el presente caso, no podemos presuponer la existencia de un vínculo originario con la naturaleza, sino de un nexo mediático, socialmente culturizado. El estímulo que produciría ese mismo paisaje sobre cualquier antecesor de homo (australopithecus o ardipithecus) no habría de ser muy distinto al que generaría sobre cualquier otro animal: alimentos, peligros, protección (si hay árboles), saciar la sed (si hay algún río).  

Cultura es ante todo emergencia. Del mundo viviente surge una única especie culturizada  porque no podía surgir de especies distintas. La cultura es absorbente e imperialista y no admite por definición la biodiversidad. Hace cincuenta mil años dos especies (no razas) de homínidos habían traspasado el umbral de la cultura.Las producciones artísticas revertirán a sus destinatarios, los órganos (biológicos) de representación sensorial, provocando como efecto una ampliación de la gama de sensaciones perceptibles en el medio natural: los colores, los sonidos, las formas, serán organizadas conforme a patrones culturales y percibidas mediante los sentidos, generarán un nuevo tipo de goce, provocarán emociones (biológicas, orgásmicas), llegarán hasta a poner los pelos de punta (los músculos capilares forman parte del sistema nervioso vegetativo, una reacción que en nosotros, paradójicamente resulta atávica, y que en el medio animal se asocia a la conducta de repeler al intruso de la misma especie para evitar la lucha, aunque en nosotros se conserva como excitación muscular asociada con el frío o con el pánico y, finalmente, como expresión de las emociones), elevará las pulsaciones, y hará entrar en juego todos los sistemas de haces hormonales, descargas de adrenalina, etc..

La música y el baile no existen en el medio natural (sobra decirlo, aunque algún astrónomo ruso haya creído encontrar cadencias musicales en las emisiones de cierta estrella) pero tendrán un papel esencial en nuestros rituales de cortejo amoroso. La música es organización de aquel espectro de ondas sonoras cuya frecuencia de propagación entra en la gama  perceptible de nuestro sistema auditivo. Es organización y ordenación de los tonos conforme a dispositivos internos de asimilación. La regularidad y la simetría tienen existencia física propia, no hay más que ver los sistemas de cristalización, los periodos de rotación y traslación planetaria, los ciclos que se repiten y reproducen. También tienen su propia existencia biológica: nuestro cuerpo es simétrico, el corazón palpita con una regularidad asombrosa (a la irregularidad se la llama arritmia y se la identifica como un síntoma de enfermedad). Pero la música no procede del entorno físico ni biológico ni tampoco es obra de los dioses como diría Platón. Es un producto cultural exclusivamente humano. A los sonidos que emiten los pájaros les llamamos canto por puro convencionalismo y analogía cultural; no nos engañemos, los pájaros no cantan, emiten señales de celo, de delimitación del territorio o de alarma. 


El canto no es imitación de la naturaleza porque no existe en estado natural, pero sus componentes sí: la escala de frecuencia tonal, el timbre ... aunque no siempre. No olvidemos que los instrumentos musicales (fuentes de producción de sistemas de frecuencia tímbrica) son creaciones culturales, y la misma escala de siete notas es una división convencional (existen los semitonos, además de la música atonal o dodecafónica basada en la escala de doce tonos) , por tanto, ha intervenido previamente una criba, un tamiz, un proceso de selección de sonidos o de elementos de composición musical, y lo que se asimila se ordena, se estructura, se organiza y emerge, no como conjunto aleatorio y desordenado de sonidos, sino como composición melódica armónica, temporalizada y estructurada.  

No creo que la comprensión materialista, no mística, del origen del canto y de la música deba discurrir, como es muy habitual, por las sendas del utilitarismo. Me estoy refiriendo concretamente a quienes han pretendido derivar el surgimiento del sentido del ritmo de las regularidades del proceso de trabajo, tal y como hace Lukàcs siguiendo la línea argumental trazada por Bücher  . No cabe explicar en base a principios de utilidad fenómenos tan complejos como el juego, cuya importancia resulta decisiva en los procesos de humanización y socialización.

 Hacer música no es hacer ruido. Hacer ruido expresa estados de ánimo, de jolgorio pero también puede ser una buena forma de alejar al enemigo. Sabemos que los chimpancés hacen ruido con estos objetivos, chillan, golpean el suelo con palos ramas para así alejar al intruso. Pero de aquí a la composición rítmica y melódica sigue habiendo un gran paso, pues el destinatario del arte no es un ser extraño a la colectividad sino la colectividad misma. La música solo puede ser pariente del lenguaje y la música más primitiva debió proceder del canto vocal. Las facultades inherentes a la interpretación y composición musical se las sitúa corticalmente en el hemisferio cerebral izquierdo, en el plano temporal, situado en la región posterior de la superficie del lóbulo temporal, dentro del área de Wernicke, que es precisamente el área de la audición, comprensión y elaboración del lenguaje. La estructura de nuestro aparato fonador, el descenso de la laringe hizo posible la articulación del lenguaje pero también la del canto. A la facultad de emitir sonidos articulados se le añadía la de modular tonalmente dichos sonidos. Los sistemas de integración de sonidos no tenían en este caso que acumular símbolos ni referentes, sino tonos. La construcción de ritmos melódicos requería la previa construcción de un código organizativo y normativo. Podemos asegurar que, a la vista de los sistemas de danzas existentes en las actuales comunidades cazadoras - recolectoras, donde prevalece la percusión como acompasamiento de la danza, la composición rítmica precede a la melódica. 

La música tiene la virtud de proyectar una secuencia espacio-temporal de sonidos organizados-estructurados sobre el sujeto y de generar en él emociones y pulsiones inducidas culturalmente, incluso de retroactuar en su propia composición y percepción de la naturaleza como naturaleza culturizada. Las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi o la Sinfonía Pastoral de Beethoven evocan la naturaleza: cuclillos, ríos, tormentas, y puede que el auditor cierre los ojos y vea cuclillos, ríos y tormentas ..., pero, por mucho que lo intentemos, el sonido del cuclillo de la Primavera de Vivaldi no llamará la más mínima atención a estas aves en el caso de que se reprodujera esa música en el campo.  Tampoco Vivaldi o Beethoven tenían esa pretensión, pues su evocación era puramente poética y no mimética y el estilo musical del primero se enmarcaba en el Barroco Veneciano y el del segundo  en el potclasicismo, dos estilos musicales diferentes evocan de forma diferente un mismo objeto, ya no natural, sino mediado por cánones culturales.


El origen de la danza está asociado al desarrollo de las pautas motoras, ejercitadas mediante la activación de los mecanismos de refuerzo del perfeccionamiento de la conducta. La llamada Funktionslust, de la que deriva el placer de ejecutar y perfeccionar el movimiento aprendido, la reproducen ciertos mamíferos superiores. Por ejemplo, los delfines son los auténticos inventores del surfing, del placer de aprovechar el movimiento de las olas para deslizarse











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