martes, 3 de marzo de 2015

LA TRANSGRESIÓN JUVENIL

No podemos pasar por alto aquel conjunto de manifestaciones que desde ámbitos marginales hacen suya la bandera de la Transgresión sistemática. No dejan de ser meros tópicos los que se refieren a la Transgresión juvenil, la rebeldía de la juventud o el conflicto generacional. No hay nada más fácil que ser transgresor en un contexto donde no existe responsabilidad alguna y donde la única barrera es la del arbitrio paterno. Se trata, lógicamente, de una Transgresión limitada, forzada por la vitalidad juvenil, y limitada al ajuste hormonal dentro de sus márgenes normales. La llamada rebelión contra el padre se presenta como una Transgresión contra todo, contra instituciones y hábitos culturales. 

Toda sociedad arbitra unos mecanismos y marcos de desenvolvimiento de la energía e hiperactividad juvenil: campos de deportes o campamentos de verano. Incluso los regímenes más totalitarios han sido conscientes de la importancia de dar un cauce adecuado a la Transgresión juvenil, abriendole las puertas al encuentro con la naturaleza como encuentro con el mundo de los instintos y de las pulsiones reprimidas. Aquí en España nos encontramos con la OJE sin ir más lejos. Sin embargo, este encuentro con la naturaleza está, por esa misma razón, sujeto a un sistema fuertemente identitario. El adoctrinamiento cuasi-militar de los campamentos juveniles tipo Boy Scout se hace posible e incluso soportable dada su directa vinculación con el medio natural, con el medio transgresor. En tal caso la transgresión se situaría en un plano subalterno al sistema identitario.


La juventud es, a fin de cuentas, un sector bio-social sujeto a los diversos procesos de identitarización (o, lo que es lo mismo, no plenamente identitarizado). Pero muchas veces tales procesos no son todo lo efectivos que debieran. La específica maleabilidad y ductilidad de este sector bio-social lo hace, por una parte,  proclive a su sujeción a tales procesos. La juventud es susceptible de ser maleada y adaptada a los sistemas de control y represión establecidos. Pero dichos sistemas fallan desde el mismo momento en que no se encuentran en condiciones de conducir o neutralizar la energía transgresora que desprende esta capa social. Y es que las capas juveniles, en pleno proceso de aculturación, son más proclives que ninguna otra a oír y responder a la llamada de la Selva a la que hicimos referencia en el apartado anterior, sus instintos naturales la inducen a reproducir la Transgresión como Regresión, a unirse a manadas (pandillas, bandas, etc) de otros congéneres para aullar, saltar, trepar  y dar alaridos (conciertos Pop y Rock, competiciones deportivas, etc) a escapar de recintos cerrados, a buscar la calle nocturna con vistas a facilitar sus acciones transgresoras  La represión sin paliativos produce amotinamientos y rebelión en las aulas y ya no solo de las aulas sino de la totalidad del sistema, entendido como una prolongación de estas, tal y como sucedió con los distintos sistemas contestatarios de los años sesenta.


La moderna tecnología está sirviendo a los humanos, paradójicamente, de guarida, de caverna en la que esporádicamente se puede dar rienda suelta a sus instintos, a la llamada de la Selva. El adolescente que se vale de una moto de trial para realizar las mas osadas acrobacias (caballitos, derrapes, etc) con intención de impresionar a los restantes miembros de su manada actúa como cualquier otro macho joven de cualquier otra especie mamífera gregaria, que exhibe sus dotes con el fin de subir de rango en su manada y de atraer la atención de las hembras. Los psicólogos han estudiado el perfil del automovilista-tipo que, parapetado en su vehículo, descarga toda la agresividad contenida: insulta a otros automovilistas y viandantes, toca el claxon para ampliar su tono de voz, etc. El internauta adicto a los chats entra como desconocido en un mundo de desconocidos, lo que le permite escribir lo que quiera en esos indigeribles diálogos  sin reglas, sin inhibiciones ni represiones donde el anonimato (de forma análoga a como juega en el Carnaval como ocultador de la identidad) le permite transgredir formas y convenciones.  

La transgresión juvenil acaba conquistando y configurando, por así decirlo, una esfera o ámbito de identidad bajo las actuales sociedades industriales, es decir, lo que podríamos llamar una subcultura juvenil. 

 Las autoridades saben muy bien que en el medio urbano es casi imposible controlar la ruta del bacalao o la llamada movida juvenil de los fines de semana, con todos los desboques transgresores que en sí lleva aparejada, desde la pulsión del placer, de peligro e incluso de muerte. Saben que los antros ruidosos donde se sirve alcohol y se puede danzar compulsivamente al son de una música neurótica y de un sistema de iluminación agresiva (hablo de las discotecas) deben estar en algún sitio. A fin de cuentas, la vida nocturna se manifiesta como un cauce neurótico de búsqueda de la satisfacción de la pulsión sexual. Una represión directa puede llevar consigo que la Transgresión de violencia contenida degenere en gamberrismo. 

Al fin y al cabo el Rock puede servir muy bien de catalizador de tensiones violentas. Por tal razón se tiene mucho cuidado a la hora de ubicar los recintos de expansión y Transgresión juvenil. Las familias y las autoridades son conscientes de que el marco de la Transgresión juvenil no está controlado en esta sociedad. El elemento destructivo de la Transgresión se cierne, de uno u otro modo, amenazadoramente, por distintas vías que conducen a la aniquilación física: estupefacientes, alcoholismo, sectas, o comportamiento temerario en el tráfico. Aún así, en el medio rural la Primera Transgresión, situada entre la infancia y la adolescencia, ha revestido tradicionalmente unos grados de crueldad inauditos; costumbres como las de apedrear gatos hasta la muerte o rociar perros con gasolina cuando no se trataba de mofarse del tonto del pueblo han permanecido intactas hasta nuestros días.


Fuera de este punto cabría destacar como en los años sesenta, los instintos transgresores se apoderan de determinado sector del medio juvenil: el movimiento hippie, la contra-cultura, la psicodelia, el arte pop, el mayo del 68 francés, el culto al LSD, etc.  Es una Transgresión bifronte, contra el Padre y contra el Estado, se pone en tela de juicio todo el sistema económico e institucional occidental y se busca, como sucede con todas las transgresiones, un nuevo reacoplamiento con el mundo de los instintos y del placer.  Lo curioso de este tipo de movimientos transgresores estriba en cómo el llamado conflicto generacional o la rebeldía juvenil que generalmente se desenvuelve dentro de unos límites transgresores normales y socialmente regulados llegó, en un contexto determinado, a adquirir los caracteres de un movimiento social e incluso político, tal y como sucedió en la Francia de 1968.


El movimiento hippie resulta particularmente interesante. Cierto sector de la juventud estudiantil urbana eligió sus propios cauces de Transgresión fuera del marco social e institucional. La huida de la ciudad y consecutiva retirada al campo, huida de la civilización y refugio en el instinto, fue, a diferencia de lo que sucede con los campamentos juveniles militarizados, desorganizada y anárquica. Su entrega al instinto natural fue tal que se impuso el sexo libre, el culto al desnudo ...  Rechazaron toda institución e imposición social así como los modelos culturales vigentes. Sin embargo, necesitaron nuevos referentes identitarios, pues la Transgresión pura y simple (la Transgresión por la Transgresión) no puede sostenerse durante mucho tiempo (dicho en otras palabras, se auto-sitúa en el límite del caos)  y los creyeron hallar en las producciones ideológicas propias de una cultura radicalmente distinta a la de Occidente, a saber, la de Oriente.  Se refugiaron en un orientalismo místico y a su vez mítico y, al igual que los actuales musulmanes, peregrinaron en tropel a la India a la búsqueda de esas esencias y verdades absolutas emanadas de esas religiones esotéricas e introspectivas desconocidas hasta entonces por los occidentales. Se olvidaban, claro está, que dichas religiones, más que liberadoras, fueron el soporte de legitimación institucional clave de los más rígidos sistemas de castas y, en última instancia, del despotismo gerencial agrario asiático. Como ya ha sucedido en muchas ocasiones, la Transgresión, a la búsqueda de una determinación positiva que le garantice una mínima viabilidad, permanencia y persistencia, acaba topándose ante cierto género de estructuras ideológicas identitarias, tanto o más represivas que aquellas de las que en principio pretendió liberarse. Hoy día del movimiento hippie solo quedan los restos: el sándalo, el xitar, el yoga, la meditación transcendental, pequeñas comunas asentadas en el medio agrario de forma marginal y un puñado de cincuentones nostálgicos.


En todo caso, la rebelión juvenil de los años sesenta, tan idealizada en la actualidad, no dejó de ser más que un fenómeno social bastante curioso e insólito. Insólito por cuanto que de lo que se trató fue de una explosión de Transgresión desbordada, que escapó incluso a los mecanismos de control de los instintos juveniles de las instancias institucionales vigentes. No obstante, los principios transgresores y liberadores invocados pronto se trocaron en su polo contrario. La mitificación del paradigma religioso oriental convirtió a los jóvenes en presa fácil de las estructuras sectarias más represivas y esclavizadoras imaginables: Hare Krisna, Moon, o la que pudiera fundar cualquier otro gurú medio chiflado (o, más bien, bastante espabilado) de los que pululan por el mundo. En cualquier caso toda secta de las llamadas destructivas se presenta en principio como un elemento catalizador de las ansias de rebelión y Transgresión juvenil, del rechazo a las estructuras familiares, a las jerarquías sociales, al materialismo o al capitalismo, presentando como alternativa un género de mística panenteísta oriental identitaria y absorbente hasta el extremo de la intoxicación física y psíquica, así como la correlativa anulación de la personalidad. Otra vertiente liberadora que pronto mostró su verdadera faz esclavizadora y destructiva se produjo a raíz del culto desbocado a los narcóticos que la rebelión juvenil introdujo como medio de Transgresión.


El mayo del 68 francés solo pudo tener origen en el país más politizado de Occidente. El movimiento transgresor juvenil, procedente de capas intelectuales medias, revistió desde sus mismos comienzos un carácter inequívocamente político y netamente urbano. Careció por completo de los tics bobalicones o exhibicionistas y formalistas que caracterizaron al movimiento hippie, más yanqui que europeo propiamente dicho y por tal razón menos político y más campestre. El movimiento sesentayochista se definió netamente por su inspiración marxista. Se pretendió edificar un marxismo transgresor, de corte luxemburguista, trotskista o maoísta, alejado del marxismo burocrático soviético y, por esa misma razón, de la cúpula del PCF. La Transgresión juvenil pronto se adueñaría de las calles de París a golpe de barricada y cócteles molotov. No contó con líderes netamente definidos, en todo caso con ideólogos como Daniel Cohn-Bendit en París y Rudi Dutshke en Berlín.  Su principal arma fue la ingenuidad infantil y  utópica, y el lema que resume dicho movimiento, plasmado en una de las múltiples pintadas de las calles de París sed realistas, pedid lo imposible, era netamente transgresor, puramente anti-identitario, prácticamente inútil y volátil. El movimiento del 68 tuvo consecuencias políticas directas en la situación francesa, modificó la situación política, pero rápidamente se desvaneció... nada más finalizado el curso académico.


Al hilo de lo dicho sobre la Transgresión juvenil y el mayo del sesenta y ocho francés se puede sacar a colación un curioso fenómeno también ligado a los instintos transgresores juveniles: El Romanticismo de la Transgresión. En el caso de sistemas políticos fuertemente identitarios, hasta extremos insoportables tal y como ocurrió con el régimen franquista, la Transgresión a sus estrictas normas era algo que seducía por sí misma. Con independencia del  contexto de oposición política al Régimen, múltiples posturas transgresoras nacidas en el seno del movimiento estudiantil fueron el resultado de esa instintiva negación de lo prohibido. Una fuerte barrera dividía el polo de la Identidad y el de la Transgresión, situándose este último de forma clara y contundente en la clandestinidad. Frente al chato identitarismo del Régimen, en cuya cúspide se situaba un dictador cuya mediocridad solo era superada por su inhumanidad,  frialdad y sadismo. Frente a ese sistema de poder despótico y dogmático, rodeado de serviles ministros, de profesionales de la adulación al Tirano, de pomposos militares y bendecido por curas y obispos, se situaba, en el polo opuesto, el universo de la oposición que no era otro que el de la Transgresión. Tal dualidad  poder/anti-poder era percibida por grandes sectores de la juventud como una simple dicotomía Identidad absoluta/Transgresión absoluta.


Una vez sucumbido el Régimen, ya no cabría la menor duda; las puertas estaban abiertas a la Revolución, al comunismo científico, al comunismo libertario y a todo lo demás que se quisiese establecer. Ese entusiasmo duró bastante poco. Lo suficiente como para comprobar cómo un nuevo sistema identitario acababa imponiéndose. Lo que antes había estado totalmente prohibido por su contenido subversivo ahora no solo era tolerado sino alentado fervientemente desde las más variadas instancias institucionales: el Primero de Mayo, el Aberri Eguna, la Diada, los homenajes a García Lorca ... La huelga, antes un delito de sedición, era ahora un derecho  que conforme a sus cauces legales podía ejercerse libremente. La reunión, la asociación y la manifestación, considerados hasta entonces graves delitos de conspiración y desórdenes públicos, se elevaban a la categoría de derechos fundamentales amparados constitucionalmente, los sindicatos y los partidos, hasta entonces clandestinos, coparon su espacio social y se encaramaron a las estructuras del poder político y económico convirtiéndose en perfectas estructuras de mediación rígidamente centralizadas dominadas por profesionales de la política. La Política se mutó en tecnocracia económico-administrativa, se suplieron los contenidos ideológicos por sus respectivas clientelas... Lo que antes apareció como un abismo hacia la Transgresión sin límites se trocó en una nueva Identidad consolidada. Las identidades rígidas fueron sustituidas por identidades flexibles

Desde ese momento la visión dual desaparece y se difumina: ni el socialismo, ni el comunismo científico o libertario están a la vuelta de la esquina, los partidos empiezan a convertirse en estructuras burocráticas identitarias que funcionan como maquinarias electorales, los sistemas de cretinización de masas, antes monopolizados por el Estado, se delegan en el sector privado.


La antigua Transgresión, la misma que antes los hacía ocultarse de la policía, que hacía de una pegada de carteles o de una tirada de pasquines una aventura casi tan arriesgada como ocupar un fortín por un comando de élite, se había convertido hoy en parte de la más rutinaria y aburrida Identidad. Quienes antes vieron en los líderes más antiguos de la clandestinidad auténticos ídolos dignos de veneración avalados, no solo por su generosa entrega a elevados ideales sin buscar por ello compensación material alguna, sino también por un currículum de muchos años de cárcel, torturas y persecución policial,  ahora verían en los nuevos dirigentes de la democracia unos oportunistas de tomo y lomo, trepadores y zancadilleros, ávidos de cargos en las Instituciones, charlatanes de segunda fila más preocupados por su propia imagen y proyección pública que por las ideas que hubieren de defender. Por otra parte su ideología no era otra que la de su propia consolidación en el sistema


Hoy día podemos apreciar como  muchos de los antiguos hippies y sesentayochistas han vuelto al redil reconvertidos en prósperos yuppies que, en firme acto de constricción por sus pasados pecados,  abrazan el pensamiento único, el capitalismo y su democracia como aquel paraíso terrenal que nunca debieron abandonar.


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