martes, 3 de marzo de 2015

TRANSGRESIÓN Y DERECHO


El derecho es, por excelencia, el reino de las Identidades sociales y políticas. Los sistemas normativos regulan la constitución y el funcionamiento de las instituciones políticas, administrativas y económicas. El reino del derecho es, a la vez, el reino de las formas y estructuras organizadas, el rígido cascarón donde se introducen los más variados contenidos sociales.

La Transgresión al derecho reviste, en tanto que negación del derecho, sus propias consecuencias represoras. El derecho está dotado de tal fuerza identitaria y de tal capacidad de reconducir toda realidad hacia sí mismo que no solo está en condiciones de determinar y definir formas y conductas positivas sino también sus propias transgresiones, disponiendo el marco y los supuestos de sanción de estas previa su oportuna identificación, a la que califica con su propia terminología ad hoc, ya sea como ilegalidad, o ilicitud cuando se refiere a casos particulares y arbitrariedad o injusticia cuando se hace referencia a la total ausencia de una normativa jurídica reguladora de las decisiones y comportamientos políticos. El derecho se determina tanto a sí mismo como a su contrario, es un indicador tanto de sí como de su propia contradicción.


Un marco tan identificador como el jurídico no podía prescindir de la necesidad de determinar positivamente sus propias transgresiones, de identificarlas como tales. De hecho, la legislación penal y sancionadora es todo un catálogo de las posibles transgresiones al derecho. El mismo principio de legalidad, nulla pena sine lege, prescribe la obligación de identificar la Transgresión como conditio sine qua nom del alcance de la norma  penal. Ante pocas áreas tan intransigentes con la Transgresión nos vamos a encontrar como ante ésta del derecho. La persecución y represión de la Transgresión por el derecho es sistemática, dado que su tendencia natural es su total erradicación.


No obstante, lo cierto es que el derecho debe su existencia misma a la Transgresión. Sin Transgresión no existirían la policía ni los tribunales. Ya se sabe, no hay policía sin delincuentes, como tampoco habría insecticidas sin insectos. Los primeros deben su existencia a los segundos. La práctica jurídica se reduce, en esencia, a un continuo trabajo de identificación. Puede que a los juristas les parezca un disparate, pero sostengo que la principal fuente del derecho es la Transgresión, en la medida en que ese perpetuo esfuerzo de identificación propio del mundo del derecho surge en su brutal contraste con la Transgresión. El derecho se encarga de rodear el mundo, identificarlo y someterlo, de clasificarlo y regularlo todo con arreglo a sus propios parámetros: lo legal, lo ilegal y lo alegal. El mundo del derecho se puede ver como un sistema de trasposición al mundo real de una constelación absorbente de prescripciones, obligaciones y prohibiciones.

Nos encontramos ante la paradoja de como el derecho puro emerge como un mundo perfecto en su técnica y racionalidad, por un lado, y, por otro, de como dicha técnica y racionalidad se ha ido configurando en el marco del conflicto, del contencioso y del litigio.  La jurisprudencia, una de las fuentes del derecho enumeradas en el Código Civil, constituida por cientos de miles de sentencias emanadas de los Tribunales de Justicia, es hija directa del conflicto y de la Transgresión. A fin de cuentas, el identitarismo jurídico se forja en la Transgresión social, su vitalidad formalista se realiza en el amorfismo social real. La Identidad del imperio de la ley y el derecho se consuma en aquellas zonas de Transgresión que se sitúan precisamente en sus márgenes.

No hay nada que más teman los juristas que las llamadas lagunas legales. El esfuerzo interpretativo e identificador del mundo del derecho es tal que gran parte de la actividad jurídica va encaminada a arbitrar las  técnicas tendentes a  detectar y cubrir por todos los medios posibles  las lagunas legales, ya sea mediante la organización de un sistema jerárquico de fuentes del derecho de carácter preclusivo, ya sea mediante el recurso a la interpretación analógica con otras fuentes paralelas, etc. 

El formalismo jurídico es pariente cercano de la lógica formal. Toda sentencia encierra en sí un silogismo, de la conducta tipificada a la conducta real. El infierno de los juristas radica en la imposibilidad de adecuar con exactitud tales silogismos. Muchos supuestos escapan a un encasillamiento jurídico. Por otro lado se advierten matices que hacen que las piezas no encajen y ahí está el proceso y el juicio contradictorio, el mecanismo del cual se vale el derecho para establecer y aplicar sus normas y consecuencias identitarias. Abogados, por un lado, fiscales, por otro, extraen de una misma norma enfoques opuestos y antagónicos, aducen pruebas de valor previamente catalogado por el derecho y al final se sujetan al veredicto del juez 

Todo derecho enumerado es una determinación positiva y negativa a un mismo tiempo. La determinación de un derecho subjetivo o de una situación jurídica de poder es, a un mismo tiempo, una exclusión de sus tentativas de Transgresión, su defensa es también su lucha contra la Transgresión. El robo determina la propiedad del mismo modo que lo pudieran hacer sus propios mecanismos identitarios, a saber, la Notaría o el Registro de la Propiedad.

DELINCUENCIA Y TRANSGRESIÓN

Cuando leí por primera vez la Política de Aristóteles hubo algo que me llamó la atención sobremanera. En el capítulo dedicado a la economía y crematística, describía de forma llana y sin prejuicios de ningún género, una enumeración de las distintas actividades económicas humanas que no se procuran el sustento mediante el cambio y el comercio. La relación empezaba con el pastoreo, para seguir con la agricultura y para terminar con las distintas formas de depredación:  la piratería, la pesca y la caza[1]. Lo más curioso es que incluía la piratería entre  las distintas formas de caza. En cierto modo, Aristóteles no se equivocaba. En este mundo la calificación que se de a las actividades humanas puede ser una cuestión de dimensión. Al pequeño prestamista se le ha dado siempre un calificativo despectivo, el de usurero. Sin embargo, al gran prestamista se le llama Banco u Entidad Financiera. Al depredador de bienes ajenos a pequeña escala se le llama pirata. Al depredador a gran escala se le denomina Imperio Colonial: España fue el Gran Pirata del Continente Americano (la obsesión y fijación contínua de sus grandes conquistadores, Pizarro, Cortés, Cabeza de Vaca, Lope de Aguirre, etc en la búsqueda de oro, Eldorado, no los hizo muy distintos del Pirata Barbarroja), Inglaterra fue el Gran Pirata de los cinco continentes: al Museo Británico muy bien pudiera habérsele llamado Museo de la Piratería colonial. El caso de Francis Drake es bastante curioso. En una situación en la que los intereses de dos imperios coloniales, el inglés y el español, estaban enfrentados, su tratamiento varió de un país a otro. Para España, cuyos buques y navíos abordaba y saqueaba, fue el pirata Draque, mientras que para Inglaterra, beneficiaria de sus acciones, fue Sir Francis Drake, corsario, caballero y vicealmirante de la Marina Real Británica.
Francis Drake

Sin duda todo es objetable. La piratería es un comportamiento delictivo porque así lo reconocen las disposiciones legales emanadas de los Estados, inclusive de aquellos que han prosperado a lo largo de su historia a costa de practicar la piratería a gran escala.

Por otra parte, la llamada delincuencia abarca un campo tan amplio de acciones humanas que no cabe encasillamiento. Toda la gama de actitudes transgresoras de la norma recogidas en los códigos penales se compendian como conductas delictivas. En este sentido la delincuencia como tal se nos presenta como un concepto jurídico cuyo común denominador radica en la Transgresión de la norma sin más. Sin embargo, los tipos delictivos que recogen los códigos penales aluden a conductas transgresoras de la más variada índole: desde aquellas transgresiones naturalistas cuya motivación última es la satisfacción del instinto, caso de los distintos delitos sexuales así como todos los que implican imprudencia y temeridad, hasta aquellas transgresiones de orden cultural en cuya base se encuentra la defensa de las instituciones e Identidades culturales o económicas establecidas cuya Transgresión se castiga: sedición, robo, malversación, cohecho, falsificación, prevaricación, etc. La sociedad se defiende continuamente  de los ataques más intolerables a su propia Identidad. En este campo la Transgresión no tiene más antídoto que la represión. No cabe integrarla ni regularla porque no existe marco social capaz de absorberla. El margen de tolerancia de la estructura social, en el sentido de tolerancia material, excluye de forma radical la Transgresión destructiva.


Ello no implica que este género de Transgresión no pueda encadenarse a los sistemas de Transgresión socialmente regulados multiplicando sus efectos. Al respecto, indicar que un problema con el que se topa el Carnaval de Río es el fuerte incremento del índice de criminalidad que se produce durante esas fechas, y es que la negación de la Identidad se convierte en un terreno abonado para la ocasión cara a la aparición de las transgresiones destructivas. De igual modo, a la Transgresión juvenil, considerada un problema de primer orden dada la precariedad de su sistema de regulación, surge con una fuerte tendencia a desbocarse, a escapar  de sus débiles marcos reguladores debido a la atracción que producen sobre ella las distintas formas de Transgresión destructiva, ligadas al tráfico y consumo de estupefacientes.  
Droga sagrada. Peyote

En toda civilización, en toda formación social y cultural, se consumen sustancias tóxicas. Empero, este consumo por lo general se produce de forma relativamente regulada y controlada y en unos tiempos sistemática y rigurosamente determinados. Los momentos del consumo y consecutiva relajación de los mecanismos inhibitorios-represivo-culturales los marca un calendario perfectamente estructurado que asigna el tiempo de la producción y el trabajo y el tiempo del ocio y de la fiesta. 
Droga sagrada. Vino

No obstante, de esos rigurosos controles carecen los grupos sociales aún no integrados en el mundo de la producción y el trabajo: a saber, la adolescencia y la juventud, lo cual convierte a los jóvenes en los seres más proclives al consumo  incontrolado de sustancias estupefacientes. Se puede decir que el incremento desbordado e incontrolado del consumo de drogas como fenómeno característico de las modernas sociedades capitalistas trae causa de un sistema que en gran parte relega la cuestión del control y regulación del consumo de drogas a los mecanismos-automatismos del mercado. El mercado de las formaciones sociales capitalistas, que descansa sobre el principio de la maximización del beneficio y la sobreproducción a gran escala, implica la incentivación del consumo hasta su completo desboque.  Las instancias reguladoras tradicionales pasan a un segundo plano. Las capas juveniles de la población, cuya pulsión por el placer les induce, en ausencia de mecanismos reguladores,  a llenar el tiempo exclusivamente del mundo lúdico y del ocio, fácilmente tiende a la relajación perpetua, al exceso del placer y, en ciertos casos, a su completa liberación, vía consumo de drogas, de los mecanismos represivos-inhibidores-culturales


Por mucho que se quiera, no es fácil vislumbrar una nítida frontera entre el mercado (blanco) y el mercado negro, su necesario e inevitable polo transgresor, y es que la economía de mercado, organizada sobre la estructura de la mercancía, del cambio y del dinero, se constituye como una de esas Identidades a las que voy a dar en llamar débiles, por cuanto que la tendencia que engendra bajo su forma de capital es la del enriquecimiento ilimitado. Difícil resulta identitarizar aquellas formas y estructuras cuya lógica de funcionamiento y realización radica precisamente en su no sujeción a límite de ningún tipo. Y es que el capitalismo instituye como novedad el principio de la Identidad transgresora, un género de legalidad particular que continua e inevitablemente se encadena a sus consecuencias transgresoras. Los límites legales y éticos a este nuevo sistema económico poco pueden hacer cuando la lógica del valor y de la ganancia pone en funcionamiento gigantescas redes de prostitución, pornografía infantil, tráfico de drogas, fuga de capitales o especulación del suelo o cuando las formas de control político se muestran ineficaces a la hora de detener la corrupción administrativa.


En realidad, ningún organismo viviente, y la sociedad es, aparte las connotaciones organicistas, uno más de ellos, tolera los elementos tóxicos, ya sean  exógenos o endógenos. Para eliminar y contrarrestar los efectos de los primeros dispone de un sistema inmunológico, para neutralizar a los segundos se provee de un conjunto de redes y mecanismos de evacuación. Las prisiones y las cárceles se pueden concebir como depósitos de almacenaje y neutralización de los agentes transgresores-destructores (patógenos) que produce la misma dinámica social.

El penalismo se topa ante un doble dilema, el castigo y la prevención y, dentro del primero, ha de optar entre el castigo y la reinserción (o reidentificación, ya que estamos hablando en estos términos) . Sin duda, en este ámbito, la retórica dista años luz de la realidad. Las modernas sociedades capitalistas acostumbran a convivir con un margen de delincuencia siempre y cuando este se sitúe dentro de unos límites razonables,-  del mismo modo que admiten incluso exigen una tasa de desempleo tolerable. Los más cínicos economistas consideran que cierto índice de desempleo es saludable para la economía, en la medida que la disposición de una reserva de mano de obra permite que los engranajes del sistema se lubriquen en el sentido de neutralizar el absentismo laboral y permitir una mayor competencia en la oferta de mano de obra. En esta dirección se alude a la existencia de una Tasa Natural de Desempleo[2].-  Del mismo modo, cierto margen de delincuencia, o de este género de Transgresión, justifica y legitima la presencia, existencia e intervención de los mecanismos identitarios estatales. Como habíamos advertido a propósito del Derecho, en el presente caso la Identidad se crea y produce, o, lo que viene a ser lo mismo, le debe su misma vida a su interacción con su polo antitético y transgresor. Sin delincuentes no pueden existir los policías del mismo modo que sin caza no puede existir el cazador. De este complejo circuito mutuamente recursivo nace el Estado como tal. El Estado, para constituirse en garante de la paz social  o de la identidad social ha de vivir, sumergirse y realizarse en el conflicto social o, lo que viene a ser lo mismo, en la transgresión social.


La dicotomía, ya clásica en ciencia política, Estado/Sociedad Civil se puede contemplar, desde cierto punto de vista, como una relación Identidad/Transgresión. El Estado, como estructura política organizada, se superpone a una sociedad amorfa e inorgánica, compuesta por millones de ciudadanos, productores y propietarios, habitantes permanentes y transeúntes, familias, asociaciones, grupos, etc. pero el Estado no se limita a superponerse y lo que busca en todo momento es sujetar a esa sociedad amorfa y descompuesta a su propio metabolismo, imprimirle su impronta identitaria. El Estado, desde cierto punto de vista, se produce y reproduce en la sociedad civil y, en el fondo, esa imposibilidad absoluta de control sobre la sociedad civil es lo que en realidad da vida al Estado, es lo que lo mantiene en funcionamiento perpetuo.












[1]Aristóteles: La Política. Pág. 60. Editora Nacional.  1981, Madrid

[2]Un manual para estudiantes como la Economía de Paúl A. Samuelson y William D. Nordhaus nos ilustra sobre la Curva de Phillips, uno de esos diagramas de coordenadas  cartesianas ordenadores de ese tipo de relaciones inversamente proporcionales que tanto gustan a los economistas y que nos obligan a elegir entre una cosa y otra. En esta ocasión no se trata de elegir entre los  cañones o la mantequilla sino entre la tasa de inflación y la tasa de desempleo. A más desempleo, menos inflación, a menos desempleo más inflación. Así que la tasa natural de desempleo (¡cómo se nota que el que ha escrito ese libro no es un desempleado!) es aquella en que la presión al alza sobre los salarios generada por los puestos vacantes es exactamente igual a la baja sobre los salarios generada por el desempleo (Paúl A. Samuelson y William D. Nordhaus: Economía..Pág. 384  Mac Graw Hill 1990, Madrid)

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