viernes, 13 de abril de 2012

Neocristianismo



A la pregunta sobre la figura de Jesús formulada a gente de izquierdas, creyente o no creyente, es fácil y frecuente obtener respuestas bastante parecidas. Casi todos coincidirán en que fue un revolucionario. Los matices llegarán un poco mas tarde; para unos sería un pacifista, para otros, un comunista con la correspondiente ramificación: combatiente contra la ocupación romana, agitador de los desheredados, oscilando entre Gandhi y Ho Chi Min y el Che Guevara.

Los menos, algo mas informados (conocedores, al menos, de los escritos de Bultmann, Montserrat Torrents o Puente Ojea), disertarían sobre la apocalíptica judía de la época, las aspiraciones mesiánicas, el libertador davídico, etc. Al ser preguntados sobre la relación entre Jesus y la Iglesia Católica la unanimidad sería absoluta: cero.

Lo cierto es que, de haber existido el personaje, algo dudoso o nada claro a tenor de la documentación histórica disponible, ninguna, salvo los textos religiosos y apologéticos que no son históricos propiamente dichos, casi todos incurren en la misma ucronía, en la contemporaneización del pasado, ya que ese nuevo Jesus sería el resultado de una proyección política que no le corresponde. De nada sirve el recate del Jesus real ni su desmitificación, pues esa misma operación de rescatarlo y desmitificar, la del Cristo de la fe, el Cristo paulino y constantiniano, es, al mismo tiempo, profundamente mitificadora. 

Neocristianismo es una expresión acuñada por Gonzalo Puente Ojea para referirse a las nuevas posiciones surgidas como consecuencia de la quiebra del dogma de Cristo sustentado por la Iglesia e Iglesias cristianas.

Desde que teólogos del ámbito protestante como Rudolf Bultmann comenzaran a desentrañar un Jesús histórico a partir del Cristo de la fe todo ello desencadenó un proceso de “humanización” de Cristo o de jesusificación del mito. El caso es que el mismo Bultmann destacó la práctica inexistencia de fuentes históricas al margen de los propios textos bíblicos y neotestamentarios que, en puridad, no son realmente fuentes históricas.

De todos modos, la llamada búsqueda del Jesús histórico creó escuela y muchos de sus seguidores, con más base en la interpolación y la especulación que otra cosa, abrieron la caja de los truenos, de modo que desde el mismo momento en el que se desterraba el mito oficial, el del Cristo de la Fe, nacían nuevos mitos, unos, el del Jesús revolucionario, activo luchador contra la ocupación romana de Palestina y Galilea, defensor de la causa de los pobres y oprimidos, otros, el del Jesús pacifista y amoroso, ácrata, feminista, medio hippie, predicando la máxima del amor universal.

Los nuevos mitos se instalaron, y muy bien, en las consciencias. En el medio católico, mediante las teologías de la liberación, con sus seguidores como Hans Küng, Leonardo Boff, Eugen Drewermann, Edward Schillebeeckx, etc, enfrentados directamente a la jerarquía eclesiástica.

La aparición de esa diversidad de tendencias, nacidas al amparo de un mismo mito y que desembocan en la construcción de mitos distintos lo que pone de manifiesto es la profunda versatilidad de un movimiento político-religioso como el cristiano que al incorporar a cientos millones de fieles con necesidades y aspiraciones diversas da salida de algún modo a las mismas, invirtiendo, si cabe, la razón teológica original para adaptarla a sus aspiraciones.

En realidad, no se trata de un fenómeno nuevo ni mucho menos original de esta época, pues comprobamos que durante la Edad Media y hasta el siglo XVIII las sublevaciones de campesinos pobres atravesaron occidente, siendo el milenarismo una constante generadora de energías revolucionarias y transformadoras. Lo curioso es que, armados de la misma razón evangélica y teológica que propugnaban los defensores del sistema de castas, servidumbre y privilegios aristocráticos de ella se valieron los movimientos milenaristas mesiánicos como medio de emancipación. La antorcha de los movimientos milenaristas que se van sucediendo a partir del año mil, de las revoluciones campesinas de los cátaros, anabaptistas, dolcianistas, de Thomas Muntzer, de Joaquín de Fiore, de Fra Dolcino, etc, movimientos casi todos ellos aplastados de forma contundente.


Volviendo de nuevo al tema del neocristianismo, advertimos que lo que en realidad ha intervenido en la creación del Jesús histórico no ha sido la investigación histórica sino más bien el recurso al anacronismo histórico mediante la contemporaneización del personaje, atribuyéndole de forma especulativa la ideología y aspiraciones de cualquier joven rebelde de los años sesenta del siglo XX: la vida en comunas, el desprecio a los gobernantes y a los jerarcas, la defensa de la libertad sin límites, etc.

El poder evocador de la imagen generada ha llegado incluso a traspasar la esfera de lo puramente religioso, de modo que el mito desmitificado y reconvertido de nuevo en mito se ha proyectado incluso a la esfera de lo político. Así que no es extraño ver cómo se ha llegado a convertir en todo un referente en amplios sectores de la izquierda como portador de un nuevo mesianismo liberador de oprimidos, particularmente en el ámbito de latinoamérica. Incluso en el laico occidente, la imagen que suscita es la de un revolucionario crucificado por los opresores cuyo mensaje ha sido desvirtuado por sus seguidores.

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