No podemos pasar por alto
aquel conjunto de manifestaciones que desde ámbitos marginales hacen suya la
bandera de la Transgresión sistemática. No dejan de ser meros tópicos los que
se refieren a la Transgresión juvenil, la rebeldía de la juventud o el
conflicto generacional. No hay nada más fácil que ser transgresor en un
contexto donde no existe responsabilidad alguna y donde la única barrera es la
del arbitrio paterno. Se trata, lógicamente, de una Transgresión limitada,
forzada por la vitalidad juvenil, y limitada al ajuste hormonal dentro de sus
márgenes normales. La llamada rebelión contra el padre se presenta como una
Transgresión contra todo, contra instituciones y hábitos culturales.

Toda sociedad arbitra unos mecanismos y marcos de
desenvolvimiento de la energía e hiperactividad juvenil: campos de deportes o
campamentos de verano. Incluso los regímenes más totalitarios han sido
conscientes de la importancia de dar un cauce adecuado a la Transgresión
juvenil, abriendole las puertas al encuentro con la naturaleza como encuentro
con el mundo de los instintos y de las pulsiones reprimidas. Aquí en España nos
encontramos con la OJE sin ir más lejos. Sin embargo, este encuentro con la
naturaleza está, por esa misma razón, sujeto a un sistema fuertemente
identitario. El adoctrinamiento cuasi-militar de los campamentos juveniles tipo
Boy Scout se hace posible e incluso soportable dada su directa vinculación
con el medio natural, con el medio transgresor. En tal caso la transgresión se
situaría en un plano subalterno al sistema identitario.

La juventud es, a fin de cuentas, un sector bio-social
sujeto a los diversos procesos de identitarización (o, lo que es lo mismo, no
plenamente identitarizado). Pero muchas veces tales procesos no son todo lo
efectivos que debieran. La específica maleabilidad y ductilidad de este sector
bio-social lo hace, por una parte,
proclive a su sujeción a tales procesos. La juventud es susceptible de
ser maleada y adaptada a los sistemas de control y represión establecidos. Pero
dichos sistemas fallan desde el mismo momento en que no se encuentran en
condiciones de conducir o neutralizar la energía transgresora que desprende
esta capa social. Y es que las capas juveniles, en pleno proceso de
aculturación, son más proclives que ninguna otra a oír y responder a la
llamada de la Selva a la que hicimos referencia en el apartado anterior,
sus instintos naturales la inducen a reproducir la Transgresión como Regresión,
a unirse a manadas (pandillas, bandas, etc) de otros congéneres para aullar,
saltar, trepar y dar alaridos
(conciertos Pop y Rock, competiciones deportivas, etc) a escapar de recintos
cerrados, a buscar la calle nocturna con vistas a facilitar sus acciones
transgresoras La represión sin
paliativos produce amotinamientos y rebelión en las aulas y ya no solo de las
aulas sino de la totalidad del sistema, entendido como una prolongación de
estas, tal y como sucedió con los distintos sistemas contestatarios de los años
sesenta.

La moderna tecnología está sirviendo a los humanos,
paradójicamente, de guarida, de caverna en la que esporádicamente se puede dar
rienda suelta a sus instintos, a la llamada de la Selva. El adolescente
que se vale de una moto de trial para realizar las mas osadas acrobacias
(caballitos, derrapes, etc) con intención de impresionar a los restantes
miembros de su manada actúa como cualquier otro macho joven de cualquier otra
especie mamífera gregaria, que exhibe sus dotes con el fin de subir de rango en
su manada y de atraer la atención de las hembras. Los psicólogos han estudiado
el perfil del automovilista-tipo que, parapetado en su vehículo, descarga toda
la agresividad contenida: insulta a otros automovilistas y viandantes, toca el
claxon para ampliar su tono de voz, etc. El internauta adicto a los chats
entra como desconocido en un mundo de desconocidos, lo que le permite escribir
lo que quiera en esos indigeribles diálogos
sin reglas, sin inhibiciones ni represiones donde el anonimato (de forma
análoga a como juega en el Carnaval como ocultador de la identidad) le permite
transgredir formas y convenciones.

La transgresión juvenil acaba conquistando y
configurando, por así decirlo, una esfera o ámbito de identidad bajo las
actuales sociedades industriales, es decir, lo que podríamos llamar una
subcultura juvenil.
Las autoridades
saben muy bien que en el medio urbano es casi imposible controlar la ruta
del bacalao o la llamada movida juvenil de los fines de semana, con
todos los desboques transgresores que en sí lleva aparejada, desde la pulsión
del placer, de peligro e incluso de muerte. Saben que los antros ruidosos donde
se sirve alcohol y se puede danzar compulsivamente al son de una música
neurótica y de un sistema de iluminación agresiva (hablo de las discotecas)
deben estar en algún sitio. A fin de cuentas, la vida nocturna se manifiesta
como un cauce neurótico de búsqueda de la satisfacción de la pulsión sexual.
Una represión directa puede llevar consigo que la Transgresión de violencia
contenida degenere en gamberrismo.

Al fin y al cabo el Rock puede servir muy
bien de catalizador de tensiones violentas. Por tal razón se tiene mucho
cuidado a la hora de ubicar los recintos de expansión y Transgresión juvenil.
Las familias y las autoridades son conscientes de que el marco de la
Transgresión juvenil no está controlado en esta sociedad. El elemento
destructivo de la Transgresión se cierne, de uno u otro modo, amenazadoramente,
por distintas vías que conducen a la aniquilación física: estupefacientes,
alcoholismo, sectas, o comportamiento temerario en el tráfico. Aún así, en el
medio rural la Primera Transgresión, situada entre la infancia y la
adolescencia, ha revestido tradicionalmente unos grados de crueldad inauditos;
costumbres como las de apedrear gatos hasta la muerte o rociar perros con
gasolina cuando no se trataba de mofarse del tonto del pueblo han permanecido
intactas hasta nuestros días.

Fuera de este punto cabría destacar como en los años
sesenta, los instintos transgresores se apoderan de determinado sector del
medio juvenil: el movimiento hippie, la contra-cultura, la psicodelia, el arte
pop, el mayo del 68 francés, el culto al LSD, etc. Es una Transgresión bifronte, contra el Padre
y contra el Estado, se pone en tela de juicio todo el sistema económico e
institucional occidental y se busca, como sucede con todas las transgresiones,
un nuevo reacoplamiento con el mundo de los instintos y del placer. Lo curioso de este tipo de movimientos
transgresores estriba en cómo el llamado conflicto generacional o la rebeldía
juvenil que generalmente se desenvuelve dentro de unos límites transgresores
normales y socialmente regulados llegó, en un contexto determinado, a adquirir
los caracteres de un movimiento social e incluso político, tal y como sucedió
en la Francia de 1968.

El movimiento hippie resulta particularmente
interesante. Cierto sector de la juventud estudiantil urbana eligió sus propios
cauces de Transgresión fuera del marco social e institucional. La huida de la
ciudad y consecutiva retirada al campo, huida de la civilización y refugio en
el instinto, fue, a diferencia de lo que sucede con los campamentos juveniles
militarizados, desorganizada y anárquica. Su entrega al instinto natural fue
tal que se impuso el sexo libre, el culto al desnudo ... Rechazaron toda institución e imposición
social así como los modelos culturales vigentes. Sin embargo, necesitaron
nuevos referentes identitarios, pues la Transgresión pura y simple (la Transgresión
por la Transgresión) no puede sostenerse durante mucho tiempo (dicho en otras
palabras, se auto-sitúa en el límite del caos)
y los creyeron hallar en las producciones ideológicas propias de una
cultura radicalmente distinta a la de Occidente, a saber, la de Oriente. Se refugiaron en un orientalismo místico y a
su vez mítico y, al igual que los actuales musulmanes, peregrinaron en tropel a
la India a la búsqueda de esas esencias y verdades absolutas emanadas de esas
religiones esotéricas e introspectivas desconocidas hasta entonces por los
occidentales. Se olvidaban, claro está, que dichas religiones, más que
liberadoras, fueron el soporte de legitimación institucional clave de los más
rígidos sistemas de castas y, en última instancia, del despotismo gerencial
agrario asiático. Como ya ha sucedido en muchas ocasiones, la Transgresión, a
la búsqueda de una determinación positiva que le garantice una mínima
viabilidad, permanencia y persistencia, acaba topándose ante cierto género de
estructuras ideológicas identitarias, tanto o más represivas que aquellas de
las que en principio pretendió liberarse. Hoy día del movimiento hippie solo
quedan los restos: el sándalo, el xitar, el yoga, la meditación transcendental,
pequeñas comunas asentadas en el medio agrario de forma marginal y un puñado de
cincuentones nostálgicos.

En todo caso, la rebelión juvenil de los años sesenta,
tan idealizada en la actualidad, no dejó de ser más que un fenómeno social
bastante curioso e insólito. Insólito por cuanto que de lo que se trató fue de
una explosión de Transgresión desbordada, que escapó incluso a los mecanismos
de control de los instintos juveniles de las instancias institucionales
vigentes. No obstante, los principios transgresores y liberadores invocados
pronto se trocaron en su polo contrario. La mitificación del paradigma
religioso oriental convirtió a los jóvenes en presa fácil de las estructuras
sectarias más represivas y esclavizadoras imaginables: Hare Krisna, Moon,
o la que pudiera fundar cualquier otro gurú medio chiflado (o, más bien, bastante
espabilado) de los que pululan por el mundo. En cualquier caso toda secta de
las llamadas destructivas se presenta en principio como un elemento catalizador
de las ansias de rebelión y Transgresión juvenil, del rechazo a las estructuras
familiares, a las jerarquías sociales, al materialismo o al capitalismo,
presentando como alternativa un género de mística panenteísta oriental
identitaria y absorbente hasta el extremo de la intoxicación física y psíquica,
así como la correlativa anulación de la personalidad. Otra vertiente liberadora
que pronto mostró su verdadera faz esclavizadora y destructiva se produjo a
raíz del culto desbocado a los narcóticos que la rebelión juvenil introdujo
como medio de Transgresión.

El mayo del 68 francés solo pudo tener origen en el país
más politizado de Occidente. El movimiento transgresor juvenil, procedente de
capas intelectuales medias, revistió desde sus mismos comienzos un carácter
inequívocamente político y netamente urbano. Careció por completo de los tics
bobalicones o exhibicionistas y formalistas que caracterizaron al movimiento
hippie, más yanqui que europeo propiamente dicho y por tal razón menos político
y más campestre. El movimiento sesentayochista se definió netamente por su
inspiración marxista. Se pretendió edificar un marxismo transgresor, de corte
luxemburguista, trotskista o maoísta, alejado del marxismo burocrático
soviético y, por esa misma razón, de la cúpula del PCF. La Transgresión juvenil
pronto se adueñaría de las calles de París a golpe de barricada y cócteles
molotov. No contó con líderes netamente definidos, en todo caso con ideólogos
como Daniel Cohn-Bendit en París y Rudi Dutshke en Berlín. Su principal arma fue la ingenuidad infantil
y utópica, y el lema que resume dicho
movimiento, plasmado en una de las múltiples pintadas de las calles de París sed
realistas, pedid lo imposible, era netamente transgresor, puramente
anti-identitario, prácticamente inútil y volátil. El movimiento del 68 tuvo
consecuencias políticas directas en la situación francesa, modificó la
situación política, pero rápidamente se desvaneció... nada más finalizado el
curso académico.

Al hilo de lo dicho sobre la Transgresión juvenil y el
mayo del sesenta y ocho francés se puede sacar a colación un curioso fenómeno
también ligado a los instintos transgresores juveniles: El Romanticismo de la
Transgresión. En el caso de sistemas políticos fuertemente identitarios, hasta
extremos insoportables tal y como ocurrió con el régimen franquista, la
Transgresión a sus estrictas normas era algo que seducía por sí misma. Con
independencia del contexto de oposición
política al Régimen, múltiples posturas transgresoras nacidas en el seno del
movimiento estudiantil fueron el resultado de esa instintiva negación de lo
prohibido. Una fuerte barrera dividía el polo de la Identidad y el de la
Transgresión, situándose este último de forma clara y contundente en la
clandestinidad. Frente al chato identitarismo del Régimen, en cuya cúspide se
situaba un dictador cuya mediocridad solo era superada por su inhumanidad, frialdad y sadismo. Frente a ese sistema de
poder despótico y dogmático, rodeado de serviles ministros, de profesionales de
la adulación al Tirano, de pomposos militares y bendecido por curas y obispos,
se situaba, en el polo opuesto, el universo de la oposición que no era otro que
el de la Transgresión. Tal dualidad
poder/anti-poder era percibida por grandes sectores de la juventud como
una simple dicotomía Identidad absoluta/Transgresión absoluta.

Una vez sucumbido el Régimen, ya no cabría la menor duda;
las puertas estaban abiertas a la Revolución, al comunismo científico, al
comunismo libertario y a todo lo demás que se quisiese establecer. Ese
entusiasmo duró bastante poco. Lo suficiente como para comprobar cómo un nuevo
sistema identitario acababa imponiéndose. Lo que antes había estado totalmente
prohibido por su contenido subversivo ahora no solo era tolerado sino alentado
fervientemente desde las más variadas instancias institucionales: el Primero de
Mayo, el Aberri Eguna, la Diada, los homenajes a García Lorca ... La huelga,
antes un delito de sedición, era ahora un derecho que conforme a sus cauces legales podía
ejercerse libremente. La reunión, la asociación y la manifestación, considerados
hasta entonces graves delitos de conspiración y desórdenes públicos, se
elevaban a la categoría de derechos fundamentales amparados
constitucionalmente, los sindicatos y los partidos, hasta entonces
clandestinos, coparon su espacio social y se encaramaron a las estructuras del
poder político y económico convirtiéndose en perfectas estructuras de mediación
rígidamente centralizadas dominadas por profesionales de la política. La
Política se mutó en tecnocracia económico-administrativa, se suplieron los
contenidos ideológicos por sus respectivas clientelas... Lo que antes apareció
como un abismo hacia la Transgresión sin límites se trocó en una nueva
Identidad consolidada. Las identidades rígidas fueron sustituidas por
identidades flexibles
Desde ese momento la visión dual desaparece y se
difumina: ni el socialismo, ni el comunismo científico o libertario están a la
vuelta de la esquina, los partidos empiezan a convertirse en estructuras
burocráticas identitarias que funcionan como maquinarias electorales, los
sistemas de cretinización de masas, antes monopolizados por el Estado, se
delegan en el sector privado.

La antigua Transgresión, la misma que antes los hacía
ocultarse de la policía, que hacía de una pegada de carteles o de una tirada de
pasquines una aventura casi tan arriesgada como ocupar un fortín por un comando
de élite, se había convertido hoy en parte de la más rutinaria y aburrida
Identidad. Quienes antes vieron en los líderes más antiguos de la
clandestinidad auténticos ídolos dignos de veneración avalados, no solo por su
generosa entrega a elevados ideales sin buscar por ello compensación material
alguna, sino también por un currículum de muchos años de cárcel, torturas y
persecución policial, ahora verían en
los nuevos dirigentes de la democracia unos oportunistas de tomo y lomo,
trepadores y zancadilleros, ávidos de cargos en las Instituciones, charlatanes
de segunda fila más preocupados por su propia imagen y proyección pública que
por las ideas que hubieren de defender. Por otra parte su ideología no era otra
que la de su propia consolidación en el sistema

Hoy día podemos apreciar como muchos de los antiguos hippies y
sesentayochistas han vuelto al redil reconvertidos en prósperos yuppies que, en
firme acto de constricción por sus pasados pecados, abrazan el pensamiento único, el capitalismo
y su democracia como aquel paraíso terrenal que nunca debieron abandonar.